– Y yo te vi y me enamoré de ti el día que le pegaste un puñetazo a David en la galería -dijo sonriendo-. Igual que, seguramente, el importantísimo especialista en huesos te vio y se enamoró de ti a primera vista.
– Eso dice. Fue en una rampa del Queens. O sea que todos nos vimos y nos enamoramos. Sin embargo, no hemos llegado demasiado lejos, ¿verdad? La única que está preparada para comprometerse realmente soy yo, pero no contigo, ni con Duncan. -Me puse de pie-. Gran misterio, ¿no crees? -Me acerqué hasta él, me besé la punta de los dedos y le toqué la frente-. Tal vez algún día logremos resolverlo, campeón, jo, jo, jo, jo.
Miércoles, 15 de marzo de 1961
Han pasado dos meses y medio desde la muerte de la señora Delvecchio Schwartz y todavía no se ha resuelto nada. Según el señor Hush, pronto se declarará que murió intestada. El caso pasará a algún tribunal de menores, porque la señora Delvecchio Schwartz ya no existe y, oficialmente, Fiotampoco. Mientras tanto, la niña sigue en el pabellón psiquiátrico del Queens donde la someten a todas las pruebas habidas y por haber, desde electroencefalogramas hasta baterías de tests neuropsiquiátricos. Ninguna de ellas sirvió para nada a Prendergast ni a su profesor. Los electroencefalogramas son normales; muestran un hermoso ritmo alfa, de gran amplitud y bien modulado, que aparece cuando Flo cierra los ojos. Se han divertido inventando tests de inteligencia que una niña muda pero inteligente pudiera responder, pero ella se negó a hacerlos. Las únicas personas que se alegra de ver son las de La Casa. Conoce muy bien a todos los psiquiatras, los terapeutas y las enfermeras, pero se niega a relacionarse con alguien que no venga de allí.
– ¿Por qué la siguen reteniendo? -pregunté a Prendergast cuando fui a visitarla esta tarde después del trabajo.
– Porque está mejor aquí que en un hogar de acogida para niños -respondió frunciendo el ceño-. Por lo menos aquí puede recibir visitas sin ningún inconveniente. Aunque, en realidad, la verdadera razón es que el profesor Llewllyn y yo creemos encontrarnos frente a un caso de lo que antes solía llamarse esquizofrenia juvenil y que ahora se conoce como autismo. No presenta los síntomas clásicos, en absoluto, pero tiene algunos de los signos característicos. No es frecuente que tengamos la posibilidad de retener a un niño de la edad de Flo durante tanto tiempo. Por lo general, los padres están ansiosos por llevárselos a casa, sin importarles lo difícil que pueda ser manejarlos. Flo es un regalo del cielo para nosotros. -Tenía un aire nostálgico-. Quisiéramos hacerle una angio-grafía o introducirle aire en el cerebro para ver si tiene una lesión en el área del lenguaje o alguna atrofia cortical, pero los riesgos son demasiado altos.
– ¡Más le vale que siga pensando lo mismo! -proferí exaltada-. ¡Si intenta usarla como conejillo de indias, iré a los periódicos!
– ¡Paz, que haya paz! -exclamó con las palmas en alto-. Nos limitamos a observar.
Me siento constantemente agotada, impotente, abatida. Mi trabajo no se vio afectado porque yo no lo permití pero, sinceramente, estoy harta de los hospitales. La disciplina, los rituales, la batalla constante con las mujeres que detentan el poder. Hasta para echarte un pedo tienes que pedir permiso. Además, gracias a la carta de Harold, la Hermana Agatha me vigila de cerca. Nadie descubrió el menor indicio que confirme los rumores de mi relación con Duncan, pero se mueren por encontrar alguno. Para qué, de eso no tengo ni idea. No pueden despedirme por eso, y tampoco torturar a Duncan. Lo que este lugar necesita es un nuevo escándalo bien jugoso, pero por el momento el Queens se está portando muy bien en ese sentido.
