– Si he de proceder con esta investigación, debo formarme una idea más elaborada acerca de estos asuntos en los que estaba implicado. Debo confesar que mi padre nunca me contó mucho de su negocio, y que yo nunca me preocupé por aprender gran cosa de los tejemanejes de la calle de la Bolsa en general. ¿Qué son estos valores de los que habla? ¿Cómo funcionan?
Mi tío se acomodó en la silla y sonrió de manera pedante.
– El proceso es bastante sencillo. Si te encontraras con necesidad de tener más liquidez de la que tienes en tu poder, tendrías diversas posibilidades, como por ejemplo pedirle un préstamo a un orfebre o a un escribano. Los Gobiernos, particularmente cuando participan en guerras, se encuentran a menudo escasos del dinero necesario para pagar a las tropas, construir armamento y demás. En el pasado, en este país, e incluso hoy en día en países oprimidos por monarcas absolutos, un rey podía pedir que sus nobles ricos le «prestasen» dinero. Si el rey nunca se lo devolvía, los nobles no podían hacer gran cosa. Y una vez muerto el monarca, los herederos solían negarse a honrar cualquier deuda de su predecesor.
– De manera que este dinero no era prestado, sino extorsionado.
– Exacto. Y cuando los terratenientes poderosos son oprimidos por los monarcas, la circunstancia siempre es peligrosa. Cuando el rey Guillermo le arrebató el trono al canalla papista, Jacobo II, hace treinta años, inmediatamente declaró la guerra a Francia para impedir que esa nación se hiciera dueña de Europa. Para pagar esas deudas, utilizó el método holandés para aumentar las rentas públicas. En lugar de exigir a la población que pagase a la Corona dinero en metálico, le ofreció la oportunidad de convertir el metálico en inversión. Cuando el Reino desea pagar una guerra, se puede adquirir el dinero vendiendo bonos: promesas de devolver una determinada cantidad con un interés particular. Si inviertes mil libras en un bono que te promete devolverte un diez por ciento de interés, recibes cien libras al año. Después de diez años, el Gobierno ha subsanado su deuda, pero tú sigues recibiendo un dinero. Bien, ésta puede ser una mala inversión para alguien que no tiene en el mundo nada más que mil libras, pero si a un hombre le sobra el dinero, entonces los bonos se convierten en una fuente regular y segura de ingresos. Más segura que la tierra, porque las rentas de un terrateniente pueden fluctuar dependiendo de la economía del campo y de la bondad de la cosecha. La inversión en los bonos está garantizada.
– ¿Pero por cuánto tiempo? -pregunté-. ¿Por cuánto tiempo continúa el Estado pagando esas cien libras al año?
Mi tío se encogió de hombros.
– Depende del bono, por supuesto. Algunos son por dieciséis años, algunos por un poco más, otros por un poco menos. Algunos valores son asignaciones anuales de por vida, con lo cual mientras el inversor siga vivo, el interés llega año tras año.
– Pero si el receptor muere antes de que le haya sido saldada la deuda… -comencé.
– Entonces sale ganando el Tesoro, sí.
– ¿Es posible que a mi padre lo matasen para impedir que se saldase alguna deuda? -pregunté, aunque tal cosa me parecía poco probable. Mal gobierno sería aquel que asesinase a sus prestamistas.
Mi tío se rió débilmente.
– Es cierto que el rey Eduardo expulsó a los judíos de esta isla porque no deseaba pagar sus deudas, pero creo que las cosas han cambiado un tanto en los últimos quinientos años. Me parece poco probable que el Tesoro o sus agentes sean tan violentos en sus esfuerzos por reducir la deuda nacional.
– Adelman me habló la otra noche de reducir la deuda nacional -observé, sin intención de elevar la voz.
– Es una preocupación en boca de todos.
– Sí, pero me hace sentir curiosidad cuando está en boca de un hombre que quiere silenciarme. Su amigo el señor Adelman me pidió que suspendiese mi investigación, y eso me hace preguntarme qué es lo que tiene que ocultar.
Mi tío apenas pareció oírme.
– Adelman es una criatura compleja. No creo, sin embargo, que el asesinato se encuentre entre sus prácticas. Puede conseguir lo que quiera por otros medios.
