Ezequiel Teodoro - El manuscrito de Avicena

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El manuscrito de Avicena: краткое содержание, описание и аннотация

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El director de Operaciones del CNI no soportaba que lo trataran con esa clase de condescendencia.

—Escúchame bien Sawford. He accedido a compartir mi información porque me tenías entre la espada y la pared. Sin embargo, tenlo claro, no voy a consentir que juegues conmigo. Yo no soy como esos, te lo advierto.

—Entendido. Estaré atento —concluyó el director del MI6, dando por cerrada la comunicación.

Esperó a que la pantalla se apagara y se volvió al comisario Eagan.

—¿Qué te parece nuestro amigo?

—Nos hemos entrometido en sus asuntos, y eso nos podría costar un disgusto.

Sawford no estaba de acuerdo.

—Déjalo que juegue. Es un lobo sin colmillos. Ladra mucho, eso es todo —aseguró—. Y volviendo al operativo, ¿formarás parte de él?

—Creí que no me lo ibas a pedir nunca.

—Nunca hemos sido amigos, es verdad. Pero te lo has merecido.

—Gracias, hombre, por reconocerlo —contestó Eagan con una sonrisa forzada—. ¿Y por dónde empezamos?

El director de la agencia británica evitó una respuesta clara.

—De momento, deberemos tener los oídos bien abiertos. El agente infiltrado del CNI español nos mantendrá al día de todo lo que ocurra; los terroristas se pondrán en contacto con ellos en algún momento para acordar lugar, día y hora del intercambio. Ese será el momento de interceptarlos

—¿Y después? ¿Cuándo lo tengamos?

—Tenemos un encargo real, ¿no es así?

El comisario sonrió, Ya imaginaba que el viejo Sawford no iba a cumplir con su palabra, no se trataba únicamente de los terroristas.

En aquel cubículo sin ventilación sus respiraciones retumbaban en los muros de piedra. Por el contrario, el ruido del exterior apenas se oía, amortiguado por esas mismas paredes. Javier se situó en el centro de la minúscula habitación y echó un rápido vistazo alrededor, enfocando con la linterna en todas direcciones. Por más vueltas que daba no existía una alternativa para salir, excepto la de regresar a la nave de la iglesia. Alex observaba enfadada. Él les había metido en este atolladero y él, pensaba, les tendría que sacar. Se sentó de espaldas a la pila bautismal con los brazos recogidos sobre su regazo y cerró los ojos, estaba cansada, hambrienta y enfadada con Javier y consigo misma. No comprendía qué hacía allí, a mil kilómetros de su casa, el cadáver de su padre estaría ahora volando hacia Londres, ¿debería haberle acompañado? Levantó la barbilla y se encontró con la mirada del doctor, parecía abatido. Le recordó en el museo frente al cañón del arma de Jeff, le quería disparar, le hubiera disparado, pero su compasión, ¡él se compadecía de ella! Su ternura la emocionó.

Luego estaba Javier, se dijo con hastío, tanta riña con él la extenuaba.

—Estamos encerrados, no hay más salidas, admítelo.

El agente permanecía de espaldas y ni siquiera se volvió para responder. Alex sonrió, después sintió un escalofrío y se arrebujó en su chaqueta. Hace frío aquí, ¿no debería...? Fue como una chispa, el conocimiento le llegó sin más, existe una corriente de aire que nace en el suelo, junto a la pila, y penetra por las aberturas de su chaqueta y le pone los vellos de punta. Se levantó como un resorte.

—¡En el suelo, en el suelo!

Alex movía frenéticamente las manos señalando la pila bautismal.

—¡Junto a la pila aire, aire junto a la pila!

Javier y el médico la miraron desconcertados, al principio no comprendían a qué se refería; después el agente reaccionó, se agachó y puso la mano sobre el empedrado. Efectivamente, entre las grietas de las losas colocadas alrededor de la pila emergía una pequeña corriente de aire subterránea. Existía una salida debajo, ¿pero cómo llegar a ella? El doctor Salvatierra se acercó a la pila, ¿y si esto fuera la solución?

