David Camus - La espada de San Jorge

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La espada de San Jorge: краткое содержание, описание и аннотация

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Una fascinante aventura épica en el siglo XII de las grandes sagas.
Cuando aún es un niño, el intrépido Morgennes es testigo del asesinato de toda su familia. Más tarde, tras pasar unos años en el Monasterio de Troyes, donde da muestras de gran inteligencia, parte con su amigo Chretien en busca de aventuras. En Bizancio, tras superar la iniciación, será armado caballero. Y ya en Jerusalén deberá volver a probarse a sí mismo enfrentándose al mundo de la memoria y al de los muertos, a las sombras y a los recuerdos…
Una recreación histórica apasionante de los tiempos de la caballería, el honor y la devoción por la causa.
Una historia muy intensa, que no decae en ningún momento: héroes caballerescos, búsqueda de reliquias, el contexto histórico de las cruzadas y los templarios, todo ello acompañado de grandes dosis de fantasía y acción sin límite.

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De hecho ten í a una hermosa y larga barba blanca, pero sus ojos vivos, hundidos bajo unas espesas cejas, le daban un aire juvenil. - Oh, la edad no tiene nada que ver… ¡ Son mis botas!

Y uniendo el gesto a la palabra, salt ó por los aires como un cabrito y aterriz ó sobre una roca no lejos de nosotros.

¡ Por san Gregorio! - exclam é .

Reconozco - dijo el anciano - que esto hace su efecto. Pero ya ver é is, uno se acostumbra.

¿ Me dir é is por fin vuestro nombre?

Poucet. Soy el padre superior de la abad í a de Saint-Pierre de Beauvais, para serviros.

Si no me equivoco, est á is muy lejos de casa. ¿ Hab é is perdido acaso a alguno de vuestros fieles?

A dos, para hacer honor a la verdad. Pero, por las ú ltimas noticias que tengo, abrigo la esperanza de encontrarlos en alguna parte por aqu í .

Y nos mostr ó lo que ten í amos ante los ojos, es decir, un interminable paisaje salpicado de cimas peladas, de monta ñ as de laderas á speras barridas por vientos diversos, a cual m á s terrible. Un paisaje hostil, de esos de los que hay que huir decididamente, a menos que se deba efectuar all í alguna tarea importante.

¿ No tem é is a los dragones? - pregunt é al padre Poucet.

Su reacci ó n me sorprendi ó sobremanera.

¿ Los dragones? ¡ Pamplinas! ¡ No creo en ellos!

¿ No cre é is en ellos? Sin embargo, la tradici ó n nos informa de numerosos combates de santos contra estas bestias inmundas. ¡ No creer en los dragones es no creer en los santos! ¡ Por vida de Alejandro!

Pues lo lamento, pero de todas maneras yo no creo en ellos. Son solo cuentos, ú tiles para asustar a los ni ñ os y nada m á s.

Yo s í creo. De otro modo, c ó mo explicar…

Pero no era el momento ni el lugar para lanzarse a un debate teol ó gico. De manera que me interes é por la identidad de los dos individuos que buscaba.

Oh - me dijo -, son dos viejos amigos que han tenido ciertas dificultades con nuestra santa madre Iglesia, por eso no s é si hago bien en mencion á roslos, aunque por fin haya obtenido para ellos el perd ó n de su santidad.

Dec í a esto a causa de las armas del papado, de gules con dos llaves de plata cruzadas, que aparec í an en los estandartes de mis draconoctes y en los costados de nuestros carros.

Hablad sin temor, porque yo no soy cardenal, y ni siquiera vir ecclesiasticus; solo soy un humilde m é dico, a quien su santidad ha encargado…

D á ndome cuenta de que me arriesgaba a revelarle un poco demasiado sobre nuestra misi ó n, prefer í volver a la conversaci ó n precedente y le pregunt é :

De todos modos, si mi se ñ or y maestro les ha perdonado, no ser é yo quien os cree dificultades. ¿ Puedo saber qu é pecado cometieron?

El pecado, no… Pero s í la sentencia. Fueron excomulgados, al mismo tiempo que una gallina…

¡ Excomulgados! ¡ Entonces son criminales de la peor especie!

S í y no. En fin, no. En realidad su santidad acaba de absolverles del crimen de apostas í a y de irregularidad del que se hab í an hecho culpables al cambiar de h á bito y de oficio, y les ha permitido tomar de nuevo los h á bitos si muestran un arrepentimiento sincero y dan prueba de humildad.

La sabidur í a de su santidad no tiene parang ó n. Pero ¿ qui é n os ha dicho que vuestros amigos y esa gallina se encontraban en estos parajes?

Poucet dud ó un momento. Tal vez hab í a hablado demasiado. No quer í a comprometer m á s a sus dos amigos. Pero la simpat í a que yo le inspiraba, supongo, le empuj ó a confiarse:

¡ He viajado mucho, lo que me ha llevado una eternidad! Pronto har á una semana que abandon é Saint-Pierre de Beauvais. Hasta esta ma ñ ana no me hab í a enterado de nada interesante, pero entonces, en Constantinopla, un alto dignatario del imperio me ha dicho que les hab í an enviado a los montes Caspios para buscar…

¿ Al Preste Juan?

¿ C ó mo lo sab é is?

Yo tambi é n voy en su busca. Para obtener de é l determinado ant í doto y proponerle una alianza con su santidad.

¡ Oh - dijo Poucet -, qu é magn í fica idea! ¡ Estoy seguro de que mis amigos os ayudar á n en todo lo que puedan cuando se enteren!

Pero ¿ c ó mo sab é is - prosegu í - que est á n en esta monta ñ a? Es tan grande que ser í a bueno saber en qu é direcci ó n debemos dirigirnos.

Por toda respuesta, Poucet me mostr ó varias plumas de color rojo que hab í a recogido entre dos saltos de gigante. - Ya veo - dije. Un destello de malicia brill ó en su mirada; luego, se rode ó el cuerpo con los brazos.

Perdonadme - dijo -, pero hace un fr í o terrible aqu í . Creo que continuar é mi camino. Os deseo buena suerte…

No, por favor. Hacedme el honor de viajar en mi carro. Dentro hace calor, tengo v í veres y licores. Y una hermana del convento de Betania os cuidar á los saba ñ ones, si los ten é is.

Poucet me dirigi ó otra de sus sonrisas maliciosas, en las que se revelaba toda su juventud y energ í a. Deb í a de haber sido un ni ñ o extraordinario, lleno de recursos y talento. No pod í a sentirme m á s feliz de acogerle en el seno de mi convoy. Era un excelente reclutamiento.

¡ Bendito sea el camino que os ha conducido hasta aqu í ! - me dijo -. ¡ Porque hace tanto fr í o que probablemente mis amigos tendr á n necesidad de un m é dico! ¡ S í , bendito sea el camino que os ha conducido hasta aqu í !

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