Así, el tiempo de espera real de un evento se ve modificado en la mente por la percepción subjetiva de quien espera. Los estudios han demostrado que este es especialmente el caso cuando anhelamos algo, según lo considera el neurocientífico cognitivo Muireann Irish, de la Universidad de Sídney. Piensa en un niño que repetidamente pregunta: “¿Ya llegamos?” o “¿Cuánto falta para que pueda abrir mis regalos de Navidad?” Según el Dr. Irish, “si estamos esperando que suceda algo… el tiempo se puede dilatar y percibimos que se ha demorado mucho más”.5
Y el tiempo puede parecer que se arrastra todavía más lentamente si eres del tipo impulsivo, que se inquieta o incluso se enoja cuando no obtiene lo que quiere de inmediato. En un estudio realizado por el psicólogo alemán Marc Wittmann, las personas obligadas a sentarse en una habitación sin hacer nada durante siete minutos y medio sintieron que el tiempo pasaba de manera diferente, dependiendo de su tipo de personalidad. Algunos dijeron que la duración había sido de solo dos minutos y medio, mientras que para los más impulsivos se habían sentido como veinte minutos. Entonces, no son solo factores externos, sino también quiénes somos, lo que influye en nuestra percepción del tiempo.
Claro, sería muy fácil adjudicar la incomodidad que nos genera la “demora” de la Segunda Venida solo a una percepción subjetiva de los eventos del tiempo del fin. Si bien esta respuesta no nos deja bien parados, ya que esa percepción estaría influida por factores subjetivos y no por la verdad bíblica, es mucho más fácil de digerir que el hecho de que esa demora se deba a la falta de celo misionero o a la falta de consagración; ¡o a la falta de ambos! Es mucho más fácil sacarnos la responsabilidad de encima, colocándola exclusivamente en Dios, o resguardarnos detrás del misterio de una tensión imposible de explicar.
No obstante, cuando estudiamos la Biblia con detenimiento, con un espíritu de humildad y con el deseo de que ese mismo Espíritu Santo que inspiró las Escrituras ilumine nuestra mente, las piezas empiezan a encajar dentro de ese gran rompecabezas de los eventos del tiempo del fin. Así, el papel que tanto Dios como el ser humano desempeñan en la determinación de la fecha de la Segunda Venida queda claramente delineado en las Sagradas Escrituras.
En los capítulos siguientes, analizaremos en profundidad las diferentes posturas que los adventistas han asumido con respecto a la cuestión de la demora de la Segunda Venida, explicando sus debilidades y sus fortalezas. Pero, ese primer paso estaría incompleto si no estudiáramos la Biblia para buscar la respuesta a esta tensión teológica, por lo que dedicaremos varios capítulos a estudiar conceptos amplios como la providencia divina, la relación entre la omnisciencia divina y la libertad humana, y la manera en que la Biblia define el papel que desempeña el ser humano en la historia del plan de salvación y, particularmente, en la fecha de la Segunda Venida. Además de esto, dedicaremos un capítulo a estudiar ciertas declaraciones de Elena de White con respecto a la inminencia y la demora del regreso de Cristo.
Solo entonces estaremos listos para plantearnos una respuesta más bíblicamente informada con respecto a este asunto crucial no solo para nuestra vida espiritual sino también para la misión de la iglesia y el destino de este mundo. Porque este libro no fue escrito para satisfacer una curiosidad teológica trivial. No, mi intención es que pueda impactar tu vida espiritual y dejarte, así, un paso más cerca de la Segunda Venida, porque “dentro de muy poco tiempo, Aquel que viene vendrá sin demorarse” (Heb. 10:37).
1Josiah Litch a William Miller y Joshua V. Himes, 24 de octubre de 1844.
2Manuscritos de Hiram Edson; ver George R. Knight, A Brief History of Seventh-day Adventists (Hagerstown, MD: Review and Herald, 1999), p. 25.
3Salvo que se indique lo contrario, las citas bíblicas se han tomado de la Biblia Nueva Traducción Viviente.
