Bajo el cielo de Alejandría - Olga Romay Pereira
© Olga Romay Pereira
© 2021, Ediciones Corona Borealis
Avda. Gregorio Prieto, 19 A
29010 Málaga
Tlf. 0034-951336282
www.coronaborealis.es
Maquetación editorial: Georgia Delena
Diseño de cubierta: Sara García
ISBN: 978-84-123924-0-1
Primera edición: agosto 2021
Todos los derechos reservados. No está permitida la reimpresión de parte alguna de este libro, ni tampoco su reproducción, ni utilización, en cualquier forma o por cualquier medio, bien sea electrónico, mecánico, químico de otro tipo, tanto conocido como los que puedan inventarse, incluyendo el fotocopiado o grabación, ni se permite su almacenamiento en un sistema de información y recuperación, sin el permiso anticipado y por escrito del editor.
Índice
Portada
Portadilla
Créditos Bajo el cielo de Alejandría - Olga Romay Pereira © Olga Romay Pereira © 2021, Ediciones Corona Borealis Avda. Gregorio Prieto, 19 A 29010 Málaga Tlf. 0034-951336282 www.coronaborealis.es Maquetación editorial: Georgia Delena Diseño de cubierta: Sara García ISBN: 978-84-123924-0-1 Primera edición: agosto 2021 Todos los derechos reservados. No está permitida la reimpresión de parte alguna de este libro, ni tampoco su reproducción, ni utilización, en cualquier forma o por cualquier medio, bien sea electrónico, mecánico, químico de otro tipo, tanto conocido como los que puedan inventarse, incluyendo el fotocopiado o grabación, ni se permite su almacenamiento en un sistema de información y recuperación, sin el permiso anticipado y por escrito del editor.
Menfis, año 319 a.C
PRIMERA PARTE: BERENICE
Capítulo 1: La mujer que llegó del mar
Capítulo 2: El mensaje desde Macedonia
Capítulo 3: El judío de Alejandría
Capítulo 4: La petición de Casandro
Capítulo 5: La cura egipcia para el rey Filipo Arrideo
Capítulo 6: El pez dorado
Capítulo 7: Diamantes o esmeraldas
Capítulo 8: La furia de Olimpíade
Capítulo 9: El baño del harén
Capítulo 10: Polillas en la tumba
Capítulo 11: El oráculo del dios Alejandro
Capítulo 12: La ladrona
Capítulo 13: Dido
Capítulo 14: Berenice y su primo Casandro
Capítulo 15: ¿Cómo pudiste hacerlo?
Capítulo 16: Siracusa
Capítulo 17: La huida
Capítulo 18: Eris y Olimpíade
Capítulo 19: Todos muertos
Capítulo 20: El bebé entre las cañas de papiro
Capítulo 21: Las noches de Alejandro
Capítulo 22: Cleopatra, la nueva esposa
Capítulo 23: Cuando el dios ruge
Capítulo 24: La prometida
Capítulo 25: La alcoba de Menelao
Capítulo 26: La conspiración de los pajes
Capítulo 27: Ptolomeo furioso
Capítulo 28: Rumbo a Gaza
Capítulo 29: La derrota es huérfana
Capítulo 30: La verdad sobre Fila
SEGUNDA PARTE: ALEJANDRÍA
Capítulo 1: La jaula de oro del palacio de Menfis
Capítulo 2: Le trataron con exquisita amabilidad
Capítulo 3: Tu rostro y el mío
Capítulo 4: El burdel de Demetrio
Capítulo 5: La pimienta en la despensa de Eurídice
Capítulo 6: Más dinero esposo mío
Capítulo 7: Demetrio sobre el lomo de la bestia
Capítulo 8: E l orto de Sirio
Capítulo 9: Podía pasar por egipcio
Capítulo 10: Ptolomeo Sóter
Capítulo 11: A diez días de Alejandría
Capítulo 12: El rostro del hombre que va a matar a otro
Capítulo 13: El jardín de los venenos
Capítulo 14: Un heredero llamado Cenauros
Capítulo 15: Sonrisas cínicas en Atenas
Capítulo 16: La falsa Roxana
Capítulo 17: Octavio y Cleopatra
Recomendaciones
Obras
Menfis, año 319 a.C
Huyendo de los lamentos de su esposa, que se hallaba de luto por la muerte de su padre, Ptolomeo entró en el archivo del palacio de Menfis buscando un refugio. En una mesa de pino de diez codos, se hallaba su secretario Nimlot enredado entre los papiros de la correspondencia. Como había supuesto, allí el silencio era absoluto.
