David Camus - La espada de San Jorge

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Una fascinante aventura épica en el siglo XII de las grandes sagas.
Cuando aún es un niño, el intrépido Morgennes es testigo del asesinato de toda su familia. Más tarde, tras pasar unos años en el Monasterio de Troyes, donde da muestras de gran inteligencia, parte con su amigo Chretien en busca de aventuras. En Bizancio, tras superar la iniciación, será armado caballero. Y ya en Jerusalén deberá volver a probarse a sí mismo enfrentándose al mundo de la memoria y al de los muertos, a las sombras y a los recuerdos…
Una recreación histórica apasionante de los tiempos de la caballería, el honor y la devoción por la causa.
Una historia muy intensa, que no decae en ningún momento: héroes caballerescos, búsqueda de reliquias, el contexto histórico de las cruzadas y los templarios, todo ello acompañado de grandes dosis de fantasía y acción sin límite.

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– ¿Cómo te encuentras? -preguntó Morgennes.

– Creo que estoy bien. Gracias, amigo. Nunca olvidaré lo que acabas de hacer.

– ¡Cuento con ello! ¿Y María? -añadió mirándola.

– Creo que una noche de descanso le sentará de maravilla. Pero a partir de ahora Nicéforo el Grande y toda la Compañía del Dragón Blanco pertenecen al pasado.

El pasado. En ese momento Morgennes se acordó de…

– ¡Dodin!

Había gritado tan fuerte que los pájaros salieron volando asustados de los árboles, y luego se pusieron a trazar círculos sobre ellos. El propio Gargano se sobresaltó.

– ¡He olvidado a Dodin! -dijo Morgennes-. ¡Tengo que volver! No puedo abandonarle en esos pantanos.

– Si vuelves allí -dijo Gargano con aire sombrío-, no regresarás jamás.

– Escucha -replicó Morgennes-, he reflexionado mucho. En cierto modo, Dodin y sus amigos me hicieron lo que yo he hecho a… -Tuvo que hacer un esfuerzo para recordar el nombre-. Guyana. Si no soy capaz de perdonar a Dodin, ¿cómo podrá perdonarme Guyana? ¡Tengo que salvar a Dodin!

Levantó los ojos al cielo y pidió perdón a Dios por haber dudado de Él.

– Morgennes, no vayas. Dodin no lo vale…

– Sí, lo vale. Tú, mientras tanto, velarás por María y la llevarás junto a Amaury. Todo lo que os pido es que sigáis el Nilo, cuando lo encontréis. Según los viejos escritos, pasa bajo la montaña. Allí hay un subterráneo… Exploradlo. Quién sabe, tal vez encontréis una ruta que conduzca al mar Rojo.

Gargano frotó sus grandes manos, tomó aire, contrariado, y declaró:

– No, Morgennes. Te esperaré. Te doy tres días. Si dentro de tres días no has vuelto, me iré.

– Muy bien. Oye, Gargano, hay un último favor que quiero pedirte.

– Todo lo que desees.

– Sé que es complicado; pero te lo suplico, encuentra a Guyana. Debe de estar en algún lugar en Egipto, probablemente en El Cairo. Protégela. Sobre todo, protege a su hijo. Está embarazada. Es posible que me guarde rencor, que esté enfadada conmigo. De modo que te pido, por favor, que sobre todo no le hables de mí, o te echaría. No le digas que soy yo quien te ha enviado para protegerla. Y si es posible, llévala a casa. Allí tengo un amigo, el propietario de esa gallina. Se llama… Chrétien de Troyes.

– Te lo prometo -dijo Gargano, escupiendo al suelo.

Luego abrió sus grandes brazos y sonrió ampliamente.

– ¡Vaya, así que vas a ser papá!

Morgennes habló a Gargano de su futuro hijo. No tenía ni idea del número de días, semanas o meses que habían transcurrido desde que Guyana había partido, pero sabía que su hija debía nacer hacia la Navidad. Dos días antes, si había que creer a los coptos.

– El día en el que la Cabeza y la Cola de la Serpiente se besen -murmuró Gargano.

– ¿Qué estás diciendo? ¿De qué hablas?

– De una antigua leyenda. Según los ofitas, el día en el que la Cabeza y la Cola de la Serpiente se besen, el mundo temblará. Se supone que este día anuncia la victoria de los Hijos de la Serpiente. Y ese día debe caer justamente dos días antes de Navidad, en san Audoeno.

Gargano explicó a Morgennes que la Cabeza y la Cola de la Serpiente eran los términos empleados por los ofitas para describir las órbitas de la luna y del sol.

– Creo que lo sabía -dijo Morgennes-. Azim me había hablado de ello.

