Los animales fueron sedados y metidos en jaulas. Las jaulas fueron aseguradas. Almacenamos el pienso. Localizamos nuestra cabina, desamarraron las cuerdas y sonaron los pitos. A medida que el carguero salía del puerto y se metía mar adentro, dije adiós a la India, agitando la mano con frenesí. Hacía un sol espléndido, había una brisa constante y las gaviotas chillaban encima de nuestras cabezas. Yo apenas cabía en mí de la emoción.
Las cosas no salieron como debieron, pero ¿qué se le va a hacer? Hay que aceptar la vida como venga y sacarle el mejor partido posible.
Las ciudades de la India son grandes y memorablemente alborotadas, pero cuando sales de ellas, atraviesas grandes extensiones de paisaje en las que apenas ves un alma. Me acuerdo que me pregunté dónde se habían metido novecientos cincuenta millones de indios.
Podría decirse lo mismo de su casa.
He llegado un poco antes de la hora. Acabo de poner el pie en el primer peldaño de cemento que lleva al porche de su casa cuando por la puerta sale escopeteado un adolescente. Lleva chándal y un equipo de béisbol, y tiene mucha prisa. Cuando me ve, se para en seco del susto. Se vuelve hacia la casa y grita:
– ¡Papá! Ha llegado el escritor.
A mí me dice:
– Hola.
Y sale corriendo.
Su padre aparece en la puerta.
– Hola-dice.
– ¿Tu hijo?-le pregunto, atónito.
– Sí.
Sólo el hecho de reconocerlo lo hace sonreír.
– Siento que no te lo haya podido presentar. Llega tarde a entreno. Se llama Nikhil. Se hace llamar Nick.
Entro en el pasillo.
– No sabía que tuvieras un hijo-le digo.
Oigo unos ladridos. De repente se me acerca corriendo un chucho pequeño de color marrón y negro. Se pone a jadear, a olerme y a dar brincos contra mis piernas.
– Ni un perro-añado.
– No te hará nada. Tata, ¡baja de ahí!
Tata decide no hacerle caso. Entonces oigo:
– Hola.
Pero esta vez el saludo no es corto ni contundente como el de
Nick, sino largo, nasal y ligeramente quejumbroso, un «Holaaaaaaaaa», como si el «aaaaaaaaa» quisiera cogerme suavemente del hombre o tirarme del pantalón.
Me giro. Apoyada en el sofá de la sala, mirándome con timidez, hay una niña morenita, vestida de rosa, y salta a la vista que se siente plenamente en casa. Lleva un gato de color naranja en brazos. Las patas delanteras del gato están completamente levantadas y encima de los brazos cruzados de la niña se le asoma la cabeza casi hundida. El resto del gato está colgando hasta el suelo. Al animal no parece inquietarle que lo sometan a semejante potro.
– Y ésta debe de ser tu hija.
– Sí. Se llama Usha. Usha, cariño, ¿estás segura de que a Moccasin le gusta que lo cojas así?
Usha suelta a Moccasin, que se desploma en el suelo, impertérrito.
– Hola, Usha-le digo.
Se acerca a su padre y me espía de detrás de sus piernas.
– ¿Qué haces, cielo?-dice él-. ¿Por qué te escondes?
No contesta. Me mira con una sonrisa y luego se oculta la cara.
– ¿Cuántos años tienes, Usha?
No contesta.
Entonces Piscine Molitor Patel, conocido por todos como Pi, se agacha y coge a su hija en brazos.
– Venga, que tú ya sabes responder a esa pregunta, ¿eh? Tienes cuatro años. Uno, dos, tres y cuatro.
Con cada número, le aprieta suavemente la nariz con el dedo índice. A ella le hace muchísima gracia. Se ríe y hunde la cabeza en el cuello de su padre.
Esta historia tiene final feliz.
EL OCÉANO PACÍFICO
El buque se hundió. Hizo una especie de eructo gigantesco y metálico. Algunos objetos flotaron hasta la superficie y volvieron a desvanecerse. Todo aullaba: el mar, el viento, mi corazón. Desde el bote salvavidas vi algo en el agua.
Chillé:
– Richard Parker, ¿eres tú? No veo nada. ¡Por favor, que pare de llover de una vez! ¿Richard Parker? ¿Richard Parker? ¡Sí, eres tú!
Solamente le veía la cabeza. Estaba luchando para mantenerse a flote.
