Los polacos lucharon, confiando en que las tropas rusas situadas en la otra orilla del río Vístula no tardarían en liberar a Varsovia. Pero pasaron días, y los rusos ni siquiera disparaban contra los aviones alemanes que atacaban las posiciones de los polacos sublevados, pese a que los aparatos se hallaban al alcance de sus antiaéreos.
Por fin, cuatro días después de su llegada a Moscú, consiguió Mikolajczyk hablar con Stalin, quien accedió de mala gana a hacer unas pocas concesiones, si los polacos de Londres lograban llegar a un entendimiento con los de Lublin. Por consiguiente, Mikolajczyk sostuvo varias entrevistas con los dirigentes polacos de Lublin, quienes ofrecieron hacerle primer ministro de una coalición gubernamental, pero insistiendo en que Boleslaw Bierut, un comunista declarado, fuera el presidente, y que catorce de las diecisiete carteras ministeriales irían a los comunistas o a sus simpatizantes. A todo esto, Mikolajczyk trataba por todos los medios de conseguir ayuda militar para Varsovia. En una ocasión Stalin le dijo que el Ejército Rojo no podía cruzar el Vístula a causa de un ataque que llevaban a cabo cuatro nuevas divisiones alemanas de carros de asalto, y añadió que de todos modos no sabía que hubiera lucha alguna en las calles de Varsovia.
En Gran Bretaña y en Estados Unidos, la opinión pública estaba tan alterada a causa de la promesa dada a los polacos, que Roosevelt terminó por aprobar una orden para el envío de aviones norteamericanos a Varsovia, los cuales, tras arrojar suministros a los polacos, seguirían hasta territorio ruso para abastecerse de combustible. Pero los rusos consiguieron revocar este proyecto, alegando que el levantamiento de Varsovia era «un asunto arriesgado, en el que el Gobierno soviético no deseaba comprometerse».
«Si se estudia la posición del Gobierno soviético… -escribió el embajador W. Averell Harriman a Washington-, se ve que su negativa está basada en implacables consideraciones políticas, y no en el hecho de que no exista resistencia interna, o de que se adviertan dificultades de tipo operativo». A pesar de las negativas, Roosevelt y Churchill siguieron pidiendo ayuda para Varsovia. Pero Stalin se mantuvo firme, y envió el siguiente telegrama a los dos estadistas:
«…Tarde o temprano se conocerá la verdad acerca del puñado de criminales en busca del poder que iniciaron la aventura de Varsovia. Estos elementos, aprovechándose de la credulidad de los habitantes de la ciudad, expusieron a gentes prácticamente desarmadas a los cañones, tanques y aviones alemanes… No obstante, las tropas soviéticas, que últimamente han tenido que hacer frente a renovados contraataques alemanes, están haciendo todo lo que pueden para rechazar las incursiones hitlerianas y para llevar a cabo una nueva ofensiva en gran escala sobre Varsovia. Puedo asegurarles que el Ejército Rojo no ahorrará esfuerzo alguno para aplastar a los germanos en Varsovia, liberándola para los polacos. Esa será la ayuda más eficaz que pueda prestarse a los polacos antinazis.»
Si el Ejército Rojo era realmente incapaz de liberar a Varsovia -lo cual resulta dudoso-, la torpe tentativa de Stalin de convertir la rebelión en una «aventura», indica claramente que deseaba que los alemanes destruyesen por completo el ejército clandestino polaco. Con la eliminación de esos polacos resultaría mucho más fácil, para el Gobierno comunista de Lublin, adueñarse de Polonia al terminar la guerra.
Cuando al fin el general Bor se rindió, el 2 de octubre de 1944, después de sesenta y tres días de valiente resistencia, unos 15.000 hombres de sus fuerzas habían muerto, otros 200.000 polacos perecieron con ellos, y Varsovia se hallaba en ruinas. Una semana más tarde Churchill llegó a Moscú para tratar de hallar soluciones satisfactorias al nuevo problema que presentaba la expansión soviética en el Este y el Sudeste de Europa. Como los polacos de Londres aún seguían denunciando la traición de Stalin en el levantamiento de Varsovia, Churchill temió que pudieran trastornar las reuniones entre los Tres Grandes. Por lo tanto, envió un telegrama a Mikolajczyk -quien había llegado recientemente a Londres, profundamente disgustado-, e insistió en que regresase de nuevo con una delegación para continuar las entrevistas con los polacos de Lublin.
