—Eso es algo que corresponde a mi hijo —contesté—, no a mí.
La mañana siguiente, inesperadamente, se presentaron los dos amigos de Mino, Tullio y Tommaso. También ellos habían recibido una carta de Mino en la que, después de anunciarles que pensaba matarse, les advertía lo que él llamaba su traición y les ponía en guardia contra sus consecuencias.
—No temáis —dije con aspereza—. Si tenéis miedo, podéis estar tranquilos… No os ocurrirá nada en absoluto.
Y les conté lo de Astarita y cómo éste, el único que sabía todo aquello, había muerto y que el interrogatorio no constaba por escrito y que ellos no habían sido denunciados. Me pareció que Tommaso estaba sinceramente apenado por la muerte de Mino, pero que el otro aún no había reaccionado del susto. Al cabo de un rato, Tullio dijo:
—Pero nos ha dejado en un buen lío. ¿Quién podrá en lo sucesivo fiarse de la Policía? Nunca se sabe… Ha sido una verdadera traición.
Y se frotó las manos, acabando como de costumbre en una risa descompuesta, como si la cosa fuera verdaderamente cómica.
Me levanté indignada y dije:
—¡Qué traición ni qué tonterías! Se ha matado… ¿Qué más queréis? Ninguno de vosotros habría tenido valor para hacer lo mismo… Y además os digo que no tenéis ningún mérito si no habéis traicionado, porque sois dos desgraciados, dos miserables, dos muertos de hambre, que nunca habéis tenido un céntimo, y las vuestras son unas familias de desgraciados, de pobretones, de miserables y si las cosas os van bien tendréis finalmente lo que no habéis tenido nunca y viviréis bien vosotros y vuestras familias… Pero él era rico, había nacido en una familia rica, era un señor, y si hacía lo que hacía era porque creía en ello y no porque esperara nada. Él tenía mucho que perder, al contrario de vosotros que podéis ganarlo todo. Deberíais avergonzaros de venir a hablarme de traición…
El pequeño Tullio abrió su enorme boca como para contestarme, pero el otro, que me había comprendido, lo detuvo con un gesto y me dijo:
—Usted tiene razón… Esté tranquila… Yo al menos pensaré siempre bien de Mino.
Parecía conmovido y sentí simpatía por él porque se veía que había querido de veras a Mino. Después me saludaron y se fueron.
Al quedarme sola, me sentí casi aliviada en mi dolor por todo lo que había dicho a aquellos dos individuos. Pensé en Mino y pensé en mi hijo. Pensé que iba a nacer de un asesino y una prostituta, pero a todos los hombres les puede suceder matar y a todas las mujeres darse por dinero, y lo que más importaba era que naciera bien y se criase sano y fuerte. Y decidí que si era varón lo llamaría Giacomo en recuerdo de Mino. Pero si era una hembra la llamaría Letizia porque quería que, a diferencia de mí, tuviese una vida alegre y feliz y estaba segura de que, con la ayuda de la familia de Mino, la tendría.