Ezequiel Teodoro - El manuscrito de Avicena

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El manuscrito de Avicena: краткое содержание, описание и аннотация

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Cerrados los ojos, por la memoria de Alex se sucedía la historia de los padres del monje, sus sacrificios, su dolor, el manuscrito. Se veía a sí misma, veía la iglesia, la diosa madre, el amor de una madre, el sacrificio también...

—Es la Virgen —dijo en un susurro—. La madre es la Virgen María.

Unos metros por detrás, el agente atravesaba unos bancos delante de la puerta por la que habían accedido al templo. Más tarde deberá encargarse de otra más pequeña que sirve para acceder a la torre, aunque confiaba que de aquella no escapara ninguna sorpresa.

—Y si la Madre es la Virgen, ¿dónde está Roma? ¿Qué es Roma? —Preguntó el médico a Alex, que permanecía como en trance, con los párpados cerrados.

—Roma tiene que ser una idea, un concepto. No se refiere a la ciudad, ni al Vaticano, es un símbolo... Se trata de una señal, una Virgen sentada en el trono..., que supera las viejas tesis de los Papas de Roma, que triunfa. Es una Virgen coronada sobre algo... sobre...

En ese momento Javier se giró. La pequeña puerta se encontraba enfrente de la primera. Se acercó, arrojó la vela de un cirio y usó el soporte para obstruir la apertura, en la mano sujetaba la linterna, luego se alejó un par de pasos hacia atrás como temiendo que de aquella puerta pudiera surgir algún monstruo.

—No lo sé, no he visto nada aún de la iglesia. Es una Virgen coronada, de eso no hay duda pero tenemos que buscar...

—No hay tiempo Alex, tiene que ser ya...

El haz de luz se detuvo en ese instante sobre la pequeña puerta de la torre. A unos cuatro metros de altura, entronizada en un arco de medio punto, una figura pequeña, de apenas medio metro, encima de una columna con capitel de indiscutible procedencia romana.

—Aquí es...—rugió Javier—. La hemos encontrado.

La inglesa abrió los ojos, se volvió y miró hacia donde señalaba el agente. Allí estaba: la Virgen coronada que se asentaba sobre Roma, triunfante, sonriente y poderosa. Una imagen de la Virgen sobre un capitel de ascendencia latina.

—¡La siguiente frase!

El guardián de Roma se ensucia las manos al vigilar.

—Otro acertijo de estos y no... —se quejaba Alex cuando un estallido los paralizó. ¡Un disparo!

Javier enfocó al médico y a Alex, se mantenían de pie y juntos, quienesquiera que fuesen persistían en su actitud de no dañarles. Dirigió la linterna hacia los muros preguntándose desde dónde dispararon, en el interior de la nave sólo estaban ellos. Después orientó el haz de luz hacia el coro y, finalmente, al retablo. Nadie, era imposible.

El silencio que sobrevino fue más opresivo que la descarga, alguien disponía de un arma y la había utilizado. En medio de esa calma incierta se infiltró en todos la sensación de que en cualquier momento podrían morir, al doctor Salvatierra aquella impresión de hallarse en manos de desconocidos le paralizaba los músculos. Se frotó el muslo derecho, un hormigueo le recorría las piernas de arriba abajo, sintió una sacudida, como una corriente eléctrica, y se derrumbó sobre un banco. La inglesa ni siquiera acertó a sujetarle y el golpe de su espalda contra el asiento resonó en los muros.

—¡Javier, ayúdame! —Gritó Alex.

El agente corrió junto al médico.

—Alúmbranos.

La linterna palidecía su semblante, era normal que la luz amarilleara su cara pero no hasta ese extremo. Javier le tomó el pulso, no bajaba de ciento diez. El médico resollaba y sudaba abundantemente por el cuero cabelludo, Alex sacó un pañuelo de papel de su bolso y le secó la frente.

—Tienes que reposar y tomar algo, no hemos comido nada desde esta mañana.

