Pierre Boulle - El Puente Sobre El Río Kwai

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Inteligente relato de aventuras, perspicaz novela psicológica, tragedia con ironía, El puente sobre el río Kwai fue uno de los fenómenos literarios más populares a mediados del siglo xx. Escrita por Pierre Boulle, aventurero y autor entre otras obras de El planeta de los simios, fue traducida a más de veinte idiomas. Hollywood la consagró definitivamente con la versión cinematográfica de 1957, ganadora de siete Oscars. Basada en un hecho real y autobiográfico de la II Guerra Mundial, Boulle narra las tribulaciones de una tropa de soldados ingleses que, habiendo sido apresada por el ejército japonés, debe construir un puente sobre el río Kwai, en mitad de la selva, destinado a unir por ferrocarril el golfo de Bengala con Bangkok y Singapur, lo que facilitará la presencia de los soldados japoneses en los lugares claves de la guerra.El coronel Nicholson, al mando de los prisioneros, utiliza lo mejor de sí mismo para construir el puente, mientras un comando inglés, entrenado especialmente para destruirlo, aguarda en la selva el momento oportuno. Como explica Javier Coma en su prólogo a esta nueva traducción de la obra, Nicholson, «imbuido de militarismo tradicional y de racismo, pretende demostrar su superioridad personal, nacional y racial por medio de la construcción de un puente que, en realidad, ha de favorecer la expansión del enemigo y la multiplicación de muertes en las fuerzas aliadas». Por eso Boulle construye magistralmente esta novela, con el propósito de efectuar un apólogo moral sobre lo absurdo de las guerras, influido por cierta ética oriental: «la trama sugiere una estructura metafórica donde el hombre construye y destruye sucesivamente al tiempo que pierde de vista si actúa en beneficio o en perjuicio propio».

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Por su parte, Boulle continuaba escribiendo sin desmayo. En los años setenta aparecieron en España más libros suyos: El jardín de Kanashima (Le jardín de Kanashima, 1946), Oídos en la jungla (Les oreilles dejungle, 1972), Las virtudes del infierno (Les vertus de l'enfer, 1974). Boulle publicó después Le Bon Léviathan (1978), Miroitements (1982), La Baleine des Malovines (1983), Pour l'mor del l'art (1985), Le Professeur Mortimer (1988), las memorias tituladas Lllon (1991) yÁ nous deux, Satán (1992). Sin ser, desde luego, exhaustiva, la lista de las obras mencionadas en el presente texto da suficiente idea de la considerable producción del autor. Éste falleció en París el 30 de enero de 1994.

A lo largo de los años, la continuada vigencia del film The Bridge on the River Kwai y el respeto a su director David Lean han motivado que se replantee con frecuencia el tema de la conclusión cinematográfica, o sea el de la caída -voluntaria o no- del coronel Nicholson sobre la palanca que determinaba la explosión. El guionista que trabajó en último lugar cronológicamente, Michael Wilson, arguyó que él había optado por que fuera el fuego de mortero lo que causara, aunque algo indirectamente, la acción explosiva de la palanca, sin intervención alguna de Nicholson al respecto. Lean, con el beneplácito de Spiegel, hizo el cambio que facilitaba imaginar la posibilidad de que Nicholson, en el último instante, se hubiese percatado de su error y hubiese decidido, en una ráfaga de repentina lucidez, abalanzarse sobre la palanca; por supuesto, a la luz de la secuencia cinematográfica, también cabía pensar que lo más lógico era una caída casual del coronel británico en el punto decisivo.

Lejos de tal ambigüedad, la novela de Pierre Boulle llevaba la irracionalidad de Nicholson hasta la misma muerte del protagonista, y en consecuencia el significado del relato resultaba diáfano. Precisamente el desarrollo arquitectónico de la narración contrapone la progresiva obcecación del coronel británico en el disparate a la fría profesionalidad con que sus compatriotas integrantes del comando enfocan su objetivo; a medida que avanza el relato, se dedica más amplio espacio a estos últimos que al primero, como si se subrayase que la reflexión tenía plena preeminencia sobre la locura. En todo caso, tanto el coronel inconscientemente transformado en colaboracionista del enemigo como los hombres del comando en lucha contra los japoneses son presa de las fatalidades inherentes a la guerra. Antiépica por excelencia, ésta es la concepción original de una historia de ficción que ha llegado a ser notoriamente mítica.

Javier Coma

Historiador cinematográfico

No, it was not funny; it was rather pathetic; he was so representative of all the past victims of the Great Joke. But it is by folly alone that the world moves, and so it is a respectable thing upon the whole. And besides, he was what one would call a good man.

