– ¿Una cebra, dices?-preguntó el señor Kumar.
– Así se llama-respondí-. Pertenece a la misma familia que los caballos.
– El Rolls-Royce de los equinos-dijo el señor Kumar.
– Es un animal fabuloso-dijo el señor Kumar.
– Ésta es una cebra de Grant-dije.
– Equus burchelli boehmi-dijo el señor Kumar.
– Alahu akbar-dijo el señor Kumar.
Y yo dije:
– Es preciosa.
Los tres nos la quedamos mirando.
Son muchos los casos de animales que llegan a acuerdos de convivencia sorprendentes. Todos ellos ilustran el equivalente animal del antropomorfismo: el zoomorfismo, en el que el animal supone que un ser humano, u otro animal, pertenece a su propia especie.
El caso más conocido es también el más común: el perro de compañía, que tanto ha asimilado a los humanos dentro del reino canino que hasta quiere copular con ellos, un hecho que puede corroborar cualquier propietario de perro que haya tenido que sacar a su can apasionado de la pierna de una visita abochornada.
El agutí dorado y la paca moteada se llevaban muy bien. Cada día se acurrucaban y dormían felizmente juntos hasta que alguien decidió hacerse con el primero.
Ya he mencionado nuestra manada de rinocerontes y cabras, y el caso de los leones de circo.
Hay historias ratificadas de marineros que, creyendo que iban a morir ahogados, se han visto empujados hasta la superficie y sostenidos allí por grupos de delfines. Es una forma característica de estos cetáceos de ayudarse mutuamente.
En la bibliografía se menciona el caso de la relación amistosa que se dio entre un armiño y una rata. Entre tanto, las otras ratas presentadas al armiño perecían devoradas de acuerdo con el natural característico de los armiños.
Nosotros también tuvimos un caso de postergación insólita en una relación predador-presa. Hubo un ratón que convivió durante varias semanas con las víboras. Mientras que los otros ratones que depositábamos en el terrario desaparecían en menos de cuarenta y ocho horas, este pequeño Matusalén marrón se construyó un nido, almacenó los granos que le dimos en sus diversos escondites y correteó por el terrario a plena vista de las serpientes. No dábamos crédito a nuestros ojos. Pusimos un cartel para que los visitantes pudieran ser testigos del prodigio. Finalmente, encontró la muerte de una forma muy curiosa: lo mordió una de las víboras más jóvenes. ¿No estaba al corriente del estatus especial del ratoncito? ¿No estaba socializada con él, quizá? Fuera cual fuese el motivo, el ratón fue mordido por una víbora joven pero la devoró, y al instante además, una víbora adulta. Si hubo un hechizo, fue roto por la víbora pequeña. Tras este portento, las aguas volvieron a su cauce. Todos los ratones posteriores desaparecieron por las tragaderas de las víboras al ritmo habitual.
Como bien saben los del gremio, a veces se utilizan perras para que ejerzan de madres adoptivas de los cachorros de león. Aunque los cachorros acaban siendo mucho más grandes e infinitamente más peligrosos que su madre suplente, nunca le crean problemas y ella nunca pierde su temple apacible ni su sentimiento de autoridad sobre su carnada. Hay que poner carteles para los visitantes explicándoles que el perro no es un alimento vivo que hayamos arrojado a los leones (igual que tuvimos que poner carteles señalando que los rinocerontes son herbívoros y no comen carne de cabra).
¿Cómo se explica el zoomorfismo? ¿Será que un rinoceronte no sabe distinguir entre grande y pequeño, una piel dura y una piel suave? ¿El delfín no tiene claro lo que es un delfín? Creo la respuesta está en algo que he mencionado antes: ese grado de locura que hace que la vida discurra de forma inescrutable, y que a la vez sea precisamente lo que la salve. El agutí dorado, igual que el rinoceronte, precisaba compañía. Los leones de circo no quieren saber que su líder es un alfeñique humano; la ficción les garantiza un bienestar social y evita la anarquía violenta. En cuanto a los cachorros de león, seguro que se llevarían un susto de muerte si supieran que su madre es una perra, pues querría decir que son huérfanos, la peor condición imaginable para cualquier vida nueva de sangre caliente. Estoy convencido de que hasta la víbora adulta, mientras engullía el ratoncito, debió de sentir una punzada de remordimiento en su mente subdesarrollada, una sospecha de que acababa de perderse algo grande, algo que quedaba a apenas un salto imaginativo de la realidad cruda y solitaria de una serpiente.
