Claudia Piñeiro - Betibú

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Cuando parece que la tranquilidad ha vuelto a reinar en el country La Maravillosa, Pedro Chazarreta aparece degollado, sentado en su sillón favorito, con una botella de whisky vacía a un costado y un cuchillo ensangrentado en la mano. Todo hace suponer que se trata de un suicidio. Pero pronto aparecen las dudas. ¿Acaso algún justiciero habrá querido vengar la muerte de la mujer del empresario, asesinada tres años antes en esa misma casa? ¿Será ésta la última muerte?
El Tribuno, uno de los diarios más importantes del país, deja de lado por unos días su enfrentamiento con el gobierno para cubrir a fondo la noticia. Al escenario del crimen, envía a Nurit Iscar, una escritora retirada, y a un periodista joven e inexperto. Y aunque el antiguo jefe de la sección Policiales, Jaime Brena, ha sido desplazado por sacar los pies del plato, decide involucrarse en el caso y ayudar a su reemplazante y a Nurit, a quien admira en secreto.

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El auto del pibe está frente a la casa de Nurit Iscar. El sonido a reggaeton que llega desde el parque los desconcierta. El chico sube al camino de grava con dudas. ¿Estás seguro de que es acá?, le pregunta Brena. El pibe mira otra vez el mapa y chequea la dirección que escribieron en la guardia: Calandria 675. Entonces es acá, confirma Brena, mirala a Betibú qué moderna para elegir música. Estacionan, bajan del auto, el pibe toca el timbre. ¿Sabés cómo arrancaría esta nota Enrique Sdrech, pibe?, así: “Acá estamos, parapetados en el country club La Maravillosa, más precisamente en la casa de la escritora Nurit Iscar”. Le encantaba la palabra parapetados a Sdrech.

Un caniche toy sale a recibirlos. Brena lo mira con desprecio: Este perro no se parece en nada al que imagino para mí.

CAPÍTULO 14

Las presentaciones, las empanadas -después de que llegó la segunda tanda- y la sobremesa transcurren dentro de lo esperable. Con el prematuro anuncio del comisario Venturini de que Jaime Brena vendría a la casa, nadie se sorprende al verlo llegar junto con el pibe de Policiales. Sin embargo, aunque Carmen Terrada se emociona cuando lo tiene frente a frente, es incapaz de decir más que: Hola, mucho gusto. A Nurit Iscar le resulta algo incómodo tanta gente y la mezcla de humanidades diversas que se terminó conformando en su casa -o en la casa que ocupa-, pero trata de manejarlo con naturalidad y aplomo. A pesar de que el aplomo nunca haya sido su virtud más destacada. Se arma un sector joven en la pileta y sus alrededores, y un sector mayor en la galería, a la sombra. Yo no sé cómo estos chicos resisten tanto calor sobre sus cabezas, dice Brena y se acomoda el pelo que le queda pasándose la mano por la suya como si fuera un peine. Nurit lo mira, lo recordaba con más pelo. ¿Cuánto tiempo pasó?, se pregunta. No se refiere al tiempo que pasó desde que vio a Jaime Brena por última vez -pocos días antes-, ni desde que ella dejó de ir al diario con regularidad cuando terminó su relación con Rinaldi -hace más de tres años-. Cuánto tiempo pasó desde que ellos, Nurit, Brena, Paula, Carmen, tenían la edad que hoy tienen sus hijos y podían permanecer al sol sin preocuparse por tener que ponerse en traje de baño frente a los demás, ni por el calor, ni por el cáncer de piel. Cuánto tiempo hacia atrás y cuánto tiempo hacia adelante, las dos opciones la perturban. Por eso, Nurit prefiere no pensar en ninguna de las dos direcciones. Pero dejar de pensar no siempre es una acción voluntaria y al rato se encuentra otra vez preguntándose cómo habrá sido la vida de Jaime Brena cuando ella tenía la edad de sus hijos, treinta y pico de años atrás. Aunque preferiría no recordarlo, Nurit Iscar sabe que saltó con sus amigas de aquel entonces en el Obelisco el día en que la Argentina salió campeona del mundial de fútbol, en 1978. ¿Qué habrá hecho Jaime Brena ese día? Le parece haber leído en alguna parte que él militaba en aquella época. Carmen Terrada también, por eso se tuvo que ir un tiempo. Qué distintos los veinte años que les tocaron vivir a ellos de los que les tocan vivir a sus hijos. Si tuviera que elegir, ella, Nurit Iscar, ¿con qué final de la adolescencia y de la ilusión se quedaría? No lo sabe, no quiere ser ingenua, ni políticamente correcta, sólo quiere hacerse la pregunta, aunque no esté segura de la respuesta. Aunque no quiera estar segura de la respuesta. El pibe de Policiales, por su edad, podría ubicarse con el grupo joven, pero por afinidad laboral se instala en la galería. El caniche toy prefiere la sombra, pero Nurit es terminante con su hijo: Sacame este bicho de encima, y el perro termina encerrado en el lavadero bajo protesta de la novia de Juan.

