Collen McCullough - Angel

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Harriet Purcell tiene veintiún años y acaba de diplomarse como técnica en radiología. Con un sueldo más propio de un hombre en el Sidney de los años sesenta, desoye los consejos de su padre, quien le advierte que «sólo los locos, los bohemios y las prostitutas se atreven a vivir en Kings Cross». Así, decide independizarse y se muda a la casa de huéspedes de la señora Delvecchio, situada en ese barrio de mala nota. Allí descubre que su casera, a parte de los alquileres de sus extraños inquilinos, cuenta con otra fuente de ingresos mucho más provechosa: lee las cartas, el horóscopo y escruta las profundidades de su preiada bola de cristal…
Pero es la pequeña Flo, hija de la señora Delvecchio y médium en las sesiones que esta organiza, quien definitivamente roba el corazón de Harriet. A medida que la jóven se adentra en los secretos de los hombres, el amor y las cartas del tarot, va descubriendo también que seguir los dictados del corazón no siempre resulta fácil, y que proteger a quienes más amamos puede convertirse en la tarea más ardua.
Angel es el luminoso relato del despertar de una joven a la vida adulta. Una tierna y deliciosa historia de amor con los más divertidos y bohemios personajes…

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– ¡Claro que los culpo! -exclamó, molesta-. ¡La ciencia es la que se equivoca!

Yo aporté mi grano de arena diciendo que, para mí, lo que realmente estaba mal era que hubiera seres humanos capaces de echar a perder la juerga en una cervecería.

En Lorenzini siempre hay más hombres que mujeres disponibles, así que pronto perdimos de vista a Pappy quien, por otro lado, ya debía de haberse acostado con todos los presentes. Toby consiguió una mesa pequeña con dos sillas en el fondo del local y nos sentamos en un agradable silencio a contemplar los torbellinos y remolinos que formaba la gente al ir alocadamente de mesa en mesa. ¡Pobre Toby! Debe de ser terrible estar enamorado de alguien como Pappy.

Poco después de tomar asiento, se levantó un revuelo en la puerta y entró en el bar al menos una docena de personas, en su mayoría mujeres jóvenes. Pappy vino volando hasta donde estábamos nosotros, con los ojos fuera de las órbitas.

– ¡Harriet! ¡Toby! ¿Habéis visto quién acaba de entrar? ¡El profesor Ezra Mar-bla-bla, el famosísimo filósofo!

Traté de que me repitiera lo que sin duda era un nombre muy extraño, pero ella ya había ido a unirse a la multitud que rodeaba al profesor Ezra ¿Mar…supial? Sí, Marsupial suena bien. Un tanto pasado en años para el Lorenzini, pensé cuando la multitud abrió paso y el profesor emergió como el sol entre las nubes.

No iba a ganar ningún concurso «Míster América», eso seguro. Era feo, delgado, huesudo y pequeño. Se había dejado crecer el pelo muy largo y se lo peinaba hacia un lado para ocultar la calvicie; vestía el tipo de ropa que llevan los autores de importantes libros de no ficción en las fotografías de contraportada: chaqueta de pana con coderas de cuero, jersey, pantalones de pana y una pipa en la mano. La noche era cálida y húmeda, así que debía de estar asándose con ese atuendo.

No me explico cómo se las arregla Pappy. El profesor estaba rodeado de estudiantes del sexo femenino, todas por lo menos diez años menores que ella y algunas bellas como estrellas de cine. Sin embargo, en dos minutos Pappy se las había ingeniado para librarse de todas las muchachas y estaba sentada a la derecha del profesor mirándolo con cara de adoración, mientras él jugueteaba con su tupida y brillante melena. Tal vez sea por eso. Es la única mujer que conozco con el pelo largo, y dicen que a los hombres eso les fascina.

Suspiré.

– Ése -le dije a Toby- es el caballero de copas invertido.

Toby me miró sorprendido.

– ¿La vieja te está dando clases?

Le respondí que no, pero que ella lo había visto en las cartas de Pappy.

– Además, la muy canalla, quería hacerme creer que el caballero de copas invertido es justo lo que Pappy necesita. Yo sé que las figuras sólo indican la persona y que las otras describen la personalidad y muestran las relaciones con los demás, pero la señora Delvecchio Schwartz me mintió. Ella veía claro como el agua qué tipo de persona era este nuevo novio de Pappy y también vio otra cosa que la perturbó mucho, aunque no me quiso decir nada. No recuerdo cuáles fueron las cartas que salieron después del caballero de copas, pero fui a comprarme un libro sobre tarot y busqué sus características, aun cuando no disponía de todos los datos.

– Yo creía que los caballeros representaban hombres jóvenes. Este debe de tener cincuenta y tantos.

– No necesariamente -respondí, jactándome de mis recientes conocimientos-. Se los puede llamar caballeros o sotas.

