Stalin declaró que por el momento no era necesario hablar con los chinos, y luego hizo notar afablemente:
– Respecto a la cuestión del puerto de aguas cálidas, no habrá dificultad, pues no pondré objeciones a que sea un puerto libre, internacionalizado.
Cuando la conversación abordó el tema de la administración fiduciaria de algunos territorios del Lejano Oriente, Roosevelt admitió que el problema coreano era muy delicado. En tono confidencial añadió que si bien personalmente creía que no era necesario invitar a los ingleses a que participasen en el fideicomiso de dicho país, éstos podían mostrarse resentidos, si no se solicitaba su colaboración.
– Sin duda alguna se ofenderían -dijo Stalin, haciendo un gesto significativo-. Creo que el primer ministro nos mataría, por lo que considero que debe ser invitado.
Eran casi las cuatro de la tarde, hora de iniciarse la cuarta asamblea plenaria, y ambos se dirigieron hacia el gran salón. Los demás conferenciantes se encontraban ya allí, charlando en pequeños grupos. Alger Hiss estaba hablando a Eden acerca de la debatida cuestión del procedimiento para votar en las Naciones Unidas. Aquella misma mañana Eden había ayudado a confeccionar el informe de los ministros de Asuntos Exteriores sobre dicho asunto, y Hiss preguntó si podría echar un vistazo al proyecto antes de que se iniciase la asamblea plenaria. Eden vaciló, y al fin le entregó el informe. La razón de sus dudas se hizo evidente para Hiss cuando leyó con creciente asombro que Estados Unidos apoyaban ahora la petición de Stalin de mayor número de votos asignados. Hiss exclamó que aquello era un error, y que Estados Unidos no habían aprobado semejante cosa.
– No sabe usted lo que ha ocurrido -dijo Eden, tomando asiento reposadamente, y sin decir Hiss que Roosevelt había aprobado la medida en privado.
La quinta reunión plenaria se inició con unas palabras de Eden aceptando la invitación de Estados Unidos para celebrar la primera reunión de las Naciones Unidas en Norteamérica, el día 25 de abril. Luego de una prolongada discusión sobre los países que debían participar, Molotov cambió de tema diciendo:
– Consideramos que resultaría útil discutir el problema polaco sobre la base de que el Gobierno actual debe ser ampliado. No podemos ignorar el hecho de que este Gobierno existe en Varsovia, y que ejerce la jefatura sobre el pueblo polaco con gran autoridad.
– Este es el punto crucial de la conferencia -manifestó Churchill, proyectando la mandíbula hacia adelante. Todo el mundo estaba esperando una resolución, y si abandonaban Yalta reconociendo aún varios Gobiernos polacos, se haría evidente que entre ellos existían «diferencias fundamentales», a pesar de todo. Por otra parte, y de acuerdo con los informes que Churchill tenía, el Gobierno de Lublin no gozaba del apoyo de la mayoría de los polacos, y si los tres grandes abandonaban a los polacos de Londres para respaldar a los de Lublin, los 150.000 polacos que luchaban por los aliados se considerarían traicionados.
– Las consecuencias de no llegar a un acuerdo serían lamentables -manifestó Churchill-, y colocarían el sello del fracaso sobre nuestra conferencia.
Luego añadió que el Gobierno de Su Majestad sería acusado en el Parlamento de haber abandonado la causa de Polonia. Debían celebrarse unas «elecciones libres y generales».
– Una vez que se haya hecho esto, el Gobierno de Su Majestad reconocerá al Gobierno que surja, sin tener en cuenta el de los polacos de Londres. Lo que nos causa zozobra es el intervalo que va de aquí a las elecciones.
Stalin replicó que el Gobierno de Lublin -que él llamaba el Gobierno de Varsovia- era muy popular, en realidad.
– Son las gentes que no abandonaron Polonia. Proceden de la Resistencia.
Agregó que en la Historia los polacos odiaban a los rusos, pero que se había producido un cambio radical al ser liberado su país por el Ejército Rojo.
