• Пожаловаться

Alberto Moravia: La romana

Здесь есть возможность читать онлайн «Alberto Moravia: La romana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1970, категория: Классическая проза / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

Alberto Moravia La romana

La romana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La romana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un clásico del realismo italiano. La Roma de Mussolini es el telón de fondo de la caída moral de una muchacha sencilla y bienintencionada.

Alberto Moravia: другие книги автора


Кто написал La romana? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

La romana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La romana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Eso puede pasar.

—¿Crees que lo matará?

—No me extrañaría.

—Hay que avisarle —grité levantándome y empezando a vestirme—. Estoy segura de que lo matará… ¿Por qué no lo habré pensado antes?

Seguí vistiéndome lo más rápidamente posible sin dejar de hablar de mi miedo y mi presentimiento. Mino no decía nada, fumaba y paseaba a mi alrededor. Por último, le dije:

—Voy a casa de Astarita… A esta hora suele estar en su casa… Tú espérame aquí.

—Voy contigo.

No insistí. En el fondo me gustaba que me acompañara porque me sentía tan agitada que temía encontrarme mal. Me puse el abrigo y le dije:

—Tendremos que coger un taxi… ¡Pronto!

Mino se puso el gabán y salimos.

En la calle eché a andar aprisa, casi corriendo, y Mino me seguía, cogiéndome el brazo y alargando el paso. Al poco tiempo dimos con un taxi, subí apresuradamente y di la dirección de Astarita. Era una calle en el barrio de Prasti. Yo no había ido nunca, pero sabía que no estaba lejos del Palacio de Justicia.

El taxi empezó a correr y yo, como fuera de mí, me puse a seguir la carrera, inclinada hacia delante, mirando las calles por encima del hombro del conductor. De pronto oí a Mino hablar en voz baja como consigo mismo: «¿Qué puede ser? Una serpiente ha devorado a otra serpiente». Pero no le hice caso. Cuando estuvimos delante del Palacio de Justicia, hice parar al taxi, bajé y Mino pagó. Atravesamos corriendo los jardincillos por los paseos con gravilla, entre los bancos y árboles. La calle en la que vivía Astarita se me presentó de pronto ante los ojos, larga y rec­ta como una espada, iluminada en toda su longitud por una hilera de grandes farolas blancas. Era una calle de edificios regulares y macizos, sin tiendas, y parecía desierta. Astarita tenía un número alto, debía de estar al final. Era tanta la tranquilidad de aquella calle que dije:

—Puede que todo haya sido una imaginación mía, pero tenía que hacerlo.

Pasamos tres o cuatro de aquellos edificios y otras tantas bocacalles y después Mino dijo con voz tranquila:

—Pero debe de haber sucedido algo… Mira.

Levanté los ojos y, a no mucha distancia, vi un grupo de gente delante de uno de aquellos portales. Una hilera de personas se alineaba al borde de la acera y miraba a lo alto, hacia el cielo oscuro. Estuve inmediatamente segura de que aquél era el portal de Astarita. Eché a correr y me pareció que Mino también corría.

—¿Qué es? ¿Qué ha pasado? —pregunté jadeante a los primeros del grupo que se estrujaba frente al portal.

—No se sabe bien —contestó el individuo al que me había dirigido, un muchachote rubio, sin sombrero ni abrigo, que sujetaba por el manillar una bicicleta—. Alguien que se ha tirado por el hueco de la escalera… o lo han tirado… Los guardias han subido al tejado y andan buscando a otro.

A fuerza de codazos me abrí paso, entré en el portal, que era espacioso y bien iluminado y estaba lleno de gente. Una escalera blanca con el pasamanos de hierro forjado subía en amplia curva por encima de todas las cabezas. Cuando avanzaba, casi impelida por mi impulso interno, pude ver por encima de todos los hombros allí agolpados un espacio libre del pavimento, debajo de la escalera. Una pilastra redonda de mármol blanco sostenía una figura de bronce dorado, alada y desnuda, con un brazo en alto que sostenía una antorcha de vidrio opaco con una bombilla dentro. Precisamente debajo de la pilastra, una sábana cubría en el suelo un cuerpo humano. Todos miraban a un mismo lado y yo también miré y vi que miraban un pie calzado de negro que asomaba por el borde de la sábana. En aquel momento varias voces empezaron a gritar imperiosamente: «¡Atrás! ¡Fuera, fuera! ¡Atrás!», y me sentí empujada con violencia, junto con los demás, hasta la calle. Los dos grandes batientes del portal se cerraron inmediatamente.

Con voz apagada dije a alguien que estaba detrás de mí:

—Mino, vamos a casa.