Me muestra un álbum de fotos, recuerdos de la familia. Primero aparecen las fotos de su boda. Una ceremonia hindú en la que Canadá sobresale por los cantos. Un él más joven, una ella más joven. Fueron a las cataratas del Niágara de luna de miel. Se lo pasaron muy bien. Hay sonrisas que lo demuestran. Volvemos atrás en el tiempo. Fotos de sus días estudiantiles en la Universidad de Toronto; con un grupo de amigos; delante de Saint Michael’s College; en su habitación; durante Diwali en la calle Gerard; recitando en la iglesia de San Basilio vestido con una toga blanca; con otra especie de toga blanca en el laboratorio del departamento de zoología; el día de su graduación. En cada una luce una sonrisa, pero sus ojos cuentan otra historia.
Fotos de su estancia en Brasil, rodeado de perezosos de tres dedos in situ.
Gira la hoja y saltamos al otro lado del Océano Pacífico. No hay casi nada. Me dice que la cámara disparaba a menudo, en todas las ocasiones importantes de rigor, pero que lo perdió casi todo. Lo poco que tiene es gracias a los esfuerzos de Mamaji por reunir y enviarle lo que encontró tras los acontecimientos.
Hay una foto que fue tomada en el zoológico durante la visita de un VIP. Me revela otro mundo en blanco y negro. La foto está repleta de gente. El centro de atención es un ministro de Estado de la Unión. En el fondo se asoma una jirafa. A un extremo se distingue un señor Adirubasamy considerablemente más joven.
– ¿Es Mamaji?-le pregunto, señalándolo.
– Sí-responde.
Hay un hombre al lado del ministro que lleva unas gafas con montura de carey. Está muy bien peinado. Es perfectamente posible que sea el señor Patel, con un rostro más redondo que el de su hijo.
– ¿Este de aquí es tu padre?
Niega con la cabeza.
– No sé quién es.
Durante unos segundos, se queda callado.
– Mi padre estaba al otro lado de la cámara.
En la misma hoja hay una foto de grupo. Casi todos son niños. Le señala con el dedo.
– Mira, este de aquí es Richard Parker-dice.
Me deja asombrado. Miro de cerca, intentando extraerle la personalidad de su aspecto. Por desgracia, la foto es en blanco y negro, y está un poco desenfocada. Una foto hecha en mejores tiempos, de forma espontánea. Richard Parker está mirando hacia otro lado. Ni siquiera se ha dado cuenta de que le están haciendo una foto.
La página de enfrente está dedicada exclusivamente a una foto en color de la piscina del Aurobindo Ashram. Se trata de una piscina al aire libre con agua limpia y brillante, baldosas azules y una piscina contigua para hacer saltos de trampolín.
En la siguiente página aparece una foto de la entrada principal del Petit Séminaire. El lema de la escuela está pintado en el arco encima de la puerta: Nil magnum nisi bonum. No existe grandeza sin bondad.
Y ya está. Una infancia entera plasmada en cuatro irrelevantes fotos.
Se vuelve melancólico.
– Lo peor de todo-dice- es que apenas recuerdo cómo era mi madre. La veo en mi mente, pero es una imagen fugaz. En cuanto intento mirármela de cerca, se desvanece. Lo mismo me pasa con su voz. Si la viera por la calle, todos sus rasgos se agolparían en mi memoria. Pero es muy poco probable que ocurra. Es muy triste no acordarte de cómo es tu propia madre. Cierra el álbum.
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