André Malraux - La Condición Humana

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La gran importancia literaria de La condición humana reside en que, de la complejidad de una acción vigorosa y fértil en situaciones trágicas, surge el planteamiento de los grandes problemas que afectan a la conciencia moderna en el seno de la vida política y moral. La acción está situada en Shanghai en 1928, en la lucha de los comunistas contra Chiang-Kai-shek. Cada uno de los protagonistas, simbólicos pero dotados de un poderoso aliento humano, caracteriza una actitud diferente ante los problemas. `Malraux ha sido uno de los primeros en presentir el carácter catastrófico de nuestra época. El mundo trágico que nos reveló una vez, esa cárcel donde los torturados se arrastran y donde los condenados a muerte marchan eternamente hacia el sitio del suplicio, ese mundo de sangre y de prisión donde el loco recibe los latigazos, y el moribundo muere en cadenas, no era, sabemos ahora, la fantasía de una imaginación desordenada, sino la profecía de lo que llegaría a ser nuestro mundo cotidiano.

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Parte Séptima

París, julio

Ferral, abanicándose con el periódico donde el Consorcio era más violentamente atacado, llegó el último al gabinete de espera del ministro de Hacienda; en grupos esperaban el director adjunto del Movimiento General de Fondos -el hermano de Ferral había caído prudentemente enfermo la semana anterior-, el representante del Banco de Francia, el del banco principal de negocios francés y los de los establecimientos de crédito. Ferral los conocía a todos: un hijo, un yerno y antiguos funcionarios de la Inspección de Hacienda y del Movimiento General de Fondos; el lazo entre el Estado y los Establecimientos era demasiado estrecho para que éstos no tuviesen ventaja al agregar funcionarios que encontraban, cerca de sus antiguos colegas, una acogida favorable. Ferral comprobó su sorpresa: parecía natural que hubiese llegado antes que ellos; al no verle allí, habrían pensado que no se le había convocado. Que se permitiese llegar el último, les sorprendía. Todo les separaba: lo que él pensaba acerca de ellos; lo que ellos pensaban acerca de él, y su manera de vestir; casi todos estaban vestidos con una negligencia impersonal, y Ferral llevaba su traje arrugado y chinesco, y la camisa de seda gris, con cuello blando de Shanghai. Dos razas.

Fueron introducidos, casi inmediatamente.

Ferral conocía poco al ministro. Aquella expresión de semblante de otra época, ¿procedía de sus cabellos blancos, espesos como los de las pelucas de la Regencia? Aquel rostro fino de ojos claros, aquella sonrisa tan acogedora -antiguo parlamentario-, armonizaban con la leyenda de cortesía del ministro, leyenda paralela a la de su brusquedad, cuando le picaba una mosca napoleoniana. Ferral, mientras cada uno ocupaba su puesto, pensaba en una anécdota famosa: el ministro, entonces ministro de Estado, sacudía por los faldones de su chaquet al enviado de Francia en Marruecos; y, habiéndose descosido el chaquet por la espalda, de pronto, llamó y dijo: «Traiga usted uno de mis chaquets para el señor.» Luego llamando de nuevo, en el momento en que desaparecía el ujier, añadió: «¡El más viejo! ¡No se merece otro!» Su semblante habría parecido muy seductor, si no hubiera sido por una mirada que parecía negar lo que prometía la boca: herido en un accidente, tenía un ojo de vidrio.

Se habían sentado: el director del Movimiento General de Fondos, a la derecha del ministro; Ferral a la izquierda; los representantes, al fondo del despacho, en un canapé.

– Ya saben ustedes, señores -dijo el ministro-, para qué los he convocado. Sin duda, habrán examinado la cuestión. Dejo al señor Ferral el cuidado de resumírsela y de presentarles su punto de vista.

Los representantes esperaron pacientemente a que Ferral, según costumbre, les contase sus embustes.

– Señores -dijo Ferral-, es corriente en una entrevista como ésta, presentar unos balances optimistas. Tienen ustedes ante los ojos el informe de la Inspección de Hacienda. La situación del Consorcio, prácticamente, es peor de lo que deja suponer ese informe. No les someto empleos ostentosos ni créditos inseguros. El pasivo del Consorcio, lo conocen ustedes, con toda evidencia: deseo atraer vuestra atención sobre dos puntos del activo que no puede señalar ningún balance y en cuyo nombre se solicita su ayuda.

