Así como Cristo cumplió todas las promesas dentro de su plan de salvación, y al igual que llegado el tiempo justo vino por primera vez a esta Tierra a morir por nosotros, vendrá en las nubes de los cielos con poder y gran gloria para llevarnos consigo.
Pero, la Segunda Venida ya estaba mencionada antes, en el Antiguo Testamento. De hecho, toda la escatología (o doctrina del ésjaton , según el término en griego que se refiere a “el fin”) del Antiguo Testamento gira alrededor de la venida de Jehová. Los profetas de lo antiguo mencionan con frecuencia “aquel día” (Zac. 14:9) o “esos días” (Joel 2:29), o sencillamente se refieren a “ese tiempo” en que se materializaría la salvación (Dan. 12:1). Es más, ese evento es referido como el “día del Señor” (Sof. 1:14), o “día de Jehová”, según otras versiones.
Dado que ese gran día traería tanto salvación para los que esperan a Dios en sus caminos como juicio para aquellos que se han apartado de él, los profetas a menudo instaron a Israel y a las naciones vecinas a estar preparadas y acercarse a Dios. “Busquen al Señor” (Sof. 2:3), era la súplica del profeta.
Esa necesidad de preparación también es enfatizada por el profeta Amós: “¡Prepárate para encontrarte con tu Dios en el juicio!” (Amós 4:12). Y en el libro de Abdías se concentra la advertencia contra todas las naciones que no andaban en los caminos de Dios: “¡Se acerca el día cuando yo, el Señor, juzgaré a todas las naciones paganas!” (Abd. 1:15). Pero ese evento traería también el reinado completo de Jehová: “En aquel día […] el Señor será rey sobre toda la tierra. En aquel día habrá un solo Señor y únicamente su nombre será adorado” (Zac. 14:8, 9).
Algo importante aquí es que, para todos estos anuncios proféticos, el “día del Señor” es un evento real, material e histórico. La venida del Señor irrumpe en la sucesión histórica de imperios mundiales. Y, dado que precisamente interrumpe el curso histórico natural, se trata de un evento culminante. Además, es un evento de dimensiones globales; no se trata de un suceso local o regional del que alguien pueda escapar, sino que toda la Tierra quedará afectada por la venida del Señor (Isa. 2:12–19; Sof. 3:8; Mal. 4:1).
Por eso, más allá de que los profetas del Antiguo Testamento lo predijeron, más allá de la promesa de Jesús y más allá de que cada escritor del Nuevo Testamento hizo alusión a esa “esperanza bienaventurada” (Tito 2:13, RVC), toda la Biblia asume con certeza el cumplimiento futuro de esa promesa: “¡Miren! Él viene en las nubes del cielo. Y todos lo verán, incluso aquellos que lo traspasaron. Y todas las naciones del mundo se lamentarán por él. ¡Sí! ¡Amén!” (Apoc. 1:7).
Si bien Jesús mismo dejó en claro que “nadie sabe el día ni la hora en que sucederán estas cosas” (aludiendo al hecho de que nadie sabe el momento exacto de la Segunda Venida), también se nos dice que los hijos de Dios “no están a oscuras acerca de estos temas, y no serán sorprendidos cuando el día del Señor venga como un ladrón” (1 Tes. 5:4).
Cierta vez, un padre le dijo a su hijo de cinco años que emprendería un extenso viaje, pero le aseguró:
–Volveré.
–¿Cómo sabré que estarás por regresar? –le preguntó el chico al papá.
–Cuando veas el patio cubierto por las hojas de los árboles, faltará poco para mi regreso –respondió el padre, después de pensarlo un poco.
A partir de la salida del papá, todos los días el niño corría al patio para ver los árboles. A medida que el otoño se fue aproximando, las hojas comenzaron a colorearse de rojo y amarillo. Una noche, se desató un fuerte ventarrón. A la mañana siguiente, como lo hacía usualmente, el chico salió a dar su paseo y se sorprendió al descubrir que el patio de su casa estaba cubierto de hojas secas. Entonces, exclamó:
–¡Papá está volviendo a casa!
