John Toland - Los Últimos Cien Días

Здесь есть возможность читать онлайн «John Toland - Los Últimos Cien Días» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los Últimos Cien Días: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los Últimos Cien Días»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Los últimos cien días de la Segunda Guerra Mundial en el escenario europeo son la culminación del drama que se ha desarrollado a lo largo de toda la contienda. En esos tres meses los Aliados darán el golpe de gracia al Tercer Reich pero, antes de que éste se hunda definitivamente, Alemania tendrá que soportar una tragedia con escasos precedentes en la historia de la humanidad. Víctima de intensos bombardeos, del frío y la falta de alimento, de los excesos cometidos por las tropas rusas y del terror impuesto por los últimos guardianes del nazismo, la población germana acabará recibiendo la noticia de la derrota con indisimulado alivio.
En estas páginas, el historiador John Toland ofrece una extensa, documentada y apasionante reconstrucción de esos últimos y dramáticos días. Su lenguaje ameno y directo, más cercano al periodismo que al propio de los libros de historia, transporta al lector a los diferentes escenarios en los que se libra esa partida final, en un fascinante relato de interés creciente que logra captar toda su atención desde el primer momento.
Los últimos cien días, un clásico imprescindible del que se han vendido millones de ejemplares desde su aparición en 1965, está considerado hoy día como la obra más completa sobre el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa.

Los Últimos Cien Días — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los Últimos Cien Días», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

En los asuntos del Departamento de Estado, Stettinius casi siempre se apoyaba en las opiniones de sus consejeros. Cuando se le presentaba algún documento para su aprobación y firma, sus únicos comentarios se referían a la anchura de los márgenes de la hoja. Pero si bien algunos de los políticos se burlaban de él, considerándole como un trabajador vulgar y concienzudo, sin demasiada perspicacia, en cambio era universalmente querido por su modestia y su buen carácter. Tal vez fueran éstas las cualidades que decidieron a Roosevelt a elegirle para el puesto. A causa de la enfermedad de Cordell Hull, Roosevelt había actuado como secretario de Estado durante algún tiempo, y luego, en lugar de elegir a una persona enérgica, como James Byrnes, sin duda prefirió a un hombre afable que llevase a cabo sus deseos sin crear desilusiones. Esto puede explicar la razón de que Roosevelt diera instrucciones a su fiel y astuto ayudante, Harry Hopkins -su mano derecha-, para que acompañase a Stettinius a Malta, a fin de que supervisase todas sus actuaciones. Los enemigos del Gobierno ya estaban acusando a Stettinius de ser simplemente el hombre de paja de Hopkins, y le calificaban despectivamente de «el muchacho de pelo blanco». Churchill también atacaba a Stettinius, como si éste hubiese sido directamente responsable de la oleada de críticas que se desencadenó en Norteamérica contra el primer ministro inglés al haber ordenado a las tropas británicas de Atenas que luchasen contra los partisanos comunistas, que hasta poco antes habían combatido contra los nazis. Churchill replicó que de no haber tenido Inglaterra tropas en Grecia, los comunistas griegos se hubiesen adueñado del poder.

Al día siguiente, 1.° de febrero, por la mañana, las cosas se presentaron más tranquilas para Stettinius. El y Anthony Eden, el secretario de Asuntos Exteriores británico, abandonaron el crucero ligero británico «Orion» para dar un paseo por los muelles y discutir amigablemente acerca de los problemas que podrían surgir en Yalta. Eden era un hombre de temperamento tranquilo, y resultaba un anfitrión muy agradable. No es que no tuviera también momentos temperamentales. Aunque la gente creía que era un caballero de suaves modales y carácter pasivo, Eden era capaz a veces de tener arrebatos de cólera. Y el cordero que de pronto ruge como un león resulta siempre más desconcertante.

Cerca del mediodía, Eden, Stettinius y sus ayudantes se reunieron en el «Sirius», donde los americanos se alojaban, con el fin de estudiar la postura que debían asumir en la conferencia de Yalta. Eden consideró que los norteamericanos concedían demasiada importancia a la proyectada organización mundial, y poco interés al problema de Polonia. Era del parecer de que las Naciones Unidas no servirían de mucho, si a los soviéticos no «se les persuadía u obligaba a tratar a Polonia decentemente».

Por más que el problema polaco tenía su origen en un remoto pasado, la crisis actual podía considerarse como originada el 23 de agosto de 1939, cuando, ante la consternación de casi todos los países del mundo, Rusia y Alemania firmaron el Pacto de Moscú. Ribbentrop y Molotov acordaron dividirse el territorio polaco a cambio de la no intervención soviética, y el 1.° de septiembre los tanques germanos avanzaban hacia Varsovia. Dos días después, Gran Bretaña y Francia declaraban la guerra a la Alemania de Hitler. La Segunda Guerra Mundial había empezado.

Para Polonia, la entrada de sus aliados en el conflicto no significaba más que un apoyo moral. Al cabo de tres semanas todo el país se hallaba ocupado por Alemania y Rusia, y centenares de miles de polacos eran recluidos por los nazis y los soviéticos en los campos de concentración. El Gobierno polaco, sin embargo, después de huir a Inglaterra a través de Rumania y Francia, fue reconocido por las democracias occidentales, como el Gobierno legal en el exilio.

