– Creo que he tenido éxito, y se ha remediado la situación.
En seguida se dirigió a su sitio sin explicar que Stalin acababa de acceder en principio a considerar desde un punto de vista diferente el asunto de las elecciones polacas.
Cuando llegó Stalin, también se disculpó ante el presidente. Eden abrió la sesión, esta vez con un informe confortador: anunció que los ministros de Asuntos Exteriores habían llegado a un acuerdo sobre el futuro Gobierno de Polonia, según la fórmula siguiente:
«En Polonia se ha creado una nueva situación como resultado de su total liberación por el Ejército Rojo. Esto exige el establecimiento de un Gobierno polaco provisional, que puede quedar asentado con mayor firmeza que en anteriores épocas. El Gobierno provisional que ahora se halla funcionando en Polonia deberá ser reorganizado sobre una base democrática, con la inclusión de dirigentes demócratas de la misma Polonia, y con polacos residentes en el extranjero…
»Este Gobierno Provisional de Unidad Nacional deberá celebrar elecciones libres en cuanto sea posible, y de acuerdo con los principios del sufragio universal y del voto secreto…»
Roosevelt entregó una copia a Leahy, el cual frunció el ceño mientras la leía. Al devolver el papel dijo:
– Señor presidente, esto es tan elástico que los rusos pueden estirarlo desde Yalta a Washington sin que nunca llegue a romperse.
– Lo sé, Bill -contestó el presidente, en voz baja-. Lo sé. Pero es todo lo que puedo hacer por Polonia en los momentos actuales.
Mientras Churchill traía a colación el hecho de que el proyecto no hacía mención de las fronteras, Hopkins entregó una nota al presidente que decía:
«Señor presidente:
»Creo que debe aclarar a Stalin que usted apoya la frontera oriental, pero que sólo deberá ser divulgada una declaración general manifestando que consideramos fundamental un cambio de fronteras. También sería conveniente dar la misma explicación a los ministros de Asuntos Exteriores.
»Harry.»
La declaración aludida sería la única que los Tres Grandes publicarían cuando la conferencia hubo concluido, haciendo públicas sus decisiones finales.
– Creo que debemos dejar de lado toda la alusión a las fronteras -manifestó Roosevelt, haciendo caso omiso de la nota de Hopkins.
– Es importante decir algo al respecto -declaró Stalin.
Por vez primera Churchill y Stalin se mostraron de acuerdo, en contra de Roosevelt. El primer ministro dijo que el establecimiento de la frontera debería aparecer en el comunicado, pero Roosevelt no se mostró satisfecho.
– No tengo ningún derecho a llegar a un acuerdo sobre fronteras en estos momentos. Esto será llevado a cabo por el Senado, posteriormente. Dejemos que el primer ministro haga algunas declaraciones públicas cuando regrese, si lo considera necesario. Molotov se agitó inquieto en su asiento, y manifestó en voz baja:
– Creo que sería muy conveniente incluir algo acerca de la completa conformidad de los tres dirigentes, en relación con la frontera oriental. Podemos decir que la Línea Curzon está de acuerdo con el parecer de todos los presentes… También creo que no hay necesidad de aludir a la frontera occidental.
– Considero que hay que decir algo -insistió Churchill.
– Sí, pero menos definido, si le parece bien -manifestó Molotov.
– Puede decirse que Polonia obtendrá compensaciones en el oeste.
– Muy bien -dijo Molotov.
Roosevelt trajo a colación un nuevo tema, que provocó la sensación general.
– Quisiera decir que he cambiado de parecer respecto a la posición francesa en el control de Alemania. Cuanto más pienso en ello más razón me parece que tiene el primer ministro. Siguió diciendo que debería entregarse a Francia una zona de ocupación. Antes de que Stettinius se hubiese recobrado de la sorpresa, recibía otra mayor al oír decir a Stalin:
– Estoy de acuerdo.