– ¿Quién? -preguntó Gargano.

– El nuevo amo de Frontin.

– Ah -dijo Gargano-. Ya veo…

El gigante parecía un poco triste; de modo que Morgennes decidió no diferir por más tiempo su separación. Le pasó la mano por el hombro y le dijo:

– Hasta dentro de tres días, a más tardar.

– Hasta dentro de tres días -respondió Gargano.

61

Por la noche, estas piedras preciosas brillaban con tanta

intensidad que uno creía encontrarse en pleno día,

cuando luce el sol de la mañana.

Chrétien de Troyes,

Erec y Enid

Morgennes estaba muerto, era evidente.

Después de haber esperado en vano más de una semana en el bosque, en el lindero de los pantanos, Gargano decidió partir. María quería esperar un poco más, pero Gargano le dijo:

– Prometí a Morgennes que velaría por los suyos. Además, debo acompañaros junto al rey Amaury, al que vuestro tío os prometió.

– ¿Mi tío? -preguntó María.

Gargano lanzó un profundo suspiro. Ya hacía varios días que intentaba reavivar su memoria, pero María había olvidado gran parte de su vida anterior.

– Sois la sobrina nieta de un gran emperador. ¿No lo recordáis?

– No muy bien -dijo María, esbozando una tímida sonrisa. -Soñabais con ser libre.

– ¿Acaso no lo soy?

Gargano parecía azorado. Se sentía a la vez avergonzado y culpable, porque echaba en falta a Nicéforo, y María le intimidaba.

De modo que le contó a María cómo se habían conocido Nicéforo y él.

«Estaba durmiendo, en mi montaña, en los montes Caspios, cuando un convoy me pasó por encima. Y si hay algo que detesto es que interrumpan mi sueño. Porque apenas hacía seis siglos y medio que dormía, cuando para mí una buena noche de sueño se alarga unos mil años. No hará falta que os diga, pues, que me encontraba de pésimo humor cuando los carros cargados de material y de víveres me magullaron el cuerpo, obligándome a ponerme de lado para dejarles pasar. Vuestros obreros creyeron que era un desprendimiento, y yo no hice nada para convencerles de su error, pero tras adoptar la apariencia de un hombre, fui a interrogarles sobre las razones de su presencia en mi dominio. Porque debo confesar que, antes que nada, soy curioso como un hurón…

»-¿Adónde vais? -pregunté a uno de los infantes.

»-Es un secreto -me respondió secamente el guardia, que hacía grandes esfuerzos para no parecer impresionado.

»-Humm… -gruñí yo, haciendo crujir las articulaciones de mis dedos.

»Mis manos eran tan enormes -doblaban en tamaño a su cabeza- que vuestros soldados palidecieron y retrocedieron.

»-¿Quién sois vos? -me preguntó uno de ellos, con voz temblorosa.

»-¿Y qué hacéis aquí? -se atrevió a preguntar otro.

»-¡Llevadnos ante vuestro jefe! -exclamó un tercero, envalentonado.

»-No -repliqué yo-. ¡Llevadme vosotros ante vuestro jefe, u os pesará!

»Y golpeé el suelo con el pie con tanta fuerza que toda la tierra tembló en millas a la redonda. Dos soldados corrieron a buscar a Nicéforo, mientras los demás me rodeaban, teniendo buen cuidado de mantenerse a una distancia prudencial.»

María escuchaba a Gargano. Estaba tan fascinada que no le preocupaba discernir lo verdadero de lo falso.

«Yo me había sentado -prosiguió Gargano-, porque todavía estaba en brazos de Morfeo. Pero apenas había tenido tiempo de esbozar un bostezo, cuando un curioso petimetre se acercó a mí. Un jovenzuelo de aire despierto y gentil, que, con las manos apoyadas en las caderas como un capitán en la proa de su barco, inquirió sonriente:

»-Os deseo un buen día, señor gigante. ¿Puedo saber con quién tengo el honor de hablar?

»"Un buen día." ¡Me había deseado un buen día! ¡Y me había llamado "señor"! ¡Tenía "el honor" de dirigirse a mí! ¡Pardiez! ¡Ese tipo me gustaba! Irguiéndome en toda mi estatura, le tendí la mano para saludarle. Por desgracia, aún medio dormido, había calculado mal mis medidas, y cuando me incorporaba alcanzaba unos buenos treinta pies de largo.

«Asustados, los humanos retrocedieron, blandiendo sus picas; excepto el doncel, que se limitó a inclinarse hacia atrás para no perder contacto con mis ojos.

»-¡No quería molestaros! -dijo sonriendo, con las manos en torno a la boca.

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