Philip Roth - Me Casé Con Un Comunista

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El sueño americano se convierte en pesadilla.
En plena caza de brujas, durante la era McCarthy, Iron Rinn -cavador de zanjas primero, actor radiofónico más tarde- ve cómo tras participar en la Segunda Guerra Mundial, comprometido en la lucha por un mundo mejor, termina en la lista negra, desempleado y perseguido por el fanatismo ideológico.
En este camino tendrá un papel fundamental la exquisita actriz Eve Frame. El matrimonio de ambos se transformará: de idilio fascinante y perfecto pasará a ser un tremendo y cruel culebrón. Y cuando ella revele a la prensa las relaciones de Iron con la URSS, el apogeo de la traición y la venganza se materializarán en el escándalo nacional y la ruina personal. El hermano de Iron, Murray, será quien cuente esta historia años más tarde.
Philip Roth, el autor de Pastoral americana y La mancha humana, vuelve a explorar y a retratar con ironía, sinceridad y vehemencia los conflictos de la sociedad norteamericana del siglo XX.

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Cuando Eve baja con la carta, encuentra a Helgi tirada en el sofá, con el abrigo de piel y el sombrero puestos, todavía fumando y bebiendo, aunque ya no llora. Por entonces su irritación ha alcanzado cotas increíbles, y está furiosa. La falta de dominio del bebedor no empieza y termina con el alcohol.

– ¿Por qué me ha hecho esperar hora y media? -le pregunta Helgi.

Eve se la queda mirando y comprende cuál es su estado.

– Salga de esta casa -le dice.

Helgi no se mueve del sofá. Repara en el sobre que Eve tiene en la mano.

– ¿Qué le dice en esa carta que ha necesitado hora y media? ¿Qué le ha escrito? ¿Le pide disculpas por ser tan mala esposa? ¿Le pide disculpas porque no obtiene de usted ninguna satisfacción física? ¿Le pide disculpas porque no le da las cosas que un hombre necesita?

– ¡Cierra la boca, estúpida, y vete de aquí ahora mismo!

– ¿Le pide disculpas porque nunca le hace una mamada? ¿Le pide disculpas porque ni siquiera sabe hacerlo? ¿Sabe quién le hace las mamadas? ¡Helgi es quien se la chupa!

– ¡Voy a llamar a la policía!

– Estupendo. La policía la detendrá. Yo se lo diré… ¡miren, así se la chupa ella, como la dama perfecta, y la condenarán a cincuenta años de cárcel!

Cuando llega la policía, Helgi sigue desbarrando, infatigable, allí en la calle West Eleventh, diciéndole al mundo:

– ¿Se la mama su mujer? Qué va. Es la Campesina quien le hace las mamadas.

La llevan a la comisaria, la fichan (borrachera y conducta desordenada, allanamiento de morada), y Eve vuelve a la sala llena de humo, está histérica y no sabe qué hacer, y entonces observa que faltan dos de sus cajas esmaltadas. Tiene una hermosa colección de cajitas esmaltadas en una mesa lateral. Faltan dos de ellas, y llama a la comisaría. «Regístrenla», les pide, «faltan cosas». Buscan en el bolso de Helgi y, en efecto, ahí están las dos cajas y también el encendedor de plata con el monograma de Eve Frame. Resultó que también había robado uno de nuestra casa. No sabíamos adonde había ido a parar y yo preguntaba: «¿Dónde diablos está ese encendedor?», y entonces, cuando Helgi acabó en la comisaría, lo supe.

Fui yo quien dio la fianza para que la soltaran. Desde la comisaría telefoneó a casa, a Ira, pero fui yo quien acudió en su ayuda. La conduje al Bronx, y durante el trayecto me soltó una perorata de borracha, diciendo que aquella zorra rica no volvería a darle órdenes. Una vez en casa, le conté a Ira lo ocurrido. Le dije que él había esperado toda su vida el estallido de la guerra de clases, ¿ya que no sabía dónde se había producido? En su sala de estar. Le había explicado a Helgi que Marx instó al proletariado a arrebatar la riqueza de la burguesía, y eso era exactamente lo que ella se había dispuesto a hacer.

Lo primero que hace Eve, después de llamar a la policía para informar del robo, es ponerse en contacto con Katrina. Ésta sale a toda prisa de su casa en la ciudad y, antes de que el día haya terminado, todo el contenido del escritorio de Ira pasa a manos de Katrina, luego a las de Bryden, a la columna de éste y, finalmente, a la primera página de todos los periódicos de Nueva York. En su libro, Eve afirmaría que fue ella quien abrió el escritorio de caoba en el estudio de Ira y encontró las cartas de O'Day y las agendas donde tenía los nombres y los números de serie, los nombres y direcciones de todos los marxistas a los que había conocido durante el servicio militar. La prensa patriótica la alabó mucho por esa acción, pero creo que Eve, fingiendo de nuevo como una actriz, se jactó de la irrupción en el estudio de Ira, fingió ser la heroína de los patriotas… se jactó y, tal vez, simultáneamente, protegió la integridad de Katrina Van Tassel Grant, la cual no habría dudado en irrumpir donde fuera a fin de preservar la democracia norteamericana, pero cuyo marido planeaba por entonces su primera campaña para acceder al Congreso.