A las tres de la tarde llaman de la guardia para avisar que Viviana Mansini está en la barrera de acceso pero no puede pasar ya que no tiene el último comprobante de pago del seguro del auto. Tal como contará ella misma más tarde, de nada sirvió que explicara varias veces y con detalle que no tiene volante de pago porque el valor de la póliza se le debita cada mes de su tarjeta de crédito, que mostrara la tarjeta plástica de la compañía que la asegura, que propusiera que llamaran a su corredor de seguros, que implorara. Cambiaron las normas esta semana, dijo el guardia, si hubiera venido la semana pasada la dejaba entrar, pero hoy no puedo, ya le dije, cambió la norma, ahora además de la tarjeta plástica necesitamos el talón de pago, lástima que no vino la semana pasada. Por eso, porque no vino la semana pasada sino ésta y no tiene el talón de pago del seguro, Mansini hace llamar a la casa donde se aloja Nurit para que Paula o Carmen la vengan a buscar hasta la entrada, lo que origina una movida de autos ya que el del pibe de Policiales está detrás del de Juan y éste detrás del de Paula Sibona, y si bien a Juan ni se le ocurre ofrecerse para ir a buscar a la amiga de su madre a la puerta del country -es más, le da las llaves a Paula para que ella misma corra su auto y pueda así salir-, al pibe de Policiales sí se le ocurre y se ofrece, pero Paula no acepta el ofrecimiento y en cambio le pide a Carmen que la acompañe: ¿Te imaginás la cantidad de pelotudeces que le podría decir Viviana a este chico desde la entrada hasta acá? Carmen asiente y ya en el auto le pregunta a su amiga: ¿Por qué la seguimos queriendo si nos saca tanto de las casillas? Porque nos sirve de descarga a tierra y eso, además, da culpa; siempre es necesario alguien con quien agarrárselas y desahogarse, pero alguien que se lo banque estoicamente, y ella ni se inmuta, eso hay que reconocérselo. Tener con quien descargar es la única manera de proteger al resto de los mortales de nosotros, sentencia Paula. Cierto, casi que Viviana Mansini es nuestra víctima. Casi. Casi que nos tendría que dar pena, entonces. Casi. Pero no me da. A mí tampoco. Me sigue sacando de las casillas. A mí también. No vamos a ir al cielo. No.

Y para confirmarlo, para confirmar su capacidad de sacar de las casillas a sus amigas, un rato después, cuando aparece otra vez el comisario Venturini en busca de Jaime Brena, se hace evidente que a Viviana Mansini -como a Paula- le gusta el morocho de bigotes pero que, además, quiere que a él eso le quede claro. Qué trabajo más difícil el suyo, comisario, usted debe ser muy valiente, le dice a los cinco minutos de conocerlo y sin que venga a cuento de nada dicho en medio de la conversación desordenada que se arma entre todos ellos. Carmen mira con ironía a Paula y dice por lo bajo: Perra. Paula agrega: Se lo va a terminar cojiendo. Es que ella no tiene problemas ideológicos. ¿Viviana Mansini?, ni debe saber qué significa ideología. No es la única, mirá a los amigos de los chicos en la pileta. Paula mira y suspira: piel joven, cuerpos jóvenes, risas jóvenes, ¿alguna ideología? ¿Cambiarías un poco de ideología por sexo? Sí. Yo también. No nos vamos a ir al cielo, eso está más que claro. No. Ni vamos a entrar en la historia de las grandes mujeres. Eso tampoco.

