Juan no es sólo Juan, y llega en el auto que le prestó su padre. Casi lo convenzo al viejo de que venga, dice mientras saluda y ante el estupor de su madre. Trae con él a su novia -a la que Nurit no conocía hasta hoy-, a la hermana de su novia y al caniche toy de su novia. Bingo, canta Paula Sibona cuando ve el perro salticando en el jardín. No me dijiste nada que venías, le dice Nurit a su hijo mayor. Perdí el celular y no me acordaba de tu teléfono de memoria, ¿te jode que haya venido sin avisar? No, al contrario, lindo, dice ella y a pesar de la complicación que se deriva de recibir visitas inesperadas, Nurit Iscar no miente. Si siempre se queja en silencio de lo poco que los ve, su estadía en La Maravillosa ya le dio a esta altura un importante beneficio secundario. Está buena la quinta, vieja, le dice Juan mientras acerca unas reposeras para que se tumben su novia y la hermana. El caniche toy corre a ladrarle a alguien que se asoma detrás del ligustro. Un morocho con bigotes que no es Zippo, le avisa Paula a Nurit. Permiso, dice el hombre y pasa tratando de ignorar los ladridos histéricos del perro que salta a su alrededor. Bueno, la cosa mejora, dice Paula mientras Nurit se acerca a ver quién es y qué quiere. Comisario Venturini, mucho gusto, dice él, un admirador suyo y de sus novelas, señora Iscar, que espera con ansiedad la próxima. Gracias, pero ya no escribo novelas. Cómo que no escribe novelas. Por el momento, a lo mejor más adelante. Seguiré esperando, entonces, confío en que algún día volveré a tener entre mis manos una novela suya. Por los gestos parece galante el morocho, me gusta, le dice Paula a Carmen a unos metros de ellos. Ya me di cuenta de que te gusta, le contesta ella. Yo estaba en la zona, le dice el comisario Venturini a Nurit, y quedé con Jaime Brena que nos juntábamos para charlar un rato en su casa, si a usted no le molesta, claro. ¿Jaime Brena? Sí, me dijo que venía para acá. No sabía. ¿Cómo que no?, bueno, no sé…, pero delo por hecho, lo llamé hace una hora y ya estaba saliendo. Si usted lo dice, hoy ya perdí la lista de invitados, contesta Nurit con resignación y luego lo invita a pasar: Adelante, por favor. No, no se preocupe, vuelvo en un rato, tengo que darme una vuelta por la casa de Chazarreta a ver un tema con un colega. Nurit se pone alerta, le interesa mucho lo que acaba de escuchar, desde que llegó a La Maravillosa fue varias veces hasta la casa de Chazarreta pero nunca pudo pasar más allá de las cintas de plástico a rayas rojas y blancas que puso la policía el primer día, custodiadas por un hombre de la Bonaerense y por un guardia de La Maravillosa. No quiero ponerlo en un compromiso, comisario, pero ¿hay alguna posibilidad de que usted me lleve a conocer la casa? Bueno, no es lo habitual. Entiendo. Pero tratándose de usted, el comisario hace una pausa y le sonríe, yo creo que podremos encontrar la forma. Más tarde, cuando vuelvo para ver a Brena, se lo confirmo. Gracias, no sabe lo importante que será para mí. Antes de irse, el comisario Venturini dice: permiso, no quiero ser descortés con las señoras, y avanza hacia donde están las amigas de Nurit a las que saluda con un fuerte apretón de manos -usa las dos manos al saludar-, que a Carmen le molesta y a Paula la excita. Comisario Venturini, dice dos veces, mientras sostiene la mano de Carmen primero y la de Paula después. Y el “comisario” se le clava a Paula en medio del estómago y la deja muda. ¿Usted no es Paula Sibona?, le pregunta. Ella tarda unos segundos en reaccionar y luego dice: Sí, soy Paula Sibona. Pero qué emoción conocerla, usted es una de mis actrices favoritas. Me acuerdo de que la vi en esa película, cómo se llamaba… esa que usted hace de la mujer de un hombre muy poderoso… El camino de la sal… ahí me salió… El camino de la sal. El camino al salitral, corrige ella. Eso, al salitral, me encantó, repite él que todavía sigue con la mano de Paula apretada en las suyas. Bueno, me voy y vuelvo en un rato, ya tendremos tiempo de charlar un poco más, Paula, dice