Alberto Vázquez-Figueroa - Maradentro

Здесь есть возможность читать онлайн «Alberto Vázquez-Figueroa - Maradentro» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Maradentro: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Maradentro»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Apasionante final para la trilogía. Los Perdomo Maradentro son una familia que huye de Lanzarote para rehacer su vida en tierras venezolanas. En ese lugar, siguen sucediéndose inesperadas situaciones por ese particular hechizo que Yáiza ejerce sobre los hombres.
Tras varios cambios de morada, finalmente se instalan en la Guayana venezolana donde, la hermosa Yáiza vivirá una mágica transformación.

Maradentro — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Maradentro», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Luego, a medida que el cauce se estrechaba, las chorreras y raudales se hicieron más frecuentes, y llegó un momento, a los dos días de haber dejado por la derecha el río Erebato, que era más el tiempo que pasaban empujando las embarcaciones que navegando sobre ella.

Al fin, cuando el que parecía ser el último afluente importante del Caura quedó definitivamente atrás e hizo su aparición una nueva sabana de alta hierba, el húngaro pareció dar por concluida la travesía y señaló un bosquecillo de acacias.

— Aquél es un buen lugar para esconder las curiaras — dijo —. Un poco más arriba un salto nos corta el paso y al pie del cerro debemos encontrar una «pica» que nos lleve hasta el Paragua.

— ¿Qué es una «pica»…?

— Un sendero abierto en la espesura, que en cuanto te descuidas se cubre de vegetación y hay que «picarlo» o machetearlo de nuevo. Lo importante es no perderlo nunca, porque a veces desaparece bajo la hojarasca y en ese caso lo más probable es que te quedes en la selva para siempre.

— ¿Qué distancia hay hasta el Paragua?

— Unos cien kilómetros, pero antes espero encontrar uno de sus afluentes.

Ocultaron por tanto las embarcaciones con ramas y hojarasca, comieron algo, y emprendieron a pie el camino a través de la extensa llanura de una hierba crecida que les llegaba al pecho, y que de tamo en tanto tenían que segar a machetazos, y aunque la marcha no era rápida, resultaba evidente que el húngaro era andarín de largas distancias que sabía coger un paso y seguirlo durante horas sin experimentar cansancio alguno.

Procuraban sortear las amplias manchas de vegetación que iban surgiendo aquí y allá, y ascendieron por fin hasta una suave colina cuya cima constituía un otero natural desde el que Zoltan Karrás se volvió a contemplar por última vez el Caura que se alejaba trazando una amplia curva hacia el Nordeste.

— Allí está el cerro Guaiquinima — dijo señalando al Noroeste —. Ahora tengo que encontrar la «pica» que nos lleve hacia el Este. Lo mejor es que descansen mientras yo echo un vistazo.

Se acomodó la pesada mochila; bebió un corto trago de agua, y reemprendió la marcha dejándolos en aquel mirador natural contemplando la infinita soledad de las sabanas, las selvas y las montañas guayanesas.

Se miraron y podría decirse que por la mente de los cuatro Perdomo Maradentro, de Playa Blanca, en Lanzarote, pasaba exactamente el mismo pensamiento.

— ¡Estamos locos!

No importa cuál de ellos lo hubiera dicho; la corta frase expresaba el sentir general, porque tan sólo unos locos podían encontrarse sentados en el confín del universo aguardando el regreso de un desconocido que podía muy bien no volver nunca.

Jamás, ni aun cuando naufragaron y se vieron remando sobre un diminuto bote en medio del Océano, experimentaron semejante sensación de abandono, porque el silencio de aquel lugar, por el que ni siquiera el viento corría y el tiempo parecía haberse detenido, impresionaba mucho más que un mar al que estaban acostumbrados de siempre.

— Desde que abandonamos el río, no hemos visto ni un solo animal — señaló Yáiza de improviso —. Ni un pájaro, ni un mono, ni tan siquiera una lagartija o una serpiente… Se diría que aquí la vida se concentra en la selva, junto al agua, y el resto es un desierto dejado de la mano de Dios.

Era cierto. Por no haber, no había ni moscas, y la quietud, una quietud exasperante como no habían encontrado nunca en parte alguna, parecía haberse adueñado de la tierra, como si Dios tan sólo se hubiera acordado de crear el paisaje, olvidándose luego de dotarlo de vida y movimiento.

Así era La Guayana; contraste tras contraste; explosión de ruidos y agitación en un lugar y quietud absoluta unos kilómetros más allá; selva y sabana; agua y tierras secas; rocas muy negras y arena blanquísima; altas mesetas y profundas quebradas.

— ¡Estamos locos!

— Y más loco está quien asegure que aquí hay diamantes — sentenció Aurelia —. Aquí no puede haber más que desolación y muerte.

