Matilde Asensi - Todo bajo el Cielo

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Elvira, pintora española afincada en el París de las vanguardias, recibe la noticia de que su marido, con el que está casada por amistad, ha muerto en su casa de Shanghai en extrañas circunstancias.
Acompañada por su sobrina, zarpa desde Marsella en barco para recuperar el cadáver de Remy sin saber que éste es sólo el principio de una gran aventura por China en busca del tesoro del Primer Emperador. Sin tiempo para reaccionar se verá perseguida por los mafiosos de la Banda Verde y los eunucos imperiales, y contará con la ayuda del anticuario Lao Jiang y su sabiduría oriental en un gran recorrido que les llevará desde Shanghai hasta Xián, donde se encuentra la tumba del Primer Emperador y la última pieza del tesoro mejor guardado.

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– Estoy de acuerdo con usted -asintió el maestro Rojo-. Y ésa es también la opinión de todos los sabios y estudiosos que escribieron sobre ese fragmento de la obra de Li Daoyuan durante los catorce siglos posteriores. Sin embargo, recuerdo que uno de ellos, un antiguo maestro de Feng Shui, contaba una historia curiosa en un viejo tratado: decía que, pese a no ser cierta la historia contada por Li Daoyuan, sí era verdad que, en los doscientos años posteriores a la muerte del Primer Emperador, hubo dos serios intentos de saquear su mausoleo organizados por algunas familias nobles de la corte Han, ansiosas de hacerse con sus inmensas riquezas. En ambos casos se perforaron pozos muy profundos con la intención de llegar al palacio subterráneo.

– ¿Y lo consiguieron? -preguntó Lao Jiang, escéptico.

– El primer intento fue un fracaso porque, a pesar de contar con los medios económicos necesarios, se desconocía la técnica para perforar a tanta profundidad.

– Los ingenieros de los Han no eran tan hábiles como los maestros de obras de los Qin -dijo mi sobrina.

– Cierto -celebré. El frío nocturno era cada vez más intenso. A pesar de mis botas forradas, tenía los pies como bloques de hielo.

– En el segundo intento hubo más suerte -siguió explicando el maestro Rojo-. Los ladrones llegaron al mausoleo pero nunca se volvió a saber de ellos. Al parecer, murieron allí dentro.

– Las ballestas automáticas -murmuré.

– Seguramente -admitió Lao Jiang-. Pero, salvo que el maestro Jade Rojo pueda decirnos con exactitud dónde se encuentra el pozo excavado por los ladrones del segundo intento, toda esta conversación es absurda.

– Es que sí que puedo decírselo -anunció muy sonriente el maestro-. El sabio que aludió a estos hechos era un maestro de Feng Shui del período de los Tres Reinos [45]. Él no sabía dónde se encontraba la tumba del Primer Emperador pero, como maestro de Feng Shui que era, disponía de los datos geománticos que hoy, a nosotros, estando aquí, nos pueden llevar hasta el pozo que alcanzó el mausoleo.

– ¿Y puede recordar esos datos geománticos? -se asombro Biao que, hasta entonces, no había abierto la boca.

– Claro que puedo -dijo el maestro sin dejar de sonreír-. Es muy fácil. Sólo hay que encontrar un Nido de Dragón.

Mientras Biao abría la boca y los ojos como si acabara de oír las palabras más maravillosas de la mejor y más hermosa poesía del mundo, Fernanda reaccionó:

– ¡Los dragones no existen, maestro Jade Rojo! ¿Cómo vamos a encontrar un nido?

– No estoy hablando de dragones auténticos -se rió el monje-. El Nido de Dragón es un concepto del Feng Shui. Para nosotros, los chinos, el dragón simboliza la buena suerte, la buena estrella. Un Nido de Dragón es el lugar donde la energía qi se concentra poderosamente de manera equilibrada y natural. Son muy escasos y difíciles de encontrar. En la antigüedad, los Nidos de Dragón señalaban el punto exacto en el que debía enterrarse a los emperadores. Si además se daba el caso, como aquí, de que la situación geomántica era la correcta, entonces el enterramiento resultaba especialmente afortunado y el muerto se aseguraba una buena vida en el mas allá.

– Es cierto -dijo Lao Jiang-. Aquí se da la situación geomántica correcta para un enterramiento: el fuego del Cuervo Rojo al sur, que serían las crestas del monte Li; el agua de la Tortuga Negra al norte, el río Wei; el metal del Tigre Blanco al oeste, la cordillera montañosa del Qin Ling por donde vinimos desde Wudang; y al este… ¿Qué hay al este? -se sorprendió-. No hay nada.

