Alberto Vázquez-Figueroa - Piratas

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Piratas: краткое содержание, описание и аннотация

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Piratas es la novela de aventuras en estado puro: el género que ha convertido Alberto Vázquez-Figueroa en el autor español número uno en ventas. Narra una extraordinaria historia repleta de acción, emociones e intriga protagonizada por un viejo corsario británico y un jovencísimo buscador de perlas español al que las circunstancias conducen hasta el barco del temido Jacaré Jack. Los combates en alta mar, los peligrosos juegos de la astucia, el destino de una familia de españoles afincada en el Caribe de la época de la trata de negros y la corrupción generalizada de las autoridades coloniales constituyen el transfondo de una trama trepidante, como corresponde a una de las mejores novelas de su autor.

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Por desgracia, la historia de España destacó siempre mucho más por sus miserias burocráticas que por sus grandezas humanas, pero nunca como durante aquellos tres infortunados siglos la corrupción de los funcionarios públicos abortó tan ignominiosamente y en silencio los sueños de gloria de sus héroes.

Lo que brillantes hombres habían hecho, oscuros hombrecillos habían deshecho, y la isla de Margarita no constituía en absoluto una excepción a tan amarga regla.

Tras lamentarse para sus adentros por la desgracia que significaba haber nacido en un país que podía ser al mismo tiempo tan mísero y glorioso, Sebastián tomó asiento en una piedra fingiendo descansar tras una larga y agotadora caminata, para observar con detenimiento cuanto le rodeaba, tratando de hacerse una idea sobre las posibilidades que tendría su gente de alcanzar la lejana costa en el caso de un asalto a la ciudad.

Oscurecía cuando llegó a la conclusión de que constituiría una auténtica locura intentar saquear La Asunción, y tras cenar sin ganas un poco de queso con galletas y un trago de vino, buscó la protección del bosque para tumbarse a dormir, consciente de que lo que necesitaba era descansar y no pensar en nada.

Antes de que la primera claridad del alba comenzara a anunciarse frente a las costas de Pampatar, que era la punta más oriental de la isla, Sebastián se deslizaba ya sin un rumor entre el espeso bosque, para ir a encaramarse a un frondoso roble que sobresalía del alto muro que rodeaba la enorme hacienda, extraer de las alforjas su dorado catalejo de capitán y enfocarlo hacia la entrada del caserón, que aparecía cerrada a cal y canto.

Acodado en una pequeña torre distinguió a un adormilado centinela, y al poco un gordinflón con aspecto de cocinero surgió por una puertecilla lateral para orinar largamente sobre un espeso seto de flores.

Apenas llevaba unos minutos espiando cuando un bronco vozarrón resonó justo debajo de él:

— ¡Baja de ahí!

Le observó desde lo alto y de inmediato le asaltó la curiosa sensación de que no era ya el hombre taciturno y distante al que había estado cuidando durante tantos años, puesto que ahora sus claros ojos brillaban de un modo diferente y a sus labios asomaba una burlona sonrisa.

Sebastián saltó a tierra, se abrazaron, le apartó para estudiarle con mayor detenimiento, y no le cupo duda alguna de que se parecía más al hombre que le llevaba a buscar perlas en Juan Griego, que al que afilaba machetes en el Jacaré.

— ¿Qué te ocurre? — quiso saber —. ¡Pareces otro!

— ¡Soy otro! — fue la alegre respuesta de Miguel Heredia Ximénez —. Sobre todo ahora que estás aquí. — Le pellizcó afectuosamente los mofletes —. Aunque has tardado más de lo que imaginaba.

— Por lo que veo todo el mundo me espera en todas partes — se lamentó Sebastián —. ¿Tan evidentes resultan mis movimientos?

— No — le tranquilizó su padre abrazándole por los hombros —. Pero en cuanto me enteré de que tu barco había anclado frente a Porlamar abrigué la certeza de que vendrías. Llevo semanas esperándote.

— ¿Y qué ha ocurrido en ese tiempo que te ha hecho cambiar de ese modo?

Su padre le aferró del antebrazo para conducirle a lo largo de un senderillo que bordeaba el alto muro.

— ¡Pronto lo sabrás! — prometió —. Pero ahora háblame de ti. ¿Sigues siendo capitán de piratas?

— Por lo menos hasta hace dos días lo era — fue la humorística respuesta —. Pero ya se sabe que en este oficio puede ocurrir cualquier cosa.