El médico negó con un gesto. Aunque por unos segundos se había visto arrojado a un pozo negro ahora volvía poco a poco en sí y lo primero que recuperó no fue la sensación de que se encontraba en peligro sino la impresión de que el riesgo era mucho mayor para Silvia. La muerte la acecha, hay que actuar. Se apoyó en el respaldo del banco y en el antebrazo que le ofrecía Javier y se alzó con lentitud.

—No tenemos tiempo, encontremos lo que hemos venido a buscar... —les rogó a media voz.

Alex se conmovió. Le emocionaba la determinación que el amor sin límites hacia Silvia le confería, el doctor Salvatierra amaba profundamente a su mujer, la mayoría de los hombres fanfarroneaban, él entregaba todo lo que poseía por su esposa con honestidad, asustado aunque dispuesto a resistir.

—El guardián de Roma no puede ser otro que la piedra sobre la que se asentó la Iglesia católica, San Pedro —explicó Alex.

El médico la dirigió una mirada de agradecimiento.

—Antes de llegar a ese punto debemos averiguar qué nos dice la Virgen, puede señalar un sitio, esconder alguna nueva pista.

En ese momento oyeron unos pasos, procedían de la torre.

—No tenemos tiempo de elucubraciones. ¿Qué quieres hacer? ¿Analizar, explorar, sistematizar la información para averiguar si hay un puñetero error en todo esto? —Protestó Javier—. ¡Hagámoslo de una vez y marchémonos!

—Vale, busquemos ese manuscrito... —le gritó la inglesa.

—Bien —replicó el agente.

—Bien —insistió ella.

Los pasos se habían detenido. El médico les contempló a ambos, había que poner algo de cordura en esta situación.

—Esa persona... —señalaba hacia la puerta de la torre—, esa persona, o personas, intenta impedirnos ayudar a mi mujer. Silvia está en peligro y yo no sé si llegaré a tiempo para... —se dirigió a Javier—, tú eres un profesional. Deberías mostrarte frío en situaciones como ésta, mucho más que cualquiera de nosotros. —El agente iba a contestar pero el médico no se lo permitió—. Y tú, Alex, no eres una chiquilla. Quieres encontrar a quien asesinó a tu padre y a ese Tyler ¿No es así? Para eso tendrás que tener paciencia y no dejarte llevar por el miedo y...

El sonido de un golpe en la puerta de la torre le interrumpió.

—Quieren entrar... —Javier se precipitó hacia la puerta seguido por Alex y el médico. Sonaron varios impactos más.

—Parece que la teoría del susto no era completamente acertada —vociferó la inglesa.

—¡Otro banco! —El agente señaló hacia los asientos de madera.

Agarraron uno de los bancos y lo apoyaron contra la puerta junto a los otros dos que Javier usó minutos antes para obstruir la puerta. Resistirá, se dijo el médico.

—Alex, siempre hay una salida para todo.

—Sí, en nuestro caso, la salida tiene que ser esa —dijo el agente mientras revelaba la localización de una abertura—, bajo la escultura de la Virgen, eso debe ser una señal...

Se trataba de una especie de hendidura de no más de medio metro de ancho, hasta ahora no la habían advertido porque la ocultaba parcialmente el confesionario. Javier cogió la linterna y la dirigió hacia la cavidad oscura que se adivinaba detrás.

—No tenemos otra opción.

El agente fue el primero en entrar. Se trataba de un diminuto cuarto, de no más de tres metros cuadrados, que tan solo albergaba una pila bautismal de piedra. No parecía que allí hubiera una forma de salir. Los otros dos entraron apresuradamente y se encontraron con el mismo panorama desolador.

—¿Y esta es la salida? No se te podía haber ocurrido otra cosa James Bond —se burló Alex.

El director de Operaciones del CNI no tuvo otra opción que claudicar ante la presión del resto de las agencias de información, naturalmente aseguró que la misión encomendada era hallar el manuscrito para alejarlo de las manos de los terroristas. En ningún momento se le ocurrió decir que su interés también tenía mucho de personal.

—Álvarez, debo agradecerte tu colaboración en este trabajo —concedió el director del MI6 una vez finalizada la reunión conjunta—. Sé que para ti no ha debido de ser fácil pero créeme si te digo que tu información será recompensada... si llegamos a tiempo.

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