¿Te acuerdas, Nathan, de la silla que había en mi despacho, al lado de mi mesa, la «silla eléctrica», donde vosotros, los chicos, tomabais asiento y sudabais mientras yo examinaba vuestras redacciones? Ira se sentó en ella mientras yo leía la carta.
– ¿Es cierto que has hecho proposiciones a esa china?
– He tenido una aventura con ella durante seis meses.
– Te la has tirado.
– Muchas veces, Murray. Creía que estaba enamorada de mí. Me sorprende que haya podido hacerme esto.
– ¿Te sorprende ahora?
– Estaba enamorado, quería casarme y tener una familia con ella.
– Ah, eso está mejor. No piensas, ¿verdad, Ira? Actúas. Actúas, sin más. Gritas, jodes, actúas. Durante seis meses te tiraste a la mejor amiga de su hija, que también era como una hija para ella, su pupila. Y ahora ha sucedido algo y estás «sorprendido».
– La quería.
– Habla claro. Lo que querías era tirártela.
– No lo entiendes. Venía a la cabana. Estaba loco por ella. Me sorprende, me deja pasmado lo que ha hecho.
– Lo que ha hecho ella, ¿eh? No lo que has hecho tú.
– Me delata a mi mujer, ¡y al hacerlo miente!
– ¿Ah, sí? ¿Y qué es lo sorprendente? Tienes un problema, ¿sabes? Tienes un gran problema con tu mujer.
– ¿Tú crees? ¿Qué va a hacer? Ya lo hizo, con sus amigos los Grant. Ya estoy despedido. Me han dado una patada en el culo. Ella lo está convirtiendo en una cuestión sexual, y no se trataba de eso. Pamela sabe que no era eso.
– Bueno, pues ahora es eso. Te han atrapado, y tu mujer promete nuevas consecuencias. ¿Cuáles crees que serán?
– Nada, no queda nada. Esta estupidez -agitó la carta ante mí-, una carta que ha entregado en mano en el Worker. Esta es la consecuencia. Escúchame. Nunca hice nada que Pamela no quisiera. Y cuando ella puso fin a la relación, fue terrible para mí. Durante toda mi vida había soñado con una mujer como ella. Fue terrible. Pero hice lo que me pedía. Bajé las escaleras, salí a la calle y la dejé en paz. No volví a molestarla.
– Bien -le dije-, sea como fuere, por honorable que fuese tu comportamiento al despedirte caballerosamente de seis meses de sexo extravagante con una chica que era como una hija para tu mujer, ahora estás en un aprieto, amigo mío.
– ¡No, es Pamela quien está en un aprieto!
– ¿Ah, sí? ¿Vas a actuar de nuevo? ¿Vas a actuar de nuevo sin pensar? No, no voy a permitírtelo.
No se lo permití y él no hizo nada. Ahora bien, es difícil precisar hasta qué punto haber escrito esta carta dio a Eve impulso para embarcarse en el libro. Pero si iba en busca de un motivo para jugarse el todo por el todo y hacer la gran irracionalidad para la que había nacido, el material proporcionado por Pamela no pudo hacerle daño. Uno pensaría que al haberse casado con una nulidad como Mueller, luego con un homosexual como Pennington, después con un fullero como Freedman y, finalmente, un comunista como Ira, había cumplido con cualquier obligación que tuviera hacia las fuerzas de la sinrazón. Uno pensaría que podría haberse desquitado de la jugarreta que Ira le había hecho yendo al Worker con la chaqueta de lince y el manguito a juego. Pero no, el destino de Eve requería que elevara su irracionalidad a cotas cada vez más altas, y aquí es donde los Grant intervienen de nuevo.