De mala gana, Mikolajczyk y un grupo de polacos de Londres llegaron a Moscú pocos días después, sólo para recibir otro rudo golpe: en una reunión celebrada el 14 de octubre, Molotov reveló que Roosevelt había accedido en Teherán al establecimiento de la frontera en la Línea Curzon. Mikolajczyk inquirió a Churchill y Harriman acerca de la certeza de aquello. El elocuente silencio de ambos fue la mejor respuesta, y los polacos de Londres sólo hicieron lo que ya estaban acostumbrados a hacer: protestar violentamente. Churchill contestó, con igual energía, que la fortaleza que demostraban terminaría por «destruir la paz de Europa», haciendo estallar una contienda que costaría veinticinco millones de vidas.
– ¿Para qué estáis luchando?¿Para que os aniquilen del todo?
Mikolajczyk, siempre indignado, pidió permiso para lanzarse en paracaídas sobre Polonia, a fin de reunirse con los partisanos.
– Prefiero morir luchando por la independencia de mi patria, antes de que me ahorquen los rusos en presencia de vuestro embajador -contestó.
A pesar de su arrebato, Mikolajczyk no tardó en comprender que debía llegarse pronto a un acuerdo, y a su regreso a Londres exhortó al Gobierno polaco en el exilio a que estableciese un nuevo convenio con Moscú. Como era de prever, los exilados se negaron a todo lo que no estuviese contenido en la Carta del Atlántico, y Churchill dijo entonces a Mikolajczyk:
– Si hubiesen seguido mis consejos del pasado enero, y aceptado la Línea Curzon, ahora no tendrían a esos terribles polacos en Lublin.
Luego Churchill amenazó con «lavarse las manos» en relación con los polacos de Londres, a causa de sus intemperancias, y entonces Mikolajczyk preguntó:
– ¿Por qué entre todos los países de las Naciones Unidas sólo Polonia es la única que tiene que hacer sacrificios territoriales, y tan pronto, además?
– Está bien -replicó Churchill sarcásticamente-. Dejen que los polacos de Lublin sigan manejando los asuntos de Polonia, ya que ustedes no quieren lo contrario. Son polacos quisling, sucios, salvajes, los que asumirán el poder de vuestro país.
Luego manifestó que la única manera de que los polacos de Londres pudiesen gobernar en Polonia, al concluir la guerra, era accediendo inmediatamente al establecimiento de la Línea Curzon. De hacerlo, tendrían el apoyo de Inglaterra y de Estados Unidos.
– A menos que me dé usted una respuesta hoy o mañana, consideraré que todo ha terminado. En realidad, no existe Gobierno polaco si éste es incapaz de tomar una decisión -dijo Churchill.
– No puedo convencer a mis colegas de la necesidad de aceptar condiciones tan duras, establecidas además sin las debidas garantías -contestó Mikolajczyk.
– ¡Basta ya! -exclamó Churchill-. Ustedes no pueden negociar más que sobre un aspecto: la Línea Curzon…
– Nos pide algo enorme, extremadamente difícil -contestó Mikolajczyk-. Tenga en cuenta que esto significa la transferencia de cinco o seis millones de polacos a las nuevas regiones de Polonia, y la expulsión de éstas de siete millones de alemanes.
– ¿Para qué ha venido usted a Londres, entonces?-preguntó furioso Churchill, pegando con el pie en el suelo, como un chiquillo irritado. Luego hizo algunas amenazas más, y de pronto volvió a inquirir-: ¿Está usted dispuesto a salir mañana hacia Moscú?
– No, no puedo hacerlo.
– ¿Y pasado mañana?
Mikolajczyk manifestó que se tardaría más en conseguir la aprobación del Gobierno polaco en el exilio.
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