En «El runrún de Grant» aparecen los pensamientos subversivos de Ira, escritos por éste en un diario secreto que llevaba cuando supuestamente servía en ultramar como leal sargento del ejército de Estados Unidos. «Los periódicos y la censura han distorsionado las noticias de Polonia, creando así una cuña entre nosotros y Rusia. Rusia estaba y está dispuesta a comprometerse, pero nuestra prensa no la ha presentado así. Churchill se muestra partidario de una Polonia totalmente reaccionaria.» «Rusia pide la independencia de todos los pueblos coloniales. Los demás sólo hacen hincapié en el autogobierno y más administraciones fiduciarias.» «Se disuelve el gabinete británico. Estupendo. Ahora es posible que nunca se materialice la política de Churchül contraria a Rusia y favorable al statu quo.»

Lo que hay ahí es pura dinamita, y aterra tanto al patrocinador y la emisora que, al final de la semana, Iron Rinn está acabado, lo mismo que Los libres y los valientes y otras treinta personas, más o menos, cuyos nombres figuran en las agendas de Ira. Y, andando el tiempo, también lo estaré yo.

Ahora bien, puesto que desde mucho antes de que comenzaran los problemas de Ira mis actividades sindicales me habían convertido en el enemigo público número uno para nuestro inspector de enseñanza, es posible que la junta escolar hubiera encontrado la manera de etiquetarme como comunista y despedirme sin la ayuda del heroísmo de Eve. Era sólo cuestión de tiempo, con o sin su ayuda, hasta que Ira y su programa de radio se hundieran, y por eso tal vez nada de lo que nos sucedió a cualquiera de nosotros requería que ella diese primero aquel material a Katrina. No obstante, es instructivo pensar en lo que hizo exactamente Eve al ser presa de los Grant y entregar a Ira a sus peores enemigos.

Una vez más, estábamos juntos en clase de Lengua y Literatura inglesa, el señor Ringold apoyado en el borde de su mesa, vestido con un traje de color canela que había comprado en la calle Broad con la paga que recibió al licenciarse del ejército (en las rebajas de la American Shop para los soldados que habían regresado) y que, durante los años de escuela, alternó con el otro traje adquirido en la misma tienda, de sarga gris y chaqueta cruzada. Alzaba con una mano el borrador de la pizarra, que no dudaría en arrojar a la cabeza de un alumno cuya respuesta a una pregunta no correspondiera a su requisito mínimo cotidiano de agudeza mental, mientras que con la otra mano solía cortar el aire, enumerando de una manera espectacular los aspectos que debíamos recordar para el examen.

– Esto demuestra -me dijo Murray- que cuando decides aportar tu problema personal a un programa político, todo lo personal se exprime y elimina y lo que queda es lo útil para la ideología. En este caso, una mujer aporta su marido y sus dificultades conyugales a la causa del anticomunismo fanático. Básicamente, lo que Eve aporta es la incompatibilidad que ella misma no pudo resolver desde el primer día entre Sylphid y Ira. Una dificultad habitual entre hijastro y padrastro, aunque un tanto intensificada en la familia de Eve Frame. Todo cuanto, por lo demás, Ira era con Eve, buen marido, mal marido, amable, áspero, comprensivo, estúpido, fiel, infiel, todo cuanto constituye el esfuerzo y el error conyugales, todo cuanto es consecuencia de que el matrimonio no tiene nada que ver con un sueño, se exprime hasta eliminarlo, y lo que queda es aquello que puede utilizar la ideología.

Luego la esposa, si se siente inclinada a hacerlo (y no sabemos si Eve se sintió inclinada o no), puede protestar: «No, no, no fue así. No lo comprendes. El no era sólo lo que dices que era. Conmigo no era en absoluto todo lo que dices que era. Conmigo podía ser así, pero también podía ser asá». Luego una informadora como Eve puede darse cuenta de que no sólo lo que ella ha dicho es responsable de las extravagantes distorsiones que de él lee en la prensa, sino también todo lo que expresamente no ha dicho. Pero por entonces ya es demasiado tarde. Por entonces la ideología no tiene tiempo para ella porque ya no le es de utilidad. «¿Esto? ¿Eso?», replica la ideología. «¿Qué nos importa a nosotros esto y eso? ¿Qué nos importa la hija? Tan sólo forma parte de la fofa masa que es la vida. Apartadla de nuestro camino. Todo lo que necesitamos de ti es lo que fomenta la causa justa. ¡Otro dragón comunista al que matar! ¡Otro ejemplo de su traición!»

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