– ¿Y cómo va a conseguir a Miriam, tío?
Sonrió traviesamente, el tipo de sonrisa que me hacía lamentar haberme mantenido alejado de él durante tanto tiempo.
– Por su consentimiento, diría yo, Benjamin, aunque ella no parece muy dispuesta a dárselo. No, Adelman tiene sus propias razones, estoy seguro, para pedirte que no investigues estos asuntos, y tengo la certeza de que están relacionadas con su temor de que los hombres de negocios de los cafés puedan ser presa del pánico si oyen rumores desagradables. Verás: Adelman ocupa un lugar poco habitual dentro de la Compañía de los Mares del Sur. No es uno de sus directores, al menos no oficialmente, pero ha invertido secretamente en la Compañía una cantidad del orden de decenas de miles de libras, quizá incluso más.
– Sigo sin entender por qué mi investigación es de su incumbencia.
– Me he dejado mucho en el tintero, ya lo veo. El Estado no actúa de intermediario en estos préstamos. Ha sido responsabilidad del Banco de Inglaterra recoger el dinero y organizar el pago del interés. A cambio recibe determinadas exenciones monetarias por parte del Tesoro, además de la posesión de grandes cantidades de dinero, las cuales, aunque sólo sea temporalmente, pueden ser utilizadas por el Banco. Ahora la Compañía de los Mares del Sur ha estado intentando quedarse con parte de este negocio que lleva el Banco.
– Así que la Compañía y el Banco están compitiendo por el mismo negocio: el de actuar de intermediario en los préstamos estatales.
– Correcto -dijo mi tío-. Y como te dije, durante las guerras del rey Guillermo contra los franceses se tuvo que recolectar mucho dinero, y muy deprisa, y el Estado ofreció bonos muy atractivos, como esos que he mencionado, que daban un interés vitalicio del diez por ciento. Ahora hay mucha agitación en el Parlamento, que entiende la deuda de nuestros padres como la herencia de nuestros hijos. De manera que la Compañía de los Mares del Sur ha propuesto una reducción de la deuda nacional mediante la organización de conversiones de acciones. Una conversión de ese tipo, aunque a muy pequeña escala, tuvo lugar a principios de año. A los propietarios de valores gubernamentales se les ofreció la oportunidad de intercambiar sus dividendos anuales por acciones de la Mares del Sur. El Tesoro le da a la Compañía dinero por las acciones, cosa que elimina una deuda a largo plazo.
– Esta Compañía de los Mares del Sur debe de tener grandes beneficios si la gente intercambia algo garantizado para obtener un alto interés.
– Lo raro es que no tiene beneficios en absoluto. Su éxito es una especie de fábula de las nuevas finanzas -se inclinó hacia delante y me miró, satisfecho, como siempre, de poder hacer el papel de instructor-. Como las otras compañías comerciales, la Compañía de los Mares del Sur se fundó para tener derecho exclusivo a comerciar con una región en particular; en este caso, las costas de Sudamérica. Desgraciadamente, la intromisión de España ha vaciado este derecho de casi todo su valor. La Compañía intentó ganar algún beneficio hace unos años en el desagradable comercio de esclavos en Sudamérica, pero por lo que he oído, su falta de experiencia en estos asuntos hizo que el negocio resultara ruinoso y todavía más cruel para el cargamento de lo que suele ser habitual.
– Y si no comercia, ¿qué hace?
– Se ha estado constituyendo como rival del Banco de Inglaterra; es decir, que intenta participar en la financiación de la deuda nacional. Y la Compañía se ha ido haciendo cada vez más poderosa. Sus acciones han ido muy bien últimamente, y han reportado más que estos dividendos anuales del diez por ciento, de manera que parece un buen intercambio. Pero hay muchos que no creen que las conversiones sean de fiar, porque para que las acciones sean lucrativas, la Compañía ha de hacer dinero y pagar dividendos a sus accionistas. Si la Compañía no obtiene beneficios, las acciones no valen nada, y los hombres que tenían Bonos del Estado, dinero real, de pronto descubren que no tienen nada. Es como si te levantases una mañana y descubrieses que tus tierras se han convertido en aire.
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