»El primero consiste en que el Consorcio representa la única obra francesa de ese orden en el Extremo Oriente. Aunque con déficit, incluso en vísperas de quiebra, su estructura permanece intacta. Su red de agentes; sus puestos de compra o de venta en el interior de la China; las relaciones establecidas entre sus compradores chinos y sus sociedades de producción indochina, todo eso es y puede ser mantenido. No exagero al decir que, para la mitad de los comerciantes del Yang-Tsé, Francia es el Consorcio, como el Japón es el concern Mitsubishi; nuestra organización, ustedes lo saben, puede ser comparada, en extensión, a la de la Standard Oil. Ahora bien: la Revolución china no será eterna.

»Segundo punto: gracias a los lazos que unen al Consorcio con una gran parte del comercio chino, he participado de la manera más eficaz en la toma del poder por el general Chiang Kaishek. Desde ahora, está conforme en que la parte de la construcción de los Ferrocarriles chinos, prometida a Francia por los tratados, será confiada al Consorcio. Ya conocen ustedes la importancia de eso. Sobre este elemento, pido a ustedes que se pongan de acuerdo para conceder al Consorcio la ayuda que les solicita; a causa de su presencia, me parecería defendible desear que no desapareciese de Asia la única organización poderosa que representa allí a nuestro país -aunque tuviese que salir de las manos de quienes la fundaron.

Los representantes examinaban cuidadosamente el balance, que conocían de antemano y que ya no les enseñaba nada: todos esperaban que el ministro hablase.

– No es solamente de interés del Estado -dijo éste-, sino también del de los establecimientos, que el crédito no sea perjudicado. La caída de organismos tan importantes como el Banco Industrial de China y el Consorcio no puede ser más que enojosa para todos…

Hablaba con indolencia, apoyado en el respaldo de su sillón con la mirada perdida, golpeando con el extremo del lápiz la carpeta colocada delante de él. Los representantes esperaban que su actitud se hiciese más precisa.

– ¿Quiere usted permitirme, señor ministro -dijo el representante del Banco de Francia-, que le someta una opinión un tanto diferente? Sólo he venido aquí para representar a un establecimiento de crédito, y, por tanto, para ser imparcial. Durante algunos meses, los cracs hacen disminuir los depósitos: eso es verdad; pero desde hace seis meses, las sumas retiradas vuelven a entrar, de un modo automático, y, precisamente, en los principales establecimientos, que presentan las mayores garantías. Quizá la caída del Consorcio, lejos de ser perjudicial a los establecimientos que representan esos señores, les fuese, por el contrario, favorable…

– Exceptuando que siempre es imprudente jugar con el crédito: quince quiebras de los bancos de provincias no serían provechosas a los establecimientos; no lo serían más que en razón de las medidas políticas a que dieran lugar.

«Todo eso es hablar por hablar -pensó Ferral-; lo que ocurre es que el Banco de Francia tiene miedo a verse comprometido y a tener que pagar, si los establecimientos pagan.» Silencio. La mirada interrogativa del ministro encontró la de uno de los representantes: rostro de teniente de húsares; mirada insistente, próxima a la reprimenda; voz clara:

– Contrariamente a lo que de ordinario encontramos en entrevistas semejantes a la que celebramos, debo decir que soy algo menos pesimista que el señor Ferral sobre el conjunto de las partidas del balance que se nos ha sometido. La situación de los bancos del grupo es desastrosa: eso es verdad; pero ciertas sociedades pueden ser defendidas, incluso bajo su forma actual.

– Es el conjunto de una obra lo que yo les pido que mantengan -dijo Ferral-. Si el Consorcio queda destruido, sus negocios pierden todo sentido para Francia.

– Por el contrario -dijo otro representante, de rostro enjuto y fino-, el señor Ferral me parece optimista a pesar de todo, en cuanto al activo principal del Consorcio. El empréstito no está aún emitido.

Mientras hablaba, contemplaba la solapa de la americana de Ferral; éste, intrigado, dirigió a ella la mirada y acabó de comprender: sólo él no estaba condecorado. A propósito. Su interlocutor era comendador y contemplaba con hostilidad aquel ojal desdeñoso; Ferral no había esperado nunca otra consideración que la de su fuerza.

– Sabe usted que será emitido -dijo-; emitido y cubierto. Eso incumbe a los bancos americanos, y no a sus clientes, que tomarán lo que se les haga tomar.

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