4https://signalvnoise.com/posts/1244-defining-the-problem-of-elevator-waiting-times
5https://www.abc.net.au/news/science/2017-08-29/science-explains-why-time-flies-when-youre-having-fun/8831478
Capítulo 1
No el “qué”, sino el “cuándo”
El 20 de marzo de 1942 es una fecha muy recordada. Ese día, el general Douglas MacArthur arribó a Australia luego de escapar de las Filipinas. En esa ocasión, afirmó: “Me fui, pero volveré”. Hizo esta promesa debido a que tuvo que abandonar a sus hombres en la Isla de Corregidor, en las afueras de Manila, a manos del ejército japonés, que tomó la isla y el control de Filipinas, durante la Segunda Guerra Mundial.
En realidad, MacArthur no huyó, sino que muy a su pesar tuvo que obedecer las órdenes del presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, quien le pidió que abandonara la isla y se dirigiera a Australia, para ser investido como el comandante de todas las tropas de los Estados Unidos.
Tres años más tarde, el 3 de febrero de 1945, las tropas del general MacArthur entraban en Manila para comenzar la batalla que lleva el nombre de esa ciudad, que duró más de un mes y con la que finalmente MacArthur recuperó las Filipinas y cumplió su promesa de volver por los suyos y recuperar ese territorio.
Algo semejante sucedió cuando Cristo tuvo que ascender a los cielos después de su muerte y la resurrección. Allí en la Cruz, obtuvo la victoria sobre el pecado y la muerte, al pagar el rescate por nuestra salvación. Sin embargo, el gran conflicto entre él y Satanás no acabó allí, por más deseos que él tuviera. Ni siquiera pudo quedarse con los suyos, aunque envió al Espíritu Santo como su representante en nuestra ayuda.
Estoy seguro de que Cristo tenía más deseos de quedarse aquí para proteger a los suyos que los que tuvo MacArthur. Pero, como Comandante en Jefe de los ejércitos de los cielos, tenía una misión mayor: interceder por nosotros ante el Padre como Sumo Sacerdote del Santuario celestial. Dado que una de las tareas de Satanás en este conflicto es ser acusador de los hombres hasta que termine el tiempo de gracia, Cristo está intercediendo por ti y por mí ante el Padre, con el objetivo de que no caigamos en territorio enemigo, sino que finalmente seamos rescatados.
Sí, Cristo ascendió a los cielos, pero se fue aún con otro objetivo: preparar lugar para nosotros. Allí, en la Santa Jerusalén, está preparándonos mansiones para que vivamos por la eternidad junto a él. Y así como cumplió todas las promesas dentro de su plan de salvación, y al igual que llegado el tiempo justo vino por primera vez a esta Tierra a morir por nosotros, vendrá en las nubes de los cielos con poder y gran gloria para llevarnos consigo. Sí, su promesa tiene mucho más peso que la del general MacArthur, dado que ha cumplido todas las demás.
La discusión en perspectiva
Antes de pasar a analizar conceptos teológicos contrapuestos con respecto a la demora de la Segunda Venida, pongamos esta discusión en perspectiva. Solo estamos discutiendo el cuándo, no el qué. No estamos poniendo en duda si Jesús volverá por segunda vez. No, estamos analizando solo el cuándo, la fecha, el momento (el timing , dirían en inglés), pero en ningún momento me gustaría que quedaran dudas con respecto a ese evento glorioso que pondrá fin a la historia de pecado y sufrimiento en este mundo.
Jesús lo prometió cuando estuvo en esta Tierra: “Cuando todo esté listo, volveré para llevarlos, para que siempre estén conmigo donde yo estoy” (Juan 14:3). Los ángeles volvieron a repetírselo a los discípulos: “Jesús fue tomado de entre ustedes y llevado al cielo, ¡pero un día volverá del cielo de la misma manera en que lo vieron irse!” (Hech. 1:11). Es la nota tónica de toda la Biblia, especialmente del Nuevo Testamento: “Pues el Señor mismo descenderá del cielo con un grito de mando, con voz de arcángel y con el llamado de trompeta de Dios. Primero, los creyentes que hayan muerto se levantarán de sus tumbas. Luego, junto con ellos, nosotros, los que aún sigamos vivos sobre la tierra, seremos arrebatados en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Entonces estaremos con el Señor para siempre” (1 Tes. 4:16, 17). Y es el anhelo de cada discípulo de Cristo: “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Apoc. 22:20).
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