Volviendo al tema del curso de Azucena, y después de compartir temas profundos, llegó un momento en que este tipo de yoga no me llenaba bastante y seguí buscando en Albacete. Descubrí que, aunque relativamente pequeña, cuando uno conecta con esa fe interior, las cosas simplemente llegan cuando uno está preparado para recibirlas.
CAPÍTULO ٤
MIGUEL (MEDITACIÓN PROGGA Y CAMINOS HORIZONTAL Y VERTICAL)
Es increíble cómo las personas a veces nos vamos a los extremos. En algunas conversaciones se hablaba mal de la maquinita, en plan: «eso no es real», «seguro es otra forma de controlarnos manejando de alguna forma los datos que saca por pantalla» o «los cursos que están sacando para que la gente amplíe esa conciencia son manipulados por empresas que les interesa abrir mercados nuevos