el comisario, ¿la puedo llamar así? Así me llamo, contesta ella. El comisario Venturini se despide de las tres y se va. Te gustó, dice Nurit. Está que arde la hija de puta, confirma Carmen. Me emocionan los hombres que te aprietan la mano con esa firmeza, y si son morochos y bigotudos, más. Pero vos no sos de conformarte con que te aprieten sólo la mano, amiga, dice Carmen. ¿Qué querés decir? Que te lo vas a cojer, traduce Nurit. Me calienta, es cierto, pero no puedo. ¿Por qué? ¿Cómo por qué?: yo hice el Conservatorio, yo fui Medea y Lady Macbeth en el Teatro San Martín, ¡yo estuve en Teatro Abierto!, ¿entienden?, no me puedo cojer a un comisario… es una cuestión ideológica. ¿Y desde cuándo lo ideológico se te mezcla con el sexo?, se ríe Carmen. Desde siempre. ¿Querés que te nombre una seguidilla de ideológicamente incorrectos que te cojiste?, pregunta Nurit. No, prefiero olvidarlos y además, en todos los casos, me enteré después: primero fue el sexo, después la ideología. Parece un tipo agradable y además lee, dice Carmen, ¿no dice que leyó todas las novelas de Nurit? No insistan chicas, con un comisario me bloqueo y no acabo, yo sé lo que les digo.
Veinte minutos después llegan Rodrigo y sus amigos, que finalmente eran cinco, y diez minutos después que ellos las empanadas. Nurit está condimentando las ensaladas y le pide a Carmen que vaya a recibir el pedido: Sacá plata de mi billetera que está sobre el microondas. El caniche toy se mete en la cocina y va directo a frotarse en las piernas de Nurit. ¿Alguien se puede ocupar de este animal?, dice ella mientras intenta deshacerse del perro pero Juan, su novia y la hermana de su novia toman sol como lagartos y nadie le responde. Carmen regresa con las empanadas y le dice: ¿No serán poco dos docenas para tanta gente saludable? ¡Me olvidé de llamar para agregar más!, ¿Alzheimer o desborde? Desborde, amiga, tranquila, le contesta Carmen. Nurit toma el teléfono y llama, pide que le manden cuatro docenas. ¿Cuánto?, ¿una hora y media de espera?, se queja al teléfono. Bueno, haga lo que pueda, dice y corta con un poco más de malhumor. Por suerte el chico de Policiales aún no llega, dice, en el momento en que suena el teléfono otra vez. Ella deja la ensalada, atiende, escucha lo que le dicen y luego responde: Sí, que pase.
Jaime Brena y el pibe de Policiales esperan en una larga cola detrás de la barrera que dice “Visitas”. Nurit Iscar ya autorizó su ingreso, uno de los guardias les revisó el baúl para ir ganando tiempo y les indicó en un mapa del barrio el camino para llegar a la casa que visitan. Pero falta que pasen por la barrera, muestren sus documentos y les saquen una foto. Y hay como seis autos delante de ellos, así que tienen, por lo menos, para quince minutos más. La novia del pibe de Policiales se quedó en el primer semáforo rojo que los detuvo cuando iban camino a la casa de Jaime Brena. Pretendía pasar por su casa a buscar una bikini y su novio ya le había dicho, reiteradas veces, que era tarde, que los estaban esperando y que no iba a la casa de Nurit Iscar de picnic sino por trabajo. Pero ¿qué voy a hacer todo el día en una quinta mientras vos trabajás si no puedo tomar sol?, dijo la chica cuando estaban detenidos en una esquina, mientras la luz del semáforo pasaba de rojo a verde. Tenés razón, contestó el pibe de Policiales, se bajó del auto, lo rodeó, abrió la puerta del acompañante, la ayudó a salir y le dijo: Mejor no vengas. La chica se quedó atónita. Nunca nadie me hizo un desplante así, se quejó mientras el pibe le daba la mano para ayudarla a salir. Siempre hay una primera vez, le dijo él, se subió al auto y se fue. A Jaime Brena no le asombró que el pibe de Policiales llegara solo porque nunca se enteró de que su novia vendría con ellos, pero sí la cara tensa, el ceño fruncido y el intento fallido del pibe de que pareciera que todo estaba en orden. ¿Pasa algo?, le preguntó. Problemas domésticos, contestó el pibe de Policiales y ya no tocaron el tema.
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