Fueron los Grant quienes escribieron ese libro, y fueron doblemente negros. Usaron el nombre de Bryden en la cubierta («relatadas a Bryden Grant») porque eso era casi tan eficaz como si en la cubierta figurase el nombre de Winchell, pero en el libro brilla el talento de la pareja. ¿Qué sabía Eve Frame del comunismo? Había comunistas en los mítines de Wallace a los que había ido con Ira. Había comunistas en Los libres y los valientes, personas que iban a su casa a cenar y que estaban presentes en todas las veladas. Ese pequeño grupo de gente relacionada con el programa tenía interés en controlarlo al máximo posible. Estaba el secreto, el margen de conspiración: contratar a gente que pensara como ellos, influir tanto como pudieran en el sesgo ideológico del guión. Ira se sentaba en su estudio con Artie Sokolow e intentaban meter a la fuerza en el guión cada cliché trillado del partido, todos los llamados sentimientos progresistas que pudieran incluir impunemente, manipulaban el guión para incorporar la bazofia ideológica cuyo contenido les parecía comunista en cualquier contexto histórico. Imaginaban que iban a influir en el pensamiento del público. El escritor no sólo debe observar y describir, sino también participar en la lucha. El escritor no marxista traiciona la realidad objetiva; el marxista contribuye a su transformación. El regalo que el partido hace al escritor es la única visión del mundo correcta y verdadera. Creían todo eso. Memeces, propaganda, pero las memeces no están prohibidas por la Constitución. Y en aquel entonces la radio estaba llena de necedades. Gangbusters, Vuestro FBI. Kate Smith cantando Dios bendiga América. Incluso tu héroe Corwin, propagandista de una democracia norteamericana idealizada. Al final no era tan diferente. Ira Ringold y Arthur Sokolow no eran espías, sino agentes de publicidad. Hay una distinción. Eran propagandistas de pacotilla, contra quienes las únicas leyes son estéticas, las leyes del gusto literario. Luego estaba el sindicato, la AFTRA [14], y el combate por el control del sindicato. Muchos gritos, terribles luchas internas, pero eso sucedía en todo el país. En mi sindicato, como en casi todos ellos, había una división entre la derecha y la izquierda, liberales y comunistas que luchaban por hacerse con el control. Ira formaba parte de la junta ejecutiva del sindicato, hablaba por teléfono con la gente, y bien sabe Dios que era capaz de gritar. Desde luego, dijo ciertas cosas en presencia de Eve. Y lo que Ira decía, lo decía en serio. Para él, el partido no era una sociedad de debates, no era un club de estudios. No era la Unión de Libertades Civiles. ¿Qué significa una revolución? Pues significa una revolución. Ira se tomaba en serio la retórica. No puedes llamarte revolucionario y no tener un compromiso serio. El suyo no estaba falseado, era genuino. Se tomaba en serio a la Unión Soviética. En la AFTRA, Ira actuaba en serio.
Ahora bien, casi nunca vi a Ira dedicado a esas actividades. Estoy seguro de que tú tampoco le viste apenas. Pero Eve no le vio jamás. No tenía la menor idea de lo que hacía. No solía prestar atención a lo que la gente decía a su alrededor. Estaba por completo al margen de la vida corriente, demasiado áspera para ella. Jamás pensaba en el comunismo ni el anticomunismo. No pensaba nunca en nada presente, excepto cuando Sylphid estaba presente.
Aquello de «relatadas a» significaba que la malévola historia había sido inventada por los Grant. Y no la habían inventado en absoluto en beneficio de Eve ni tan sólo para destruir a Ira, por mucho que Katrina y Bryden lo detestaran. Las consecuencias para Ira formaban parte de su diversión, pero en gran medida eran marginales. Los Grant inventaron todo aquello para que Bryden, gracias a su tratamiento del comunismo en la radiodifusión, pudiera despejar su camino hacia el Congreso.
Aquella escritura, aquella prosa de Journal-American, más la sintaxis y la sensibilidad de Katrina. Sus huellas se notaban en todo el libro. Supe enseguida que Eve no lo había escrito, porque Eve no podía escribir tan mal. Eve era demasiado culta y bien leída. ¿Por qué permitió que los Grant escribieran su libro? Porque se convertía sistemáticamente en la esclava de casi cualquiera. Porque aquello que los fuertes son capaces deshacer es espantoso, y lo que son capaces de hacer los débiles también lo es. Todo es espantoso.
Me casé con un comunista se publicó en marzo de 1952, cuando Grant ya había anunciado su candidatura, y en noviembre de ese año, cuando se produjo la victoria aplastante de Eisenhower, accedió al Congreso por el distrito veintinueve de Nueva York. Habría sido elegido de todas maneras. Su programa de los sábados por la mañana era uno de los favoritos del público, y durante años publicó la columna en el periódico. Estaba arropado por personas importantes y, después de todo, era un Grant, descendiente de un presidente de Estados Unidos. No obstante, dudo que Joe McCarthy en persona hubiera viajado al condado de Dutchess para aparecer a su lado de no haber sido por los comunistas importantes a los que el programa radiofónico de Grant ayudó a descubrir y erradicar de las emisoras. Todo el mundo estuvo en Pough-keepsie, haciendo campaña en su favor. Westbrook Pegler [15]estuvo allí. Todos aquellos articulistas de Hearst eran amigos suyos, y los que detestaban a Franklin Delano Roosevelt, que habían encontrado en el baldón comunista una manera de derribar a los demócratas. O bien Eve no tenía idea de para qué la utilizaban los Grant o, más probablemente, lo sabía pero no le importaba, porque la experiencia de atacar, de devolver por fin los golpes a los monstruos, le hacía sentirse tan fuerte y valiente.
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