La Biblia nos cuenta, en Marcos 13:1 y 2, una historia parecida. Jesús estaba saliendo del atrio del Templo, cuando uno de sus discípulos señaló y dijo:
–Maestro, mira qué piedras, y qué edificios.
La respuesta de Jesús lo desconcertó:
–¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada.
Los discípulos se reunieron a un costado para discutir qué era lo que Jesús había querido decir. Luego de llegar a una conclusión, volvieron a él: “ [...] ‘Dinos, ¿cuándo sucederá todo eso? ¿Qué señal marcará tu regreso y el fin del mundo?’” (Mat. 24:3).
Jesús, entonces, pasó a enumerarles una serie de señales que marcarían la cercanía de su regreso. Enumeró señales en los ámbitos político y militar (vers. 6, 7), señales en el ámbito de la naturaleza (vers. 7), señales en el ámbito social (vers. 10, 12) y señales en el ámbito religioso (vers. 24).
Tomemos, por ejemplo, las señales en la naturaleza. A nadie le quedan dudas de que la naturaleza se está comportando de una manera extraña, alocada. Grandes ciclones y tormentas tropicales, terremotos, tsunamis e inundaciones golpean el globo cada vez con mayor intensidad.
Después de interpretar las señales de la naturaleza, los científicos colocaron el reloj en las 23:58; ¡sí, a solo dos minutos de la medianoche!, dando a entender que nos acercamos rápidamente al fin. Y no olvidemos que la mayoría de los científicos son ateos.
El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, el organismo de la ONU que quizás haya estudiado con más profundidad los grandes cambios en la naturaleza, en su informe de 2007 ya señalaba: “La advertencia del sistema climático es inequívoca”, y advertía de las “previsibles y devastadoras consecuencias del cambio climático”.
Cada vez que Jesús habla de las señales en la naturaleza, las vincula con el hambre, y la aparición de pestilencias y enfermedades (Mat. 24:7; Mar. 13:8). Efectivamente, las variaciones en el cambio climático están haciendo que los cultivos de cereales disminuyan drásticamente, sobre todo en los trópicos. Esto trae, como consecuencia, la reaparición del hambre. De hecho, el hambre, actualmente, es la preocupación número uno de la ONU, tras la crisis de la suba de alimentos que se ha desatado en los últimos años.
Con respecto a las pestes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que los nuevos patrones de lluvias, sequías y tormentas están acelerando la expansión de enfermedades como la malaria o el paludismo y la fiebre del dengue en varias regiones. El rebrote del ébola en el oeste de África ha puesto en alerta al mundo entero. El cambio climático está empeorando las crisis de salud en muchos países en los que el acceso a la salud no es igualitario. La directora general de la OMS, Margaret Chan, declaró que “las enfermedades y las condiciones sensibles al cambio climático ya están creando enormes cargas a muchos países […]. El impacto del cambio climático está actuando como un amplificador”.
Pero, hay más todavía. Después del informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de 2007, los científicos de la Revista de la Asociación de Científicos Nucleares Estadounidenses decidieron adelantar el “reloj del juicio final”. Este reloj contiene dos agujas que no corren. Una de ellas, la de las horas, está permanentemente fijada en las 12. La otra, la de los minutos, ha sido movida en 19 ocasiones durante el último medio siglo. El reloj fue creado en 1947, para dar a entender cuán cerca se encuentra nuestro mundo de “las 12”; es decir, de su fin.
Después de interpretar las señales de la naturaleza, los científicos colocaron el reloj en las 23:58; ¡sí, a solo dos minutos de la medianoche!, dando a entender que nos acercamos rápidamente al fin. Y no tenemos que olvidar que la mayoría de estos científicos son ateos.
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