El 22 de junio de 1941, Hitler hizo estremecer de nuevo al mundo al volverse contra su aliada e invadir la Unión Soviética. Pocas semanas más tarde, Roosevelt y Churchill revelaban al mundo los términos de la Carta del Atlántico, que ambos habían firmado. Este documento proporcionaba nuevas esperanzas a los polacos de todas las confesiones políticas. Allí se encontraban los cimientos de una Polonia verdaderamente libre. Cuando Rusia se adhirió más tarde a los principios de la Carta, prometiendo «no buscar incremento territorial de ninguna clase», el optimismo polaco pareció tener entonces una base real. Luego cambió la suerte de la guerra, y al iniciar el Ejército Rojo su lucha contra Alemania, en términos similares, Stalin insistió en que la frontera rusopolaca debía ser trasladada al Este, a la línea de demarcación estipulada en la Conferencia de Paz de París, de 1919, por lord Curzon. Esto significaba que Rusia iba a conservar casi todo el territorio que el Ejército Rojo había ocupado en 1939. Los polacos pusieron el grito en el cielo, pero sus protestas no conmovieron a Churchill. Este, lo mismo que Stalin, consideraba que el gran cambio que había experimentado la situación militar, justificaba también un cambio de la política. Ese fue también el parecer de Roosevelt, y en la conferencia de Teherán, celebrada en 1943, ambos estadistas prometieron secretamente a Stalin que aceptarían la Línea Curzon.

El Premier polaco, Stanislaw Mikolajczyk, no sabía nada de este acuerdo, como es natural, y se trasladó a Estados Unidos para conseguir de Roosevelt las debidas seguridades de que defendería los derechos de Polonia. Cuando los dos hombres se reunieron el 6 de junio de 1944 -el día D-, Roosevelt nada dijo acerca de la Línea Curzon, y sólo prometió que Polonia sería libre e independiente.

– ¿Qué me dice de Stalin?-inquirió Mikolajczyk.

– Stalin es un hombre práctico -dijo el presidente, encendiendo un cigarrillo-, no debemos olvidar, al juzgar los actos de Rusia, que el régimen soviético sólo posee unos pocos años de experiencia en materia de relaciones internacionales. Pero de una cosa estoy seguro: Stalin no es un imperialista.

Roosevelt prosiguió diciendo que los polacos debían llegar a un acuerdo con Stalin.

– Ustedes solos -añadió-, no tienen ninguna esperanza de derrotar a Rusia, y debo decirle que ni los ingleses ni los norteamericanos tenemos la menor intención de combatir a la Unión Soviética.

Al notar la preocupación que reflejaba el rostro de Mikolajczyk, Roosevelt procuró tranquilizarle:

– Pero no se preocupe; Stalin no trata de privar a Polonia de su libertad. No osará hacer tal, porque sabe que nuestro Gobierno apoya decididamente a Polonia. Me ocuparé de que su país no salga perjudicado en esta guerra.

Luego el presidente americano exhortó a Mikolajczyk a que se entrevistase con Stalin inmediatamente, para estudiar la posibilidad de llegar a un acuerdo.

– Cuando algo se hace ineludible -concluyó diciendo Roosevelt-, lo mejor es adaptarse a la situación.

Mikolajczyk, jefe del Partido Campesino, no era tan insistente como la mayoría de los polacos acerca de la conveniencia de no hacer la menor concesión a los rusos, y accedió a trasladarse a Moscú. Ya en camino, estuvo a punto de volverse, lleno de cólera, pues se enteró que Stalin había entregado el territorio polaco recientemente liberado por el Ejército Rojo, al nuevo Comité Nacional de Liberación Polaco de Lublin, cuyos dirigentes eran comunistas polacos o simpatizantes del Partido.

La llegada a Rusia de Mikolajczyk, el 30 de julio, no podía producirse en circunstancias más dramáticas. La emisora de radio Kosciusko, de Moscú, acababa de hacer un llamamiento al pueblo de Varsovia, para que ayudase al Ejército Rojo, que se acercaba rápidamente, mediante «lucha directa y activa en las calles».

Los dirigentes polacos clandestinos oyeron la exhortación final de la emisión: «¡Polacos, ha llegado la hora de la libertad! ¡Polacos, a las armas, no hay tiempo que perder!» Resolvieron entonces poner en juego la operación «Tempestad», consistente en una rebelión general contra los nazis, y el jefe del ejército clandestino, general Bor (su verdadero nombre era Tadeusz Komorowski), ordenó iniciar las hostilidades el 1.° de agosto. En tal fecha, unos 35.000 polacos de todas las edades, pobremente armados, atacaron la guarnición germana de Varsovia. Unidades de las SS y de la policía -incluyendo a los reos en libertad condicional y los prisioneros rusos renegados, que odiaban a los polacos-, fueron enviadas a la ciudad, y bajo el mando del SS gruppenführer (general de división) Erich von dem Bach-Zelewski, se inició una brutal campaña destinada a arrasar Varsovia por completo, y a aplastar de raíz la sublevación.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los Últimos Cien Días»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los Últimos Cien Días» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los Últimos Cien Días»

Обсуждение, отзывы о книге «Los Últimos Cien Días» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x