Para mi sorpresa, Toby estaba allí. También Klaus había ido. Sin embargo, la señora Delvecchio Schwartz no estaba. Había seis mujeres a las que no conocía. Una, a la que me presentaron como Joe, es abogada; abogada de la Corona, para ser más exactos. Es increíble que alguien con faldas, o mejor dicho alguien que lleva un traje de chaqueta, haya llegado tan alto en la escala judicial. ¡Basta, Harriet! No es momento de divagar. Creo que todos esos comentarios inútiles no son más que una forma de esquivar el motivo de la reunión.
Las protagonistas del drama, Frankie y Olivia, no estaban presentes. Por lo que entendí, Frankie es una especie de ídolo para las lesbianas: muy dinámica, atractiva y también muy masculina. Acababa de juntarse con Olivia, que tiene diecinueve años, es muy bonita y viene de una familia a la que le sobra el dinero. Cuando el padre de Olivia se enteró de las inclinaciones sexuales de su hija, no solamente se enfureció sino que, además, se propuso darle una lección. De manera que movió algunos hilos para que detuvieran a Frankie y Olivia mientras paseaban al perro y las metieran en la celda de una comisaría a las afueras de Sydney. Allí fueron violadas una y otra vez por una docena de muchachos uniformados durante toda la noche de ayer. Hoy al amanecer las arrojaron a la calle frente a la estación de Milson's Point, junto a su perro muerto. Ambas están internadas en el Hospital Mater, brutalmente heridas.
Yo estaba allí sentada y me sentía tan mal que pensé que iba a tener que disculparme y salir a vomitar toda la cena, pero el orgullo me mantuvo el estómago cerrado y me quedé. Al ver la expresión de mi cara, Toby vino desde el otro extremo de la habitación y se sentó a mi lado en el suelo, deslizó su mano y tomó la mía. Yo me aferré a ella como si fuera la mismísima muerte. Joe, la que es abogada de la Corona, hablaba de las posibles acciones legales, pero Robbo decía que Frankie se negaba a declarar y que a la pobrecita Olivia la iban a transferir a una unidad psiquiátrica de tratamiento intensivo en Rozelle apenas estuviera en condiciones físicas para ser dada de alta del Mater.
Cuando se aplacaron la rabia y las bravatas, comenzaron a hablar acerca de lo que significaba ser lesbianas; probablemente porque yo estaba allí. Robbo contó que había estado casada una vez y había tenido un par de hijos, pero que su esposo le había pedido el divorcio aduciendo que ella había cometido adulterio con otra mujer y ahora no le permitía verlos a menos que pudiera demostrar que no ejercía una «mala influencia» sobre ellos. Dos de las presentes habían sido violadas por sus padres de pequeñas. La madre de otra la había «vendido» a un anciano rico que tenía preferencia por practicar el sexo anal con niñas pequeñas. Todas tenían algún tipo de cicatriz, física o emocional. Jim y Bob eran sosas comparadas con el resto. Lo peor que le había pasado a Jim era que sus padres la habían echado de casa porque a ella le gustaba vestirse con ropa de hombre. Y los padres de Bob, que viven en el monte, no tienen la menor idea de que Jim es una mujer.
Después de la reunión, Toby me llevó a su altillo y me ofreció un café con brandy mientras yo temblaba como un viejo soldado con un repentino ataque de malaria.
– No sabía que fuera delito ser lesbiana -dije una vez que el líquido caliente asentó mi estómago y apaciguó mi agitado corazón-. Sabía que era delito que un hombre fuera homosexual, pero me habían dicho que, cuando habían presentado la ley a la reina Victoria para que diera su consentimiento, ella había suprimido las cláusulas correspondientes a las mujeres porque se negaba a creer que una mujer pudiera ser homosexual. Sin embargo, si Frankie y Olivia fueron arrestadas, quiere decir que sí es delito.
– No, tienes razón -respondió mientras volvía a llenar mi taza-, no es delito ser lesbiana.