Joseph Conrad

PRIMERA PARTE

I

El abismo infranqueable que algunas miradas adivinan entre el alma occidental y el alma oriental tal vez no sea más que el efecto de un espejismo; tal vez se deba únicamente a la representación convencional de un lugar común sin base sólida, a una apariencia pérfidamente disfrazada de intuición penetrante, cuya veracidad primigenia permita siquiera ser invocada para justificar su existencia; tal vez la necesidad de «salvar la cara» se antojaba en esta guerra igual de imperiosa, igual de vital, para los británicos que para los japoneses; tal vez esa necesidad determinara los movimientos de los unos, sin que fueran conscientes de ello, con tanto rigor, con tanta fatalidad, como dirigía los movimientos de los otros e, indudablemente, de los de todos los demás pueblos; tal vez los actos en apariencia opuestos de estos enemigos no fueran más que manifestaciones, diferentes pero anodinas, de una misma realidad inmaterial; tal vez el espíritu del coronel nipón, Saíto, fuera esencialmente análogo al de su prisionero, el coronel Nicholson.

Estas preguntas se las hacía el médico comandante Clipton, él también prisionero, como los quinientos desgraciados que habían sido desplazados por los japoneses al campamento del río Kwai, y como los sesenta mil ingleses, australianos, holandeses y estadounidenses concentrados por aquéllos en varios grupos en la región menos civilizada del mundo, la selva de Birmania y Tailandia, con objeto de construir un ferrocarril destinado a unir el golfo de Bengala con Bangkok y Singapur. Clipton se respondía en ocasiones afirmativamente, reconociendo al mismo tiempo que ese enfoque tenía todo el aspecto de una paradoja y precisaba una considerable elevación sobre las manifestaciones aparentes. Para aceptarlo, hacía falta antes que nada negar, por una parte, todo el significado real a los golpes, culatazos y otras brutalidades menos inofensivas con las que se exteriorizaba el espíritu japonés y, por la otra, la imponente exhibición de dignidad que el coronel Nicholson había adoptado como arma favorita para afirmar la superioridad británica. Clipton, sin embargo, se dejaba llevar por esta valoración en un momento en que su jefe le tenía sumido en tal estado de rabia que su espíritu sólo alcanzaba a encontrar algo de paz con la búsqueda abstracta y apasionada de las causas primeras.

Era entonces cuando llegaba invariablemente a la conclusión de que el conjunto de las características que componían la personalidad del coronel Nicholson (e incluía, improvisadamente, en esta respetable colección el sentimiento del deber, el apego a las virtudes ancestrales, el respeto a la autoridad, la obsesión por la disciplina y el amor a la obligación bien cumplida) encontraban su condensación perfecta en una palabra: esnobismo. Durante estos períodos de febril investigación, le tenía por un esnob, un ejemplo perfecto de militar esnob, elaborado y madurado lentamente, desde la edad de piedra, gracias a un largo proceso de síntesis, en el que la tradición iba asegurando la conservación de la especie.

Clipton, por otra parte, era una persona objetiva por naturaleza y poseía el extraño don de ser capaz de considerar un mismo problema bajo enfoques muy diferentes. Tras calmar un poco con su conclusión la tempestad desencadenada en su cerebro por determinadas actitudes del coronel, se sentía súbitamente inclinado a la indulgencia, reconociendo, casi conmovido, la excelencia de sus virtudes. Admitía que, si bien éstas eran las propias de un esnob, un análisis lógico un poco más detallado obligaría probablemente a clasificar en la misma categoría los sentimientos más admirables y, finalmente, acababa identificando en el amor maternal la manifestación más evidente del esnobismo en este mundo.

El respeto que el coronel Nicholson sentía por la disciplina había quedado bien patente en el pasado, en diversas regiones de África y Asia. Se reafirmó de nuevo en 1942, en Singapur, durante el desastre que siguió a la invasión de Malasia.

Después de que el alto mando ordenara rendir las armas, un grupo de jóvenes oficiales de su regimiento estableció un plan para alcanzar la costa, apoderarse de una embarcación y navegar hasta las Indias holandesas. No obstante, el coronel Nicholson, sin dejar de rendir tributo a su audacia y coraje, se opuso a este proyecto por todos los medios aún a su disposición.

Primero trató de convencerles, explicándoles que esa tentativa contravenía directamente las instrucciones recibidas. Después de que el comandante en jefe firmara la capitulación de toda Malasia, la fuga de todo súbdito de Su Majestad supondría un acto de desobediencia. En su opinión, no había más que una línea de conducta posible: esperar en el lugar en que se encontraban a que un oficial de alto rango japonés viniera a recibir su rendición, la de sus mandos y la de los centenares de hombres que habían escapado a la masacre de las últimas semanas.

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