— ¡Lástima! — se lamentó Miguel Heredia —. Siempre abrigué la esperanza de que en el último momento te arrepentirías. ¡Entra! Es aquí.

Habían llegado ante lo que parecía un minúsculo chamizo de labor o un refugio de pastores cerca ya de las lindes del bosque y a mitad de la colina que dominaba el fértil valle.

El margariteño echó una larga ojeada al mísero y maloliente lugar para inquirir apesadumbrado:

— ¿Es aquí donde vives?

— Provisionalmente. Pronto nos iremos. — Su padre sonrió con un punto de ironía al tiempo que el guiñaba un ojo —. A tu barco, si es que aún no te lo han quitado.

Era otro, no cabía duda: un ser totalmente diferente, e incluso podía asegurarse que rejuvenecido, como si los meses de estancia en la isla hubieran tenido la virtud de devolverle a los mejores años de su vida.

Sebastián hizo un leve gesto hacia donde se encontraba el caserón y preguntó:

— ¿Qué has averiguado?

— Ya te he dicho que pronto lo sabrás.

— ¿Y por qué no ahora? — se impacientó Jacaré Jack —. ¿A qué viene tanto misterio?

— No es misterio — fue la evasiva respuesta —. Sencillamente no me apetece hablar de ello. ¿Tienes hambre?

Había abierto un viejo arcón que se encontraba abarrotado de quesos y embutidos, y como parecía firmemente decidido a no dar explicaciones, su cada vez más desconcertado hijo se resignó a comer en silencio, hasta que se escucharon unos discretos golpes en la desvencijada puerta, ésta se abrió y en el hueco se recortó la menuda figura de una pizpireta muchacha de enormes ojos azules.

El corazón de Sebastián dio un vuelco.

— ¡Dios bendito…! — exclamó con voz quebrada —. ¿Eres…?

La recién llegada ni siquiera le dio tiempo a concluir la frase, ya que de un salto se abalanzó sobre él, y permanecieron largo rato abrazados, besándose una y otra vez bajo la sonriente mirada de su padre, quien señaló:

— ¿Comprendes ahora? Ésta era mi gran sorpresa.

Tras nuevos besos, abrazos y largas miradas en los que ambos hermanos parecían pretender reconocerse, o tal vez convencerse de que en efecto acababan de reencontrarse después de tantos años, Celeste se decidió a contar con todo lujo de detalles no exentos de un agudísimo sentido del humor y un desconcertante desparpajo impropios de su edad y de su sexo, cómo su padre la había abordado una tarde en que cabalgaba por las proximidades de la casa, y cómo había decidido esconderle en aquel mísero chamizo a la espera de que él hiciera su aparición.

— ¿Y si no hubiera venido? — quiso saber Sebastián.

— ¡Sabíamos que vendrías! — fue la segura respuesta de la muchacha —. Lo sabíamos de la misma forma que nunca perdí la esperanza, aunque admito que pasé momentos muy amargos. — Tomó con las manos el rostro de su hermano para estamparle un sonoro beso —. ¡Qué guapo eres, Dios! Sigues siendo el hermano más guapo del mundo.

— Y tú la hermana más besucona.

— ¡Hacía siglos que no besaba a nadie! — Celeste hizo una amarga pausa —. Y que nadie me besaba…

— ¿Cómo te ha ido todos estos años? — quiso saber él.

La muchacha, animosa y optimista hasta el punto de que cabría asegurar que nada conseguiría quebrar su desbordante vitalidad, se encogió de hombros quitándole importancia a sus incontables penalidades.

— ¿Qué quieres que te diga? — replicó como si careciera de importancia —. Al principio lloré como una loca, pero al fin llegué a la conclusión de que las lágrimas no conseguirían que volvierais, por lo que decidí ser fuerte. Luego, me pusieron un tutor; un viejo cura muy simpático que me ayudó a superar los peores momentos, y cuando el capitán Mendaña vino a contarme que te dedicabas a comerciar con la gente de la isla abrigué la esperanza de que muy pronto vendrías a buscarme. — Le pellizcó la nariz con marcada intención —. ¡Pero han pasado años!

— No podía hacerlo — le hizo notar su hermano —. Vivíamos de prestado en un barco pirata.

— Lo sé — admitió ella, sonriente —. Papá me lo ha contado. Odio que te hayas convertido en su capitán, pero si ha servido para reunimos, bendito sea Dios… ¿Cuándo nos vamos?

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