– No hay nada que podamos ver -repuso el maestro-. La zona este, la del Dragón Verde, estará protegida de algún modo, no lo dude [46]. Los maestros geománticos de Shi Huang Ti eran los mejores de su época.

– Eso del Tigre Blanco, el Cuervo Rojo, la Tortuga Negra y el Dragón Verde me suena mucho -comenté, sorprendida-. Creo que lo explicaron en una clase sobre los Cinco Elementos a la que asistí en el monasterio.

– Tiene razón -asintió el maestro-. La ciencia del qi, los Cinco Elementos, el Feng Shui, el I Ching, las artes marciales y el resto de los ancestrales conocimientos de nuestra cultura están todos relacionados entre sí.

– Bueno, volviendo al Nido de Dragón -dije, retomando la conversación para que no acabáramos yéndonos otra vez por los cerros de Úbeda-. ¿El pozo que llegó hasta el mausoleo estaba en un Nido de Dragón o sólo la tumba del Primer Emperador?

– Estoy seguro de que la tumba se hizo en un Nido de Dragón, pero lo que aquel gran erudito del período de los Tres Reinos destacaba, por extraordinario, era que el pozo que alcanzó el mausoleo se había perforado en un segundo Nido cercano al primero, algo realmente inusual.

– En ese caso se destruiría al cavar.

– Un Nido de Dragón no se destruye, madame -replicó pacientemente-. No es un pedazo de tierra que, si se remueve, ya no vuelve a quedar como antes. Es un punto donde la concentración del qi de la Tierra es muy fuerte y se encuentra en las mejores condiciones posibles. Esa energía altera el terreno produciendo un característico dibujo que es lo que sirve para encontrar los Nidos.

– ¿Un dibujo? -preguntó Biao.

– Un Nido de Dragón suele tener una forma más o menos circular y, dentro de él, la tierra presenta dos colores distintos, marrón oscuro y marrón claro, separados por una línea blanca. La tierra oscura es viscosa y la tierra clara está suelta como la arena. Los dos colores forman dibujos dentro del Nido que a veces pueden ser círculos concéntricos, espirales, lunas menguantes o, incluso, el remolino del t'ai-chi.

– ¿Del taichi? -me sorprendí. ¿Qué tenían que ver los ejercicios matinales con el Nido de Dragón?

– No. Del t'ai-chi. Es diferente. El t'ai-chi es un dibujo que representa al Yin y al Yang con los colores blanco y negro en un pequeño remolino circular conteniendo cada uno de ellos un punto del color contrario. Los Nidos de Dragón, a veces, presentan también esta imagen. -El maestro Rojo se levantó el cuello del abrigo-. Hace dos mil años, alguna noble y acaudalada familia Han mandó cavar un profundo pozo hasta el mausoleo. Sus maestros geománticos encontraron el mejor lugar para hacerlo: un inesperado Nido de Dragón. Eso aseguraba el éxito del proyecto. Sin embargo, todos los sirvientes que bajaron por él y llegaron hasta el fondo, murieron. Seguramente eso les asustó lo bastante como para que ordenaran cegarlo y olvidaran todo el asunto. Pero un pozo de muchos metros de profundidad no podía ser un simple agujero y menos aún si la obra estaba bien financiada. El pozo debía de ser amplio para poder sacar cómodamente los tesoros, con las paredes reforzadas para evitar derrumbamientos, algún sistema de poleas para bajar a los obreros y subir las cestas con la tierra que se iba retirando o, lo más probable, con peldaños excavados en las paredes. Al fracasar el intento, cerrarían el pozo y, con los siglos, la energía qi volvió a emerger de nuevo y redibujó en el suelo su Nido de Dragón. Sólo tenemos que encontrarlo. Ya saben cómo es.

– Mañana por la mañana, con la luz del sol -sentenció Lao Jiang-, nos repartiremos las zonas alrededor del túmulo y empezaremos a buscar.

– Y, ahora, vayamos a dormir, por favor -supliqué-. Estoy cansada y muerta de frío. Mejor será que durmamos con toda la ropa puesta. Sin fuego, podemos congelarnos.

Sin embargo, pese al cansancio, no pude pegar ojo y la noche se hizo muy larga. Todos estábamos impacientes, nerviosos. Oí removerse a los niños durante horas y escuché a Lao Jiang y al maestro Rojo conversar en susurros hasta la madrugada. Las mantas aparecieron cubiertas de escarcha cuando, por fin, una ligera claridad se abrió en el cielo y nos levantamos para hacer los ejercicios taichi (no t'ai-chi ) . Con ellos y con el té caliente del desayuno -pudimos encender fuego en cuanto hubo bastante luz para que pasara desapercibido- terminamos por entrar en calor.

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