Collen McCullough - Angel

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Harriet Purcell tiene veintiún años y acaba de diplomarse como técnica en radiología. Con un sueldo más propio de un hombre en el Sidney de los años sesenta, desoye los consejos de su padre, quien le advierte que «sólo los locos, los bohemios y las prostitutas se atreven a vivir en Kings Cross». Así, decide independizarse y se muda a la casa de huéspedes de la señora Delvecchio, situada en ese barrio de mala nota. Allí descubre que su casera, a parte de los alquileres de sus extraños inquilinos, cuenta con otra fuente de ingresos mucho más provechosa: lee las cartas, el horóscopo y escruta las profundidades de su preiada bola de cristal…
Pero es la pequeña Flo, hija de la señora Delvecchio y médium en las sesiones que esta organiza, quien definitivamente roba el corazón de Harriet. A medida que la jóven se adentra en los secretos de los hombres, el amor y las cartas del tarot, va descubriendo también que seguir los dictados del corazón no siempre resulta fácil, y que proteger a quienes más amamos puede convertirse en la tarea más ardua.
Angel es el luminoso relato del despertar de una joven a la vida adulta. Una tierna y deliciosa historia de amor con los más divertidos y bohemios personajes…

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– Querida -anuncié-, dígale a su marido que se quede con sus extraños y pequeños dispositivos para toda la vida. El mundo estaba esperando una forma de separar las ovejas eléctricas de las cabras eléctricas. Estos extraños y pequeños dispositivos son dinamita pura. -Acaricié la Bola de Cristal-. Silicio. Un material increíble.

– ¿Está totalmente segura señora Delvecchio Schwartz? -preguntó, un tanto escéptica.

No, Flo está segura, pensé para mis adentros. Las tranqueras para la matanza controlada de ovejas son transistores, muy moderno, pero yo tengo preparación técnica. Hay algunos aparatos médicos que están hechos con ellos, e incluso un par de ordenadores. ¡Astuto, el señor Pomfrett-Smythe! Sin duda, comprendió el asombroso adelanto que estos dispositivos implican. ¿Acaso los días de los tubos de vacío y las emisiones termodinámicas estarán contados?

Entonces, se me ocurrió otra idea: ¿no será que los amigos y colegas del señor Pomfrett-Smythe están conspirando para comprarle su parte?

Apenas lo pensé, Flo tomó un lápiz verde claro y dibujó una especie de hígado con unos rayos amarillo ictericia. Sí, eso era lo que estaba sucediendo. Y Flo acababa de leerme el pensamiento: había respondido a la pregunta que no había formulado. ¡Finalmente, el gran momento! Flo había dejado que penetrara en su mente, éramos una. He sido correspondida.

La señora Pomfrett-Smythe seguía mirándome con expresión interrogante, seguía esperando una respuesta.

– Estoy completa, absoluta y definitivamente segura -dije con total convicción-. Es más, puede darle un pequeño consejo de parte de la señora Delvecchio Schwartz (use mi nombre): un hombre sabio no debería creer todo lo que sus amigos y colegas dicen.

– Se lo diré. -No era ninguna idiota la señora Pomfrett-Smythe, entendió mi indirecta. La cartera de cabritilla púrpura pálido se abrió-. Eh… ¿cuánto le debo?

Hice un gesto grandilocuente.

– La primera vez no se cobra, querida; pero a partir de ahora, le cobraré más que los de la luz.

¿Cobrarle por ese día? ¡Ni loca! El lunes mismo voy a abrir dos carteras de acciones, una para Flo y otra para mí, y la primera inversión que haremos será en los extraños y pequeños dispositivos del señor Pomfrett-Smythe.

Mi primera clienta se quedó mirándome con asombro y respeto. Después, sus ojos se fijaron en Flo con la tierna admiración que sienten las mujeres cuando ven una niña hermosa.

– Le agradecería -dije, poniéndome de pie- que pudiera llamar por teléfono a la señora Pearson y decirle que la única y exclusiva señora Delvecchio Schwartz ha vuelto al trabajo en su nueva encarnación. El magnético mú está en menos de uno otra vez y el vector de ecuanimidades está completo. Todo ha vuelto a la normalidad en La Casa.

Flo y yo bajamos la escalera con la señora y la acompañamos hasta la galería, donde esperamos a que el apuesto chófer se acercara a toda prisa, paraguas en mano.

– Angelito -dije mientras saludábamos al Rolls Royce que se alejaba bajo la lluvia-, vamos a mantener en secreto tus florecientes habilidades para dibujar, ¿eh? Pronto empezarán a llegar hordas de dientas en sus Rolls y no queremos que se enteren de cómo lo hacemos, ¿verdad? La señora Delvecchio Schwartz tiene que seguir siendo única. Es tu refugio frente a un mundo que no está preparado para ti.