—¿Qué tal van los asuntos de Egipto? —le preguntó el general macedonio barriendo con el antebrazo los legajos que como montañas ocultaban al sacerdote.
Nimlot emergió entre los papiros con los ojos pintados de Khol y su hermosa cabeza afeitada pulcramente como si todavía fuese un sacerdote Uab del templo de Karnak. La mesa se hallaba frente a la galería desde la cual se veía el puerto fluvial de Menfis. El sol de la mañana había obligado al escriba a correr parcialmente la celosía para trabajar sin ser deslumbrado. Vestía su túnica corta de trabajo emborronada de tinta al igual que la yema de sus dedos.
—¿Qué tal va el luto de tu esposa? Veo que has superado rápidamente la muerte de tu suegro — le respondió el sacerdote, enrollando un papiro procedente de Babilonia sellado con la estrella de dieciséis puntas. Ptolomeo al ver la estrella argéada supo que se trataba de algún miembro de la casa real macedonia, y recordó haber leído la víspera una carta del rey Filipo Arrideo, el hermanastro de Alejandro Magno. En efecto, Nimlot la estaba ahora archivando. El egipcio escribió una pequeña nota como resumen de la carta, le hizo un agujero y con un cordel la unió al papiro de Babilonia. Luego recorrió la amplia estancia para colocarlo en el estante de la letra β
—No sé qué vi en ti para confiarte el archivo —añadió Ptolomeo sentándose en la mesa y apartando con su fusta una mosca que le atacaba e ignoraba al egipcio—. Cuando en Macedonia un noble te pregunta algo, tenemos por costumbre responder rápido y breve, y es más, si uno tiene frente a sí al gobernador, respondemos de forma sumisa, cabizbaja y con cierto temblor en los labios. Pero he aquí a mi secretario egipcio que desconoce el respeto.
La mosca volvió a atacar a Ptolomeo y éste se golpeó con la fusta al intentar deshacerse de ella. Nimlot tomó un papiro, abrió un diminuto frasco de alabastro, vertió en él una viscosa gota y la mosca acudió rauda. Al quedarse pegada en la mancha, el secretario aprovechó para aplastarla con la paleta de escritura.
—Si alguna vez llegas a ser faraón, conocerás un infinito respeto y no habrá moscas donde tú vayas.
—Esta tarde te espero en el salón de las Ánades donde me informarás sobre los asuntos de guerra, reyes y generales —ordenó Ptolomeo abandonando su asiento en la mesa. Nunca se enfadaba con las impertinencias de Nimlot, más bien le divertían. Iba a marcharse, pero se volvió fastidiado, se había olvidado de un asunto doméstico y era necesario tratarlo. Cabeceó como quien se resiste a tragarse un sapo y tamborileó con los dedos en la mesa del secretario—. También deseo conocer los asuntos de mis dos primeras esposas.
—Haces bien en interesarte, es un problema a la vez irritante y molesto, son las consecuencias de ser rico y elegir esposas manirrotas, te advierto que te enfadarán sus gastos —le explicó Nimlot ladeando la cabeza y añadió sabiendo que le enojaría aún más—¿Y quieres saber también cómo van las obras en Alejandría?
—Sí, sí, claro, las obras de Alejandría, se me olvidaba. Pero te lo advierto, ya no eres sacerdote en Karnak, y yo me aburro con facilidad. Necesito un informe breve. Usaré una clepsidra de agua, creo que es costumbre en Atenas para medir el tiempo en los discursos. En cuanto la última gota de agua caiga, espero que ya me hayas informado de todo.
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