– Entonces ¿cómo pudo suceder algo así? -pregunté.
– De manera encubierta, Harriet. En secreto. Seguramente no encontrarás a Frankie y a Olivia en los registros de la comisaría. Algún pez gordo de la policía le debía un favor al papá de Olivia. Sospecho que la idea debe de haber sido mostrar a Olivia lo que un hombre hecho y derecho podía hacer, pero se les fue de las manos. Probablemente, cuando Frankie plantó cara a los violadores. No es el tipo de persona que se deja avasallar, ni siquiera en una situación como ésa.
Es tan distante Toby… Supongo que todos los buenos artistas lo son. Observan el mundo en busca de temas.
No soy una ignorante en lo que se refiere a los aspectos más repelentes de la vida. Nadie que haya trabajado más de tres años en un hospital podría serlo. Pero, en realidad, nunca te enteras de la historia completa, especialmente en sectores como el de radiología donde los pacientes vienen a hacerse sus placas y después son derivados a otras partes. Además, rara vez estamos desocupadas y tenemos tiempo para escuchar los relatos de los accidentados. Cuando nos reunimos a almorzar o nos encontramos en alguna fiesta, siempre es el chisme del momento el que está en boca de todos. Nos horroriza saber lo que sucedió, lo que es capaz de hacer otro ser humano. No, no soy una ignorante, pero he vivido protegida. Hasta que me mudé al Cross, a La Casa.
Esta noche ha sido tremendamente esclarecedora. Jamás volveré a pensar del mismo modo acerca de las personas. A la vista de todos son de una manera; a puertas cerradas, completamente diferentes. Dorian Gray está en todas partes. No tengo idea de quién diablos es el padre de Olivia, pero esta noche he aprendido lo suficiente como para saber que sin duda está en paz con su conciencia y que culpa de todo a Frankie y a su hija.
¡No soporto la idea de que haya gente que abusa de niños! ¡Qué mundo tan terrible!
Viernes, 1 de abril de 1960 (el día de los Inocentes)
Esta noche llegué bastante temprano a casa y, por una vez, Pappy estaba libre. No sé dónde estaba el lunes por la noche, cuando Jim y Bob organizaron la reunión. Casi no la veo desde que estoy trabajando en el Servicio de Radiología de Urgencias. Toby se ofreció a llevarnos a Lorenzini, un bar de vinos que queda al final de la calle Elizabeth, en el centro.
– Esta tarde me dieron dos noticias en el trabajo -dijo Toby mientras bajábamos la escalinata de McElhone hacia Woolloomooloo, que es el camino más corto para llegar a Lorenzini-. Una buena y otra mala.
Como Pappy no decía nada, yo pregunté:
– ¿Cuál es la buena?
– Me han dado un jugoso aumento de salario.
– ¿Y la mala?
– Los contables de la empresa se reunieron y empezaron a hacer números -dijo poniendo mala cara-. En conclusión, a partir de principios del año próximo, me quedaré sin trabajo, como casi todos los demás. La cuestión es que entre los aumentos de salario, las huelgas, los empleados de las tiendas que trabajan a reglamento y los inversores que quieren ganar más dinero, la empresa decidió reemplazar a las personas con robots. Las máquinas ajustan tuercas y colocan piezas las veinticuatro horas del día sin necesidad de interrumpir su trabajo para comer o para ir al baño.
– ¡Pero los robots cuestan una fortuna! -objeté.
– Eso es verdad. Sin embargo, los contables calcularon que recuperarán la inversión bastante rápido y, una vez que eso suceda, jauja para los inversores.
– ¡Qué mal! -exclamó Pappy con voz entrecortada, la militante eternamente activa en la defensa de los derechos de los trabajadores-. ¡Es una vergüenza!
– Es la forma en que funciona el mundo, Pappy, deberías saberlo -la aleccionó Toby-. Ambas partes tienen sus razones. Los jefes tratan de explotarnos a nosotros y nosotros a ellos. Si quieres echar la culpa a alguien, échasela a los que inventaron los robots.
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