— Aún podemos volver. Aún se ve el bosque en que ocultamos las embarcaciones y ese río nos devolvería al Orinoco.

— ¿Y él?

— Tal vez lo ha pensado mejor y se ha marchado solo.

— Nunca lo hará.

Asdrúbal se volvió a su hermana, que era quien había hecho tan rotunda aseveración.

— ¿Por qué tienes tanta confianza? — quiso saber —. ¿Y por qué nos hemos puesto en sus manos? ¿Quién es y qué sabemos de él, aparte de que se trata de un aventurero…?

La única respuesta válida les llegó dos horas más tarde, cuando se escuchó un disparo y al mirar hacia el Este distinguió la figura del húngaro que hacía señas desde el borde de una amplia extensión de selva, al pie de un contrafuerte de escarpadas rocas oscuras.

Cuando llegaron a su lado se hallaba sentado sobre un árbol caído fumando su vieja cachimba y sonriendo:

— ¡La encontré! — dijo —. Ahí empieza la «pica» que va al río Paragua, aunque también podemos acabar en Brasil. — Rió divertido —. Para averiguarlo no nos queda más remedio que «echarle pichón». Se puso en pie ágilmente y comenzó a ajustarse la pesada mochila —. Ahora empieza lo difícil.

Tuvieron ocasión de comprobarlo en cuanto el senderillo comenzó a ascender lenta, pero firmemente, obligándoles a trepar abriéndose paso por entre la maleza, arañándose con ramas y espinos, hundiéndose en fango y hojarasca, o tropezando con raíces ocultas y troncos putrefactos por un terreno blanduzco y maloliente, en el que parecían haberse dado cita todos los mosquitos de la región.

El calor, húmedo, denso y pegajoso, obligaba a sudar a chorros, y al cabo de una hora la ropa parecía empapada, mugrienta y desgarrada, porque podría creerse que cada liana estaba dotada de mil garras que buscaran desesperadamente aferrarse a la tela o los cabellos.

Una luz grisácea, opaca y sin relieves pareció apoderarse de los contornos de las cosas e incluso del aire, denso y cargado, porque las espesas copas de los más altos árboles tejían a cincuenta metros sobre sus cabezas una tupida malla que ni el más leve rayo de sol conseguía atravesar. — ¡Dios bendito!

Pero al igual que ocurría con el sol, no había Dios alguno que hubiera descendido en siglos a semejante infierno en el que cada paso parecía ser el último, y el minúsculo sendero jugueteaba una y otra vez a diluirse entre la hojarasca, de modo que únicamente el experto ojo del húngaro conseguía descubrir su itinerario guiándose más bien por intuición que por lo que se le ofrecía a la vista.

Una vieja huella, una marca en un tronco o una rama partida parecían bastarle cuando sus acompañantes se habían dado ya por vencidos, y no cejó en su empeño hasta que la luz disminuyó su intensidad y resultó aventurado continuar sin riesgo a extraviarse.

— ¡Acamparemos aquí! — dijo, y casi de inmediato comenzó a cortar ramas apilándolas con ánimo de encender fuego y por la fuerza de sus golpes y la agilidad de sus movimientos podría creerse que no se encontraba en absoluto fatigado a pesar de la agotadora caminata.

— ¿Nunca se cansa? — quiso saber Sebastián.

Pareció sorprenderse.

— ¿Por esto..? ¡OH, vamos…! — rió —. Aún no sabes lo que es bueno. Cuando lleves una semana paleando cascajo o cerniendo tierra con el agua a las rodillas, sabrás lo que es dolor de espaldas y agotamiento… — Hizo un gesto indeterminado hacia delante —. O cuando esa «pica» comience a trepar de verdad por las montañas y a descender por barrancos y torrentes… Esto de hoy no ha sido más que un paseo para ir calentando los músculos.

— (Cielos!

— ¡Te lo advertí, carajito! ¡Te lo advertí! — replicó divertido —. Ésta es la más portentosa de las tierras, pero es, también, la más dura… — Clavó los ojos en las mujeres que se habían dejado caer, derrengadas, contra el tronco de un árbol —. Y no esperen que me compadezca de nadie — añadió —. Si no llegamos pronto a esa «bomba», todo habrá resultado inútil. ¿Está claro? — Muy claro.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Maradentro»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Maradentro» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alberto Vázquez-Figueroa - Tuareg
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Centauros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Negreros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratas
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Yáiza
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Océano
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - La Iguana
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratin der Freiheit
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Ikarus
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Viaje al fin del mundo - Galápagos
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez Figueroa - Delfines
Alberto Vázquez Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Bora Bora
Alberto Vázquez-Figueroa
Отзывы о книге «Maradentro»

Обсуждение, отзывы о книге «Maradentro» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x