David Camus - La espada de San Jorge

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La espada de San Jorge: краткое содержание, описание и аннотация

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Una fascinante aventura épica en el siglo XII de las grandes sagas.
Cuando aún es un niño, el intrépido Morgennes es testigo del asesinato de toda su familia. Más tarde, tras pasar unos años en el Monasterio de Troyes, donde da muestras de gran inteligencia, parte con su amigo Chretien en busca de aventuras. En Bizancio, tras superar la iniciación, será armado caballero. Y ya en Jerusalén deberá volver a probarse a sí mismo enfrentándose al mundo de la memoria y al de los muertos, a las sombras y a los recuerdos…
Una recreación histórica apasionante de los tiempos de la caballería, el honor y la devoción por la causa.
Una historia muy intensa, que no decae en ningún momento: héroes caballerescos, búsqueda de reliquias, el contexto histórico de las cruzadas y los templarios, todo ello acompañado de grandes dosis de fantasía y acción sin límite.

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Morgennes dejó tranquila a la que había sido una mujer y se adentró unos pasos en el pantano. Arboles que hasta ese momento apenas había mirado se le aparecían ahora bajo su verdadero aspecto. En sus troncos, sus raíces y sus ramas, Morgennes veía aquí un brazo, allí una cabeza, y más allá una pierna. Un torso estaba en la base de un tronco.

De pronto Morgennes volvió a pensar en Dodin. ¿En qué estado se encontraría? Colocando sus manos en torno a la boca, le llamó una vez más:

– ¡Dodin! ¡Dodin!

«Vamos -se reprendió a sí mismo-, es inútil. Probablemente ya no recordará su nombre.»

Dios se había tomado la revancha. Quedaban, en su país de origen, Jaufré Rudel, y en Oriente, en los calabozos de Alepo, ese misterioso Reinaldo de Châtillon, al que tenía intención de visitar un día no muy lejano.

– Siempre que pueda abandonar este pantano…

Morgennes corrió hacia María Comneno y le preguntó:

– ¿Cómo es posible que a mí no me haya afectado? ¿Es por mi memoria? ¿Por la música?

– Lo ignoro. Pero el simple hecho de que hayas llegado hasta aquí y nos hayas reconocido prueba que eres alguien especial, Morgennes. Quién sabe, tal vez seas una especie de dragón.

– No lo encuentro divertido -dijo Morgennes-. Además, me permito señalaros que también Gargano y vos estáis aquí. Y que los pantanos me afectan. Pero poco importa. Os sacaré de este lugar. ¿Qué hay que hacer exactamente?

Con gesto cansado, María señaló el órgano y declaró:

– Pronto no podremos sacar ni una sola nota de esta espléndida obra de arte. Este órgano, y no el dragón, debería haberse añadido a la colección de mi tío.

Tras inspirar una profunda bocanada del aire fétido del pantano, prosiguió:

– En algún lugar, más al sur, los pantanos se interrumpen.

– Y nos hallamos de nuevo en la jungla.

– Sí, de nuevo en la jungla, y allí volvemos a encontrar el Nilo, o al menos uno de sus afluentes. Habrá que remontarlo. Una antigua leyenda árabe, que te contaré si todavía me acuerdo, dice que su curso se vuelve subterráneo y que atraviesa la montaña. Condúcenos hacia el mar Rojo. Solo tú puedes salvarnos.

– Haré todo lo que esté en mis manos.

Morgennes dejó que María volviera junto a Gargano, y mientras tocaban a cuatro manos una melodía sincopada -y las mariposas negras y blancas danzaban al ritmo de la música, creando en el aire figuras sorprendentes-, se acercó al tronco de un árbol en busca de una seta.

– Hay algo que me gustaría comprobar -dijo a media voz.

Encontró una seta del tamaño de una nuez, y después de haber comprobado con los dedos la blandura de su carne, se la tragó de un bocado.

– ¡Si soy un dragón, no moriré!

Morgennes cerró los ojos y se abandonó al tumulto que crecía en él.

60

Llevas en ti lo que buscas, pero no está completo.

Una parte se encuentra en tu cuerpo, la otra

está ante ti.

Chrétien de Troyes,

Filomena

Luego todo sucedió como su hermana le había anunciado.

Morgennes, María Comneno y Gargano consiguieron salir de los Pantanos del Olvido, pero no los abandonaron indemnes. Mientras caminaban en dirección a los Montes de la Luna, de una blancura tan deslumbrante que atravesaba los vapores nauseabundos del pantano, Morgennes recordó lo que acababa de vivir.