La Hermana de Urgencias y Constantin están comprometidos, aunque no piensan casarse antes de Fin de Año. Creo que es porque Constantin está a punto de abrir un restaurante en Parramatta, donde puede ofrecer un estacionamiento decente y un menú adecuado para la población del lugar: chuletas con patatas fritas. Perfecto.
Por supuesto, todo el mundo sabe que cada día voy a visitar a una niña al pabellón psiquiátrico, pero nadie ha logrado averiguar el porqué. Entre las hermanas los chismes corren como reguero de pólvora, incluso entre las que trabajan en el pabellón psiquiátrico, pero nadie está al tanto de mi solicitud de custodia.
El tema no está avanzando muy rápido que digamos. Todas las semanas hablo por teléfono con el señor Hush, que continúa advirtiéndome de que, aun cuando todas las vistas concernientes a Flo hayan finalizado y logren asignarle una categoría oficial, seguramente no me otorgarán la custodia. Voy a presentar el informe del doctor Prendergast. De todas maneras, el señor Hush no cree que el Departamento de Protección de Menores le dé la importancia que yo pretendo. Si le diagnostican esquizofrenia juvenil, podrían transferirla (¡de todos los lugares en el mundo!) a Stockton, por más que su historia clínica diga que no es apta para ser dada en adopción o custodiada. Se podría pensar que, frente a un caso así, se aferrarían a mi propuesta, pero no. Soy demasiado joven, demasiado pobre y demasiado soltera. No es justo.
– Harriet -me dijo esta tarde el señor Hush-, tiene que comprender cómo funciona la mente de las funcionarías. Decidir a su favor en el expediente de Florence Schwartz implicaría poseer una sabiduría y un coraje que nadie se atrevería a tener. Todo se reduce al arte de mantenerse lo más lejos posible de los problemas. Saben muy bien que si concedieran una adopción o una custodia tan poco ortodoxa a alguien que tiene un interés personal en el asunto, el caso podría suscitar dudas y la culpa terminaría recayendo sobre ellas. Así que no se van a arriesgar, querida. No lo harán, y eso es todo.
Fantástico. Sencillamente, fantástico. Flo sigue encerrada en ese sitio, con su camisa de fuerza, viviendo de nuestras visitas, y yo no puedo hacer nada para sacarla de allí. ¡Cuántos planes alocados se me llegaron a cruzar por la cabeza! El primero fue proponerle matrimonio a Toby; pero desistí de inmediato. Para que Toby acepte a un niño, tiene que ser suyo y solamente suyo. Además, tendría que ser un hijo, no una hija. Tengo muchos motivos para querer a ese hombre: es más recto que una flecha, brillante, emprendedor, divertido y muy atractivo. A tiempo parcial, fantástico. A tiempo completo, insoportable. Después, se me ocurrió otra idea que todavía estoy considerando: podría secuestrar a Flo y huir del Estado y, si fuera necesario, del país. Australia es un país enorme. Si nos fuéramos a Alice Springs o a Katherine y yo trabajara como criada en algún motel del interior, nadie haría preguntas sobre Flo. Ella se pasaría el día simplemente jugando en la tierra con los niños aborígenes a quienes no les preocuparía lo más mínimo que fuera muda. Probablemente, leerían sus pensamientos como hacía su madre; formaría parte de una comunidad espiritual y, cuando yo no tuviera que trabajar, estaría conmigo. Sin embargo, el plan tiene sus puntos débiles.Ya me aprendí de memoria el mazo del tarot, aunque todavía no he intentado echar las cartas. Ése no fue más que un comentario inútil para apartarme de lo que diré a continuación. Me tiemblan las manos, me arden los ojos y siento que la maquinaria de mi cuerpo se está desgastando o descomponiendo. Es ridículo, lo sé. Es un estado de ánimo, ya pasará. ¡Ay, si al menos sucediera algo!
Todavía sigo consultando la Bola de Cristal todas las noches cuando me despierta la señora Delvecchio Schwartz, a las tres y diez de la madrugada. La teoría que se me había ocurrido cuando Duncan encontró a Flo era interesante, pero los hechos no la confirmaron. Así que no me queda otra alternativa que suponer que fue una coincidencia que la encontrara ese preciso día.
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