Ezequiel Teodoro - El manuscrito de Avicena
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- Название:El manuscrito de Avicena
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- Издательство:Entrelineas Editores
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- Год:неизвестен
- ISBN:9788498025170
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
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No habían finalizado su somera inspección del entorno cuando un sonido extraño les impresionó, Alex reconoció el mismo sonido que a ella le había atraído. Procedía de la torre.
—Yo he oído eso antes. En aquella casa. —Se apretó contra el cuerpo del médico.
—Lo único que quieren es asustarnos —dijo el médico—. Reconoce —agregó dirigiéndose a Alex— que con aquella trampa no te hubieran matado. Quizá un buen golpe y alguna contusión, eso sí, o como mucho una pierna rota, pero no era fácil que hubiera pasado de ahí.
—Es verdad —intervino Javier—. Además, el alero se desplomó justo antes de que pasáramos por debajo, sólo necesitaban unos segundos más para hacerlo caer sobre nosotros.
—Puede que tengáis razón —dijo Alex sin demasiada confianza. El razonamiento del doctor Salvatierra y del agente no la convencía. Allí había alguien que podía dañarles, no lo había hecho hasta ahora pero eso no quería decir que siempre tuvieran tanta suerte.
De pronto el sonido desapareció tal como había llegado a sus oídos. Aunque eso no les tranquilizó, se miraron expectantes. ¿Ahora qué?, parecían decirse con los ojos. El médico le apretó la mano a Alex, Javier se había acercado a ellos.
—Debemos empezar, es tarde —recordó el agente.
Sus pupilas se habían acostumbrado a la escasa luz eléctrica de las lámparas y ya apreciaban con claridad los contornos de los bancos, el perfil horizontal del altar, el muro de ladrillos que cerraba la iglesia bajo el coro, el propio coro, de madera oscura.
—Sí, sigamos con lo que nos ha traído —añadió el médico—, sea lo que fuere, aún no está aquí. Lo importante es que no nos separemos.
Luego, el doctor Salvatierra señaló el retablo sin decir ni una palabra más y se dirigió hacia allí con decisión. Alex y Javier le vieron alejarse hasta el fondo de la nave. Acto seguido, la inglesa se dio la vuelta y se fijó en la puerta, era mejor comenzar por el principio. La madera había perdido el brillo del barniz, desvió la mirada hacia los bancos más cercanos, también aparecían descuidados. Quien quiera que cuide de aquello no se preocupa de su conservación. Junto a la puerta descubrió una frase, en realidad una palabra, escrita en uno de los sillares de la pared, justo a la altura de sus ojos. AOUESTEDIEUX.
—¡¿Podéis venir un momento?!
Javier se volvió, se había retirado unos metros, hasta situarse bajo el coro. Alex le hacía señales. Al agente le fastidiaba ese tono de exigencia en sus palabras pero gruñó una respuesta, algo así como ¡ya va! o ¡ahora! La inglesa no lo entendió aunque le vio acercarse.
—¿Qué puedes leer aquí? Podría ser castellano antiguo, no conozco tanto vuestra lengua, o tal vez francés.
—Aqueste... —dijo Javier—, no sé, no logro descifrarlo.
El médico continuaba ante el retablo.
—¡Doctor!
Alex prefería la opinión del médico. Confiaba más en este hombre que en cualquier otro, le había salvado la vida pese a..., se obligó a no pensar en aquello. Aún le atormentaba.
—Sí, parece que han escrito «aqueste», pero el resto de la frase se me escapa también —confesó el médico—; Dieu es Dios en francés.
Entretanto, el agente había extraído un aparato de su mochila.
—¿Eso para qué es?
—Es un scanner . Quizá un examen detenido a una resolución mayor arrojaría algo de luz.
Pasó el instrumento de izquierda a derecha a lo largo de toda la palabra y después lo conectó a su PDA y lo envió por correo electrónico a una oficina del CNI en Madrid. En ese instante, la luz se apagó con un chisporroteo.
Azîm el Harrak gritaba colérico. El infiel a su servicio le había comunicado que todas las agencias de información están al tanto de su operación y en estos momentos trabajan en colaboración. Desconocía cómo alcanzaron ese nivel de cooperación, pero no era nada bueno para la ejecución del Día del Juicio Final.