Pero ¿lo recordó realmente, o lo siguió viviendo porque una parte de su alma había permanecido para siempre prisionera en el Lago Negro? Morgennes nunca lo sabría.

En aquel lugar había tenido la sensación de estar en contacto con toda su vida, desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte, e incluso más allá. Lo que «vivió» entonces nunca le abandonaría. Salió de allí transformado. El Morgennes que se salvó de los pantanos no era exactamente el mismo que se había aventurado en ellos.

Después de tragarse la seta, Morgennes había visto cómo caía y se hundía en las aguas del Lago Negro. María Comneno y Gargano habían corrido hacia él, pero a pesar de sus esfuerzos no habían conseguido evitar que se hundiera en el cenagal, en lo más profundo del pantano.

Morgennes, que parecía haberse desdoblado, estaba a la vez hundiéndose y asistiendo a los vanos esfuerzos de María y Gargano para salvarle. No sabía qué pensar. En realidad, no pensaba.

En el fondo de las aguas se encontraba su hermana, así como muchas otras personas que no conocía: tal vez sus antepasados, o los muertos del mundo entero.

Su hermana fue hacia él flotando.

– Te había dicho que te fueras. Este no es lugar para los no muertos. Tienes que irte.

– ¿Los no muertos?

– Aún no estás muerto, que yo sepa -le hizo notar su hermana.

– No.

– Entonces eres un no muerto.

Luego ella le señaló el inmenso amasijo de sombras de aire antropoide que se aglutinaban en torno a ellos, como flores de diente de león en torno a su pistilo, y le explicó:

– Igual que ellos, nosotros, yo, somos no vivos. Así son las cosas.

– Entonces, ¿estamos en el limbo?

– Si quieres verlo así… Me gustaría explicártelo, pero no podrías comprenderlo.

– Sin embargo, yo te comprendo.

– Porque no te lo digo todo. Además, no todo Morgennes está aquí. Una parte de ti se ha quedado ahí arriba, en el mundo. Mientras que tú…

– ¿Yo? ¿Quién?

Una imagen cruzó por la mente de Morgennes. Volvió a verse, unos años atrás, en las cocinas de Colomán, tendido sobre su jergón. Cocotte y yo estábamos velándole. Curiosamente, Morgennes también estaba ahí, con nosotros. Y se miraba. Luego volvió a verse de niño, corriendo junto a sus padres. Volvió a verse sobre la pequeña tumba de su hermana gemela. Finalmente vio un feto, un minúsculo esbozo de ser humano, contra el que otro esbozo se acurrucaba. Eran dos. No tenían mucho espacio. Sin embargo, se encontraban bien. Estaban en el vientre de su madre.

– Tú estás aquí -prosiguió su hermana-. Con nosotros. Pero solo en parte.

– No comprendo.

– No hay nada que comprender. Cuando se está muerto, el tiempo deja de existir. Ya no hay antes ni después. Cuando se está muerto, no es por toda la eternidad. Es desde la eternidad.

Giró sobre sí misma, como una ondina en el fondo de un lago, y prosiguió:

– Un día sabrás, pero todavía no es el momento. ¿Quieres conocer la fecha de tu muerte?

– No. Es algo que no me interesa.

– Tienes razón. Carece de todo interés.

– ¿Cómo se puede salir de aquí? -preguntó Morgennes-. Me gustaría presentarte a mi mujer. Ven conmigo.

– No. Los que están aquí ya no salen. No echamos en falta la vida. No del todo. O no realmente. Estamos entre nosotros, hablamos, conversamos. Tratamos de mejorar nuestra suerte y la vuestra. Y además, estamos al corriente de todo.

– Pero, de todos modos, debe de haber un modo de marcharse.

– ¿Para hacer qué? Todo está aquí. Y lo que no vemos, nos lo enseñan los árboles.

Le mostró unas raíces entrelazadas, algunas finas como cordones, otras más gruesas que los pilares de una catedral. Esas madejas de raíces conectaban un continente a otro, relacionando los robles de la Gaste Forêt con las palmeras de Damasco, los tamarindos de El Cairo con los olivos de Constantinopla. Y esos eran solo dos ejemplos entre una infinidad.

– Los árboles del mundo entero están enlazados por sus raíces. En la superficie de la tierra existen algunos lugares, como este, en los que es posible comunicarse con los vivos y con los muertos. ¿Quieres comunicarte?

– No, me gustaría volver a casa.

– Y ¿dónde está?

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