Se inclinó y me observó con los ojos entrecerrados.

– ¿Sabes una cosa, princesa? Hay momentos en los que me recuerdas demasiado a nuestra casera.

Lo tomé como un cumplido.

Cuando Pappy y el profesor se levantaron y se marcharon, dejando a las estudiantes con la expresión de quien contempla la posibilidad de suicidarse, Toby y yo también decidimos volver a casa. No caminábamos a mucha distancia de la pareja, pero cuando llegamos a la calle Elizabeth no había ni rastro de ellos. No quería que Toby me acompañara hasta mi piso por si Pappy y el profesor estaban en la habitación de ella, pero él insistió.

¡Ah, bien! No había luz bajo la puerta de Pappy, ni se escuchaban los cacareos de la pasión carnal. Tal vez el profesor tuviera su propia guarida, considerando su inclinación por las hordas de nubiles estudiantes.

Toby y yo tomamos café y hablamos sobre los burdeles que flanqueaban el 17c. Él había puesto nombre a todas las putas: Castidad, Paciencia, Prudencia, Templanza, Honor, Constancia, Verdad, Paloma. A la propietaria del 17a la había bautizado como Madama Fuga y a la del 17b Madama Tocata. A decir verdad, y considerando que, probablemente, el amor de su vida estuviera en la cama con un viejo pelado, excéntrico y engreído, Toby estaba de excelente humor. Me hizo llorar de risa. Criticó la omnipresencia del color rosa y opinó que la cortina de abalorios revelaba mi deseo subconsciente de enclaustrarme en un harén; pero de todos modos me divertí.

– Me sorprende que no me hayas dado un cachetazo como el que le diste a David -dijo, y me lanzó una mirada penetrante-. No me llevo bien con las mujeres.

– A menos que sean lesbianas.

– Las lesbianas no juzgan a los hombres por el rasero del matrimonio. No, supongo que no me llevo bien con las mujeres porque digo lo que pienso. -Suspiró y se estiró, recorriéndome con la mirada-. Algún día serás una anciana adorable y desgarbada, y sigo pensando que tienes unos pechos magníficos.

Hora de cambiar de tema.

– ¿Qué piensas de Harold?

Toby frunció los labios.

– No pienso nada, ¿por qué?

– Me odia.

– Es una afirmación un poco fuerte, Harriet.

– ¡Es verdad! -insistí-. Ya me lo he encontrado muchas veces y me aterroriza. ¡Me mira lleno de odio! Lo peor de todo es que no consigo entender qué le he hecho.

– Te has ganado un lugar en el corazón de la señora Delvecchio Schwartz, eso es lo que yo creo -dijo, y se puso en pie-. Pero no te preocupes por él, tiene los días contados. La vieja está harta de sus chanchullos.

Lo acompañé hasta la puerta, y él se detuvo antes de bajar el escalón.

– ¿Podrías bajar el escalón? -me preguntó.

Le di el gusto y quedó un poco más alto que yo.

– Así está mejor. Necesito estar lo más alto posible. -Me aferró por los hombros, firme pero delicadamente-. Buenas noches, princesa-dijo, y me besó.

Yo pensé que, después de la noche traumática que había pasado, estaba a la pesca de una hermosa y cálida despedida que le sirviera de consuelo. Pero no fue así. Deslizó las manos bajo mis brazos y por mi espalda, me estrechó y me besó «como es debido». Abrí los ojos de golpe, presa de una intensa sensación que me hizo estremecer y que me trepaba por el mentón hasta llegar a los labios. Los volví a cerrar y me concentré en lo que estaba sucediendo. ¡Oh, era fantástico! Después de David y Norm, no podía creer lo que sentía. Sé que sus manos apoyadas sobre mi espalda no se movieron en ningún momento, pero yo tenía la sensación de que me penetraban, candentes, hasta los huesos. Era todo mío. Se mecía lentamente a mi ritmo y cuando yo necesitaba tomar aire, él deslizaba la cara hacia el costado de mi cuello y me besaba apasionadamente. ¡Guaaaaau! ¡Eso despertó en mí toda clase de reacciones! Vamos, Toby, pensaba yo, ¡ven a probar estos pechos fantásticos!

¡Pero el muy cretino me soltó! Abrí los ojos indignada y vi que los de él brillaban llenos de picardía.

– Buenas noches -dije en un esfuerzo por controlarme.

Sus ojos danzaban riendo maliciosamente. Me dio una palmadita en la mejilla y desapareció sin siquiera mirar atrás.

– ¡Inocente! -exclamó.

Entré a toda prisa y cerré la puerta de un golpe. Apreté los dientes por un instante, pero después me tranquilicé. Inocente o no, acababa de recibir mi primer beso decente y me había encantado. Por fin tenía una pista de lo placentero que debía de ser estar con un hombre. Me bullía la sangre.

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