– ¡Jesús, María, Mahoma y Vishnu! ¡Cuánto me alegro de verte, Richard Parker! No te rindas ahora, por favor. Ven al bote salvavidas. ¿Oyes este pito? ¡PRRllllll! ¡PRRimil! ¡PRRllllli! Sí, lo has oído. ¡Sigue nadando! ¡Sigue nadando! Sé que sabes nadar bien. Venga, que sólo te quedan treinta metros.
Me había visto. Estaba aterrorizado. Empezó a nadar hacia mí. El agua bullía a su alrededor. Parecía pequeño e indefenso.
– Richard Parker, ¿cómo nos puede estar pasando esto? Dime que es una pesadilla. Dime que no es verdad. Dime que estoy dormido en mi litera en el Tsimtsum, que estoy dando vueltas y que ahora me despertaré. Dime que sigo siendo feliz. Mamá, mi dulce y sabia ángel de la guarda, ¿dónde estás? ¿Y tú, papá, mi querido don angustias? ¿Y tú, Ravi, héroe deslumbrante de mi infancia? ¡Vishnu me ampare, Alá me proteja, Jesús me salve! ¡No puedo más! ¡PRRIIIIIL! ¡PRRIIIIIL! ¡PRRIIIIIL!
No tenía ni un rasguño en todo el cuerpo, pero jamás había experimentado un dolor tan intenso. Tenía los nervios desgarrados y el corazón malherido.
No iba a llegar. Iba a ahogarse. Apenas avanzaba y sus brazadas eran débiles. La nariz y la boca se le estaban hundiendo, pero no me quitaba los ojos de encima.
– ¿Qué haces, Richard Parker? ¿No amas la vida? ¡Pues sigue nadando! ¡PRRIIIIIl! ¡PRRIIIIIl! ¡PRRIIIIIl! ¡Patalea fuerte! ¡Más fuerte! ¡Más fuerte!
Se movió en el agua e hizo ademán de nadar.
– ¿Y qué ha sido del resto de mi familia, las aves, las bestias y los reptiles? Han muerto ahogados también. Me han arrebatado todo lo que quería en esta vida. ¿Y no me merezco una explicación? ¿Tengo que sufrir este infierno sin una justificación del cielo? En ese caso, ¿de qué nos sirve la razón, Richard Parker? ¿Sólo para que destaquemos por nuestras habilidades prácticas: obtener comida, vestimenta y cobijo? ¿Por qué la razón no nos proporciona respuestas más satisfactorias? ¿Por qué somos capaces de echar una pregunta más lejos de lo que somos capaces de recoger una respuesta? ¿Por qué es tan enorme la red si hay tan pocos peces por pescar?
Apenas podía mantener la cabeza en la superficie del agua. Estaba mirando hacia arriba, contemplando el cielo por última vez. En el bote había un aro salvavidas atado con una cuerda. Lo cogí y lo levanté encima de la cabeza.
– ¿Ves este salvavidas, Richard Parker? ¿Lo ves? ¡Agárralo! ¡Umpf! Voy a probar otra vez. ¡Umpf!
Estaba demasiado lejos. Pero el hecho de ver un salvavidas volando hacia él le dio nuevas esperanzas. Se reanimó y empezó a batir el agua con brazadas enérgicas y desesperadas.
– ¡Así, así! Un, dos. Un, dos. Un, dos. Respira cuando puedas. Vigila las olas. ¡PRRIIIIIl! ¡PRRIIIIIl! ¡PRRIIIIIl!
Tenía el corazón helado. Estaba enfermo de aflicción. Pero no había tiempo para pensar en mi estado de shock congelado. Era un shock frenético. Conservaba algo en mí que no quería renunciar a la vida, que no estaba dispuesto a rendirse, que quería luchar hasta el final. De dónde sacó fuerzas ese algo, no lo sé.
– ¿No te parece irónico, Richard Parker? Estamos en el infierno y sin embargo, tememos la inmortalidad. ¡Mira qué poco te falta! ¡FRRllllll! ¡PRRIIIIIl! ¡PRRIIIIIl! ¡Por fin! ¡Por fin! Has llegado, Richard Parker, ya has llegado. Agárrate al salvavidas. ¡Umpf!
Le tiré el salvavidas con todas mis fuerzas. Cayó justo delante de él en el agua. Con las pocas energías que le quedaban se lanzó hacia él y lo agarró.
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