Esto había sido arreglado privadamente. Hopkins persuadió a Roosevelt de que sería prudente conceder a Francia una zona, y el presidente dijo a Stalin en privado, a través de Harriman, que había cambiado de parecer. Stalin contestó rápidamente que coincidía con el presidente.
Churchill se mostró tan satisfecho con este resultado, como Roosevelt lo había estado el día anterior.
– Cierto es -dijo con semblante alegre- que Francia puede decir que no tomará parte en la Declaración, y que se reserva todos los derechos para actuar en el futuro.
En este punto todo el mundo se echó a reír.
– Debemos hacer frente a tal posibilidad -añadió Churchill, con gesto travieso, que hizo sonreír hasta al sombrío Molotov-. Tenemos que estar dispuestos a recibir una dura respuesta. Este ambiente de camaradería se enrareció tan rápidamente como se había iniciado, cuando Churchill se refirió al tema de las indemnizaciones de guerra. Consideraba que veinte mil millones de dólares -la mitad para Rusia- eran una suma absurda, si bien lo dijo más cortésmente.
– Hemos recibido instrucciones de nuestro Gobierno para no hacer mención alguna de una cifra determinada -manifestó-. Dejemos que la Comisión de Indemnizaciones de Moscú lo haga.
Stalin ya esperaba esto de Churchill, pero no dio muestras de emoción alguna. Sin embargo, pereció realmente ofendido cuando Roosevelt hizo notar que también a él le disgustaba mencionar una cantidad específica, pues muchos norteamericanos pensarían que las indemnizaciones sólo se contaban en dólares y centavos de dólar.
Irritado, Stalin murmuró algo a Andrei Gromyko, el cual asintió con la cabeza y se dirigió hacia donde estaba Hopkins. Luego de una serie de susurros, Hopkins escribió rápidamente la siguiente nota:
«Señor presidente:
»Gromyko acaba de decirme que el mariscal considera que no ha respaldado usted a Eden relación con las indemnizaciones, sino que ha apoyado a los ingleses, y que eso le disgusta. Tal vez pueda usted explicárselo más tarde, en privado.
»Harry.»
Stalin decía en esos momentos, con voz emocionada:
– Creo que podemos ser totalmente sinceros.
Su voz ascendió de tono mientras manifestaba que nada de lo que pudiera proporcionar Alemania, llegaría a compensar las tremendas pérdidas experimentadas por Rusia.
– Los norteamericanos acuerdan tomar como base veinte millones de dólares -declaró, demasiado excitado para comprender que había cometido un error-. ¿Quiere eso decir que los norteamericanos se echan atrás?
Al decir esto miró a Roosevelt, entre ofendido y decepcionado. Roosevelt rectificó rápidamente. Lo que menos deseaba era una discusión seria acerca de lo que consideraba como un asunto de importancia secundaria. Sólo una palabra parecía preocuparle, por lo que dijo:
– La palabra «reparaciones» sólo significa «dinero» para mucha gente.
– Podemos emplear otra palabra -concedió Stalin, levantándose de su silla por primera vez en una sesión, desde que habían comenzado las entrevistas-. Los tres Gobiernos acuerdan que Alemania debe pagar en especie las pérdidas causadas por ella a los aliados en el curso de la guerra…
Si Roosevelt se hallaba con ánimo conciliador, no ocurría lo mismo con Churchill.
– No podemos establecer una cifra de veinte mil millones de dólares, ni otra cifra cualquiera, hasta que la Comisión haya estudiado el asunto -manifestó, y siguió argumentando con tal ardor y elocuencia, que Stettinius escribió en sus notas el placer que sentía siempre que oía las «hermosas frases» de Churchill, fluyendo «como el agua de una fuente».
Sus palabras provocaron un efecto opuesto en Stalin, quien dijo gesticulando enfáticamente.
– Si los ingleses no quieren que los rusos obtengamos indemnizaciones, es mejor que lo digan con toda franqueza.
Читать дальше