Un rato después, el comisario Venturini propone ir a ver la casa de Chazarreta y, por supuesto, Viviana Mansini intenta sumarse al grupo. Pero Carmen la detiene con contundencia: Van a trabajar, no seas metida. Y Viviana, aunque no muy convencida, se termina quedando: Bueno, yo pregunté nada más, ¿está prohibido preguntar? El grupo que parte para la casa donde murió Chazarreta -y antes su mujer- está compuesto por Nurit Iscar, Jaime Brena, el pibe de Policiales y el comisario Venturini. Nurit propone ir caminando para que aprecien mejor el lugar. Y eso hacen. El comisario Venturini llena sus pulmones abriendo con exageración los brazos hacia arriba y hacia los costados como si la caminata, el lugar, el aire que respira, la luz de la tarde o lo que sea, fueran algo saludable de lo que no puede gozar habitualmente. ¿A qué huele acá?, pregunta, ¿a eucalipto, a madera, a flores? A country, esto huele a country, Venturini, contesta Brena, y nadie lo contradice. El pibe de Policiales toma fotos con su Blackberry. Nurit Iscar se detiene a sacarse algo que se le metió en la zapatilla y le molesta al caminar. Todavía no sabe qué es, si una pequeña piedra, una semilla o un terrón. Jaime Brena también se detiene y la espera. La piedra que aparece cuando ella vuelca el calzado es diminuta. ¿Tanto me podía molestar esto?, se pregunta y le enseña la piedra a Brena. Es como el cuento de la princesa y el garbanzo, ¿te acordás?, le dice él. No, para nada. Ah, un lindo cuento de Andersen, una prueba por la que tenían que pasar distintas doncellas para demostrar si eran o no princesas verdaderas. Se tenían que acostar sobre veinte colchones debajo de los que la reina madre había puesto un garbanzo, siempre hay una suegra preocupada por quién va a ser la mujer que se lleve a la joya de su hijo, hasta en los cuentos de hadas. Sólo la que era princesa verdadera sentía el garbanzo debajo de ella y no podía dormir en toda la noche, concluye Brena. ¿O sea que me estás diciendo princesa? Algo así. Qué galante, gracias. De nada, Betibú. Ella se incomoda al oír que Brena la llama por ese nombre. Él lo nota. ¿Te molesta que te llamen así? Betibú no es precisamente el nombre de una princesa verdadera, dice ella. Es mucho más interesante que una princesa verdadera, es una mujer casi verdadera, dice Brena y la mira. Ella no contesta, él vuelve a preguntar: ¿Te molesta que te llamen así? No, no es el sobrenombre lo que me molesta, es la historia de cómo ese nombre llegó a mí lo que a veces me perturba. ¿Y cómo llegó?, pregunta él. Entonces Nurit Iscar, sin saber por qué, como si hablara con un amigo de toda la vida, contesta: Así me bautizó Lorenzo Rinaldi, hace unos años. Lorenzo Rinaldi, ¿eso dice él?, ¿que a él se le ocurrió que te parecías a Betty Boop? Sí, el día en que nos conocimos en un set de televisión. Mirá vos… Lorenzo Rinaldi dice que él te bautizó. No, yo digo que él me bautizó, fue el primero que me llamó así. La propiedad intelectual siempre es materia controvertida, dice Brena. ¿Por qué lo decís?, pregunta Nurit. Por nada, contesta él y cambia de tema: ¿Qué tal se siente vivir en La Maravillosa?, pregunta en el momento en que el pibe de Policiales, unos metros delante de ellos, se da vuelta y les saca una foto. Yo no siento que vivo acá, le contesta ella, yo siento que en este lugar trabajo, sólo eso. Pero es un trabajo con régimen de pupilaje. Sí, y ser pupilo no es fácil, dice ella. Me puedo imaginar, contesta Brena. Aunque tampoco parece tan jodido pasar unos días en un lugar como éste. Supongo que no, una vez que superás el síndrome de abstinencia de la ciudad, lo empezás a mirar con más cariño. Relájate y goza, entonces. Lo voy a intentar, dice ella. Se miran, se sonríen, bajan la mirada, y por un rato caminan en silencio.

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