– Ahora demuestran buena voluntad hacia Rusia. Es natural que los polacos sientan una enorme satisfacción al ver a los alemanes huir de su país, y al sentirse liberados. Mi impresión es que los polacos consideran esto como una fecha histórica. La población está grandemente sorprendida de que los integrantes del Gobierno polaco de Londres no tomen parte en esta liberación. Ven allí a los miembros del Gobierno provisional; pero, ¿dónde están los polacos de Londres?
Stalin admitió que, indudablemente, era mejor establecer un Gobierno basado en elecciones libres, pero que la guerra la impedía, debiendo formarse primero un Gobierno provisional.
– Es algo semejante al de De Gaulle -continuó diciendo-, que tampoco ha sido elegido. ¿Quién es más apreciado, De Gaulle o Bierut? Hemos considerado posible tratar con De Gaulle y establecer convenios con él. ¿Por qué, entonces, no tratar con el Gobierno provisional polaco? No podemos pedir más a Polonia que a Francia…
– ¿Cuánto tiempo tardarían en celebrarse las elecciones?-inquirió Roosevelt.
– Un mes, aproximadamente, a menos que se produzca una catástrofe en el frente y los alemanes nos derroten -replicó Stalin, demostrando de nuevo su cachazudo humor, y sonriendo-. Pero no creo que esto llegue a ocurrir.
Hasta el mismo Churchill estaba impresionado, o al menos parecía estarlo.
– Sin duda las elecciones libres disiparían las preocupaciones del Gobierno británico -dijo.
– Propongo que posterguemos las conversaciones hasta mañana -sugirió Roosevelt.
Era obvio que se hallaba satisfecho con aquellas muestras de armonía, y pidió que el asunto quedase a cargo de los tres ministros de Asuntos Exteriores.
– Mis colegas me ganarán con sus votos -dijo Molotov, con una de sus raras sonrisas.
Stalin siguió demostrando buen humor, incluso cuando preguntó la razón de que aún no se hubiese hablado de Yugoslavia. ¿Y respecto a Grecia?
– No tengo críticas que hacer, pero me gustaría saber qué ocurre allí -dijo el mariscal, mirando de reojo a Churchill, pues era sabido que Grecia se hallaba en la esfera de influencia de Inglaterra.
Churchill dijo que podía hablar durante varias horas acerca de Grecia. En cuanto a Yugoslavia, manifestó que se había persuadido al rey -o más bien se le había forzado- a que estableciese la regencia. El jefe del Gobierno yugoslavo en el exilio había salido ya de Londres, según tenía entendido, para formar en Belgrado un Gobierno de coalición con Tito.
– Tengo esperanzas de que la paz se establecerá basándose en una amnistía -dijo Churchill-; pero ambos se odian tanto que no pueden dejar de poner las manos en Yugoslavia.
Esto provocó otra sonrisa de Stalin, quien manifestó:
– Es que aún no están acostumbrados a las discusiones, y en lugar de ello se cortan la garganta mutuamente.
En lo concerniente a Grecia, el mariscal añadió con supremo aire socarrón:
– Sólo deseaba enterarme. De todos modos, no tenemos deseos de intervenir allí.
Este tono de jovialidad siguió imperando en la cena que se celebró en el palacio Yusupov, mientras se sucedían los brindis. Stalin proclamó que Churchill era un hombre de los que sólo nacía uno cada cien años. En reciprocidad, el primer ministro elogió a Stalin como el jefe de un poderoso país que había recibido el impacto más fuerte de la maquinaria guerrera germana, y que tras destruirla había expulsado a los tiranos de su suelo.
Luego Stalin brindó por Roosevelt con un calor que era algo más que político. Las decisiones tomadas por Churchill y por él mismo, manifestó, habían sido relativamente simples, pero Roosevelt se había unido a la lucha contra el nazismo a pesar de que su país no se hallaba seriamente amenazado por una invasión, constituyéndose luego en el «principal forjador del instrumento que condujo a la movilización del mundo contra Hitler». Los proyectos de préstamo de Roosevelt, dijo Stalin con acento agradecido, habían salvado a muchos. Conforme iba transcurriendo la velada, Stalin comenzó a bromear acerca de Feodor Gusov, uno de sus propios diplomáticos, que jamás sonreía. Stettinius consideró que el mariscal llevaba la broma casi hasta el punto de ridiculizar a su subordinado.
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