¡Y sólo así logré ver lo que sucedía dentro de su mente! Bosquejos borrosos de mobiliario institucional que volaban a toda velocidad, el intenso dolor que sintió al arrojarse contra alguna cosa, los millones de fragmentos de los cristales que explotaban, las miradas preocupadas aunque desconcertadas. Sin embargo, comprendí que todo eso no era nada comparado con el amor que albergaba por sus dos madres, las dos señoras Delvecchio Schwartz.

Me sonrió, asintiendo enérgicamente. Nuestro secreto.

– ¿Quién sabe -pregunté al apoyar la mano sobre la puerta-, si la primera edición terminará de pasar a mejor vida? ¿Tú qué crees, mi pequeño ángel?

Flo sacó de su bolsillo rosa tres lápices de colores, uno amarillo, otro azul y otro verde, y dibujó una cacatúa y un periquito en una brillante pared blanca entre el 17d y La Casa.

Me da la impresión de que mamá no se va a sorprender lo más mínimo cuando le pida la custodia permanente de Willie. Sin duda, el asunto ya estaba solucionado de antemano.

Collen McCullogh

Colleen McCullough nació en Wellington Australia 1 de junio de 1937 - фото 2

Colleen McCullough nació en Wellington, Australia, 1 de junio de 1937) McCullough estudió neurología y trabajó en Australia y el Reino Unido en su profesión antes de obtener una cátedra en la escuela de medicina de la Universidad de Yale. Creó el departamento de neurofisiología del Royal North Shore Hospital, en Sydney. Durante los diez años siguientes trabajó como investigadora y profesora en Yale.

Comenzó a publicar siendo ya una profesional destacada. Su carrera como escritora se inició con Tim , a la que siguió The thorn birds (El pájaro canta hasta morir) en 1977, llevada a la televisión, le reportó fama mundial. Además de novelas románticas, escribió un ciclo de novelas ambientadas en la Roma antigua, formado por El primer hombre de Roma (1990), La corona de hierba (1991), Favoritos de la fortuna (1993), Las mujeres de César (1996), César (1998) y El caballo del César (2003). Por dichas obras se le concedió un doctorado honorario en historia en 1993. También se dedica a la escritura de piezas musicales para teatro.

En la actualidad vive en Norfolk Island.

***
1 Jamás lo hubiera creído del doctor Bloodworthy 1 dijo ella fríamente - фото 3

[1] – Jamás lo hubiera creído del doctor Bloodworthy [1] -dijo ella fríamente, justo delante de mi puerta. Me pregunto en qué nueva situación comprometida se había metido el doctor Bloodworthy. Es un patólogo especializado en hematología. ¿No es extraño que la gente con nombres sugestivos se dedique a algo que aluda exactamente a ellos? Como lord Brain [2] , el neurólogo. – Está histérico a más no poder -replicó el superintendente, que no podía dejar de reírse-. Tal vez enseñe a todas esas viejas gallinas cluecas que van al comedor de las hermanas a no meterse en lo que no les importa por una vez en la vida. – Señor -dijo la enfermera jefe con tanta vehemencia que hizo vibrar todo mi equipo-, si mal no recuerdo, también había muchas viejas gallinas cluecas en el comedor de los médicos. De hecho, creo que el señor Naseby-Morton se las arregló para poner un huevo, con el que luego usted hizo una carrera de cucharas hasta la planta baja. Se guardó un momento de silencio, y luego el superintendente habló. – Un día de éstos, enfermera jefe, tendré yo la última palabra. Y cuando eso ocurra, ¡no seré una vieja gallina clueca! ¡Seré el gallo del gallinero! Que tenga un buen día, señora. ¡Oooh! Y a la mierda el cumpleaños. Por la noche fui a Bronte. Digno de su sangre. (N. del T.)

[2] Me pregunto en qué nueva situación comprometida se había metido el doctor Bloodworthy. Es un patólogo especializado en hematología. ¿No es extraño que la gente con nombres sugestivos se dedique a algo que aluda exactamente a ellos? Como lord Brain [2] , el neurólogo. – Está histérico a más no poder -replicó el superintendente, que no podía dejar de reírse-. Tal vez enseñe a todas esas viejas gallinas cluecas que van al comedor de las hermanas a no meterse en lo que no les importa por una vez en la vida. – Señor -dijo la enfermera jefe con tanta vehemencia que hizo vibrar todo mi equipo-, si mal no recuerdo, también había muchas viejas gallinas cluecas en el comedor de los médicos. De hecho, creo que el señor Naseby-Morton se las arregló para poner un huevo, con el que luego usted hizo una carrera de cucharas hasta la planta baja. Se guardó un momento de silencio, y luego el superintendente habló. – Un día de éstos, enfermera jefe, tendré yo la última palabra. Y cuando eso ocurra, ¡no seré una vieja gallina clueca! ¡Seré el gallo del gallinero! Que tenga un buen día, señora. ¡Oooh! Y a la mierda el cumpleaños. Por la noche fui a Bronte. Cerebro (N. del T.)

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