—Debes pegarte a ellos en todo momento.
—Señor, no sé si podré. No se fían de nadie —le aseguró el infiel.
—No me pongas excusas... —bramó El Harrak—. Hasta que el documento esté en nuestro poder estarás comprometido al cien por c1en.
La voz calló al otro lado del teléfono.
—¿Entendido?
—De acuerdo, señor.
—Respecto a la mujer, Nasiff ya la tiene en lugar seguro. En cuanto el médico nos confirme que ha conseguido el manuscrito, deberás trasladarte al lugar elegido para el intercambio. Me interesa que tú estés presente, sería fácil engañar a mis hombres con otro documento de similares características... Si todo va según lo acordado, Alá sabrá recompensarte —agregó condescendiente—, sin embargo guárdate bien si las cosas no se solucionan como esperamos.
El terrorista cortó la comunicación aún enojado. Dejó sobre la mesa el arma con la que jugaba a menudo y, con un gesto mohíno, abrió en su pantalla el localizador de la zona de intercambio. Allí, sobre líneas que se entrecruzaban, pardeaban varios puntos verdes y uno, mayor que los demás, de color rojo. Era la secuestrada. Todas sus esperanzas residían en esa mujer y, sobre todo, en el amor que sentía el médico por ella. Si el doctor era capaz de encontrar el manuscrito y entregarlo a cambio de la vida de su esposa, comenzaría la última fase de un plan largamente elaborado.
—Por fin veremos cumplidos nuestros sueños, aunque sea tres años después —se regocijó mientras saboreaba un té cargado y caliente, y observaba el tráfico a sus pies, en la Quinta Avenida.
La iglesia había quedado a oscuras. La poca luz que filtraban las vidrieras de colores de los ventanales permitía una escasa claridad grisácea, lo que le devolvió al templo el aspecto tenebroso que les impactó cuando flanquearon la entrada. A los tres les pilló juntos, unos a otros se agarraron de las manos. Si tiene que pasar algo será ahora. El médico respiraba agitadamente. Apretó la mano de Alex y ésta le devolvió el gesto, después se estrecharon el uno contra el otro. A la inglesa también le asustaba la situación.
—Sin luz no vamos a poder continuar la búsqueda —se lamentó
Alex.
El agente extrajo del bolsillo su linterna y la encendió dirigiéndola hacia sus dos compañeros. La luz les cegó por un momento.
—Aparta eso —protestó Alex.
—Creo que con esto podremos seguir —dijo Javier orientando el haz de luz hacia la nave.
De pronto oyeron un estruendo.
—Vienen a por nosotros. —La inglesa dio un paso atrás tirando hacia sí del brazo del médico.
El sonido procedía de todas partes. Vigilaron en derredor, apretujándose los tres entre sí mientras Javier dirigía la linterna hacia todos lados. Pero no descubrieron ningún movimiento en la iglesia.
—¡Ya está bien! Sé que estáis intentando asustarnos. —La voz del agente resonaba en las paredes—. ¡Hemos venido a buscar algo y hasta que no lo encontremos no nos vamos a marchar! Así que ya podéis seguir con vuestras bromitas.
Guardó silencio, esperando quizá alguna respuesta, de cualquier tipo. Nada, todo continuaba igual.
—Se lo hemos dicho ya, ¿no? —Dirigió el haz de luz a sus compañeros para verles—. Ahora continuemos, tu esposa nos está esperando.
—Terminemos cuanto antes —dijo apresuradamente el médico—. Asegúrate Javier de que las puertas están cerradas, al menos no podrán entrar, ya veremos cómo salimos más tarde.
El agente corrió a cumplir la orden.
—Alex, tú has leído el libro. Piensa cómo lo haría el autor, recuerda la frase y busca una intuición, tú eres la experta y no tenemos tiempo para más. —Le puso las manos en los hombros—. Recuerda la historia, imagínate aquella época, en esta iglesia. Donde se asienta la madre sobre Roma . ¿Quién es la madre? ¿Es su madre?
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