Al mismo tiempo me volví. Y vi una cara desconocida que me miraba con extrañeza. La gente, después de haber protestado a gritos y de haber golpeado en vano el portal cerrado, se desparramaba por la calle haciendo comentarios. Otros llegaban de todas partes corriendo; dos coches y un ciclista se habían detenido a preguntar. Me puse a dar vueltas con creciente ansiedad por entre el gentío, mirando una a una todas aquellas caras, sin atreverme a decir nada. A veces, unas nucas y unas espaldas me parecían las de Mino y cuando lograba meterme den­tro de los grupos veía solamente caras desconocidas que me miraban con sorpresa. La gente se agolpaba aún delante del portal. Sabían que allí había un cadáver y todavía esperaban verlo. Permanecían apretados, con caras pacientes y serias, como cuando se hace cola a la puerta de un teatro. Yo seguía dando vueltas y de pronto me di cuenta de que ya los había visto a todos y que las caras empezaban a repetirse.

En uno de los grupos me pareció oír el nombre de Astarita y me di cuenta de que no me importaba ya nada y que mi angustia se centraba ahora en Mino. Por fin me convencí de que ya no estaba allí. Debía de haberse alejado mientras yo iba hacia el portal. No sé por qué pensé que debería haber esperado aquella huida y me sorprendió no haberlo pensado antes. Reuní todas mis fuerzas y me arrastré hasta la plaza, tomé un taxi y di la dirección de mi casa. Pensaba que Mino podía haberme perdido y que habría vuelto a casa. Pero estaba casi segura de que no era así.

No estaba en casa ni vino "por la noche ni el día siguiente. Permanecí encerrada en mi cuarto, dominada por un malestar ansioso tan profundo que me temblaba todo el cuerpo. Pero no tenía fiebre; era como si viviera fuera de mí misma, en un aire anormal y excesivo en el que cada visión, cada rumor o cada contacto me hacían daño y me hacían desfallecer. Nada podía distraerme del pensamiento de Mino, ni siquiera las detalladas descripciones del nuevo delito de Sonzogno que llenaban todos los periódicos que mi madre me había traído.

El crimen llevaba la señal inconfundible de Sonzogno. Tal vez habían luchado un momento en el rellano, delante de la puerta del piso de Astarita, y después Sonzogno había lanzado a Astarita contra el pasamanos y lo había levantado arrojándolo por el hueco de la escalera. Esta crueldad era excesivamente expresiva: ningún otro que no fuera Sonzogno habría pensado en matar a un hombre de aquella manera. Pero, como he dicho, yo no tenía más que un pensamiento y ni siquiera consiguieron interesarme las noticias que contaban que más tarde, a altas horas de la noche, Sonzogno había sido muerto a balazos mientras escapaba por los tejados como un gato.

Sentía una especie de náusea por cualquier ocupación, cualquier distracción o simplemente cualquier pensamiento que no se refiriera a Mino, y al mismo tiempo, pensar en Mino me llenaba de angustia incontenible. Dos o tres veces pensé en Astarita y, recordando su amor por mí y su melancolía, experimenté un fuerte sentimiento impotente de piedad por él y me dije que si no me hubiera sentido tan ansiosa por Mino, habría rezado por su alma a la que nunca había sonreído una luz y que había sido separada del cuerpo de aquella manera tan prematura y tan inhumana.

Así pasé todo aquel primer día, toda la noche y todo el día siguiente y la noche que siguió. Estaba echada en la cama o sentada en la butaca a los pies del lecho. Apretaba fuertemente entre las manos una chaqueta de Mino que había encontrado en el perchero y de vez en cuando la besaba con pasión o la mordía para frenar mi inquietud. Y cuando mi madre me obligó a comer algo, manejaba el cubierto con una mano y con la otra seguía apretando convulsivamente la chaqueta. Mi madre quiso meterme en cama la segunda noche y yo me dejé desnudar pasivamente. Pero cuando quiso quitarme la chaqueta de las manos dejé escapar un grito agudísimo y mi madre se asustó mucho. Ella no sabía nada, pero más o menos había comprendido que mi desesperación se debía a la ausencia de Mino.

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La romana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La romana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Альберто Моравиа: Крокодил
Крокодил
Альберто Моравиа
Alberto Moravia: Rzymianka
Rzymianka
Alberto Moravia
Alberto Moravia: A Romana
A Romana
Alberto Moravia
Alberto Moravia: Agostino
Agostino
Alberto Moravia
Alberto Moravia: Conjugal Love
Conjugal Love
Alberto Moravia
Alberto Moravia: Two Friends
Two Friends
Alberto Moravia
Отзывы о книге «La romana»

Обсуждение, отзывы о книге «La romana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.