—Qué decía el último poema.

Javier fue a coger la PDA y las palabras de Alex le detuvieron.

—El guardián de Roma se ensucia las manos al vigilar.

Sonrió y señaló hacia la pared, frente a la pila. Hacía rato que lo había visto pero no había caído en la cuenta de ello hasta ese momento.

—Tenemos la solución al enigma del vigilante con las manos sucias.

Sus acompañantes desviaron la mirada hacia dónde indicaba el médico.

—Allí tenéis a San Pedro con las manos negras, unas manos que señalan a la pila bautismal. Es el camino. Lo habéis encontrado sin recurrir siquiera a la cita.

El doctor Salvatierra se refería a una imagen de poco más de cincuenta centímetros encastrada en la pared a unos tres metros de altura. Las manos del santo habían sido pintadas de negro como si se tratase de guantes.

Javier y Alex se volvieron entonces hacia la pila. Debía tener cientos de años, quizás los mismos que la iglesia, pensó la inglesa. En su base habían esculpido unos marcos acabados en arcos de medio punto, igual que el que resguardaba a la Virgen de la columna. Eran ocho, pero a primera vista sólo cuatro estaban ocupados. Contenían tres figuras humanas, la primera portando una cruz, y las otras dos sosteniendo en un cuarto marco, situado entre ellas, un gran libro.

—Podría ser el manuscrito —aventuró Alex.

—O la Biblia —replicó el agente.

—En cualquier caso, la clave está aquí, no tenemos otra opción; ahora hay que descubrir cómo abrir la puerta.

—¿La puerta?

A Javier aquello no le decía nada. Alex, por el contrario, lo comprendió en seguida.

—Para los cristianos el bautismo es una iniciación —explicó la inglesa—, a través de este sacramento acceden a la comunidad de la los símbolos eran fundamentales, se utilizaban para todo, y qué mejor símbolo que éste para esconder una puerta; sólo alguien con los conocimientos adecuados podría interpretarlo de la forma...

Un fuerte golpe en la nave interrumpió a Alex, quienquiera que fuese había conseguido atravesar la puerta de la torre.

—Están cerca. Apresurémonos. —La situación se volvía más complicada para todos, el médico agarró del brazo a Javier—. ¡La siguiente cita!

Las palabras del comienzo te serán útiles para bajar al inframundo.

—¡¿Qué palabras?! ¡¿Qué principio?! ¡¿El del libro?! ¡¿El de la guía?!

Las preguntas de Alex resonaron en la diminuta sala bautismal, después el sonido de unos pasos evidenció la cercanía de su perseguidor, ahora parecía obvio que únicamente se trataba de una persona. El agente se colocó en la entrada y se llevó la mano a la cintura, donde portaba su pistola.

—No, Javier —la mano del doctor le detuvo—, no podemos hacerlo a toda costa.

El agente asintió con un gesto y el médico retiró la mano. De todas formas Javier sacó el arma, levantó el cañón hacia el techo e hizo un barrido por la nave con la linterna que portaba en la otra mano.

¡No había nadie!

—¡Ha desaparecido!

El médico se volvió hacia Alex.

—Tengo una corazonada. Esa frase, la que encontraste en la entrada, ¿cómo decía?

La inglesa sacó una libreta en la que había apuntado la palabra. AOUESTEDIUEX.

—Tiene que significar algo. La escribieron junto a la puerta, al comienzo de la iglesia. Debe ayudar.

Alex comprendió a qué se refería.

—Pero la cita dice palabras, no palabra.

El médico confirmó mientras reflexionaba. ¿Qué podía significar? ¿Eran varias palabras? ¿En qué idioma? No disponían de tiempo para detenerse en esos detalles y el doctor Salvatierra lo sabía. Sacudió la cabeza apesadumbrado y se sentó, sentía que aquello se acababa.

—Vamos, doctor, no te rindas, seguro que encontramos la solución —Alex no se iba a dar por vencida—. ¡Javier, la linterna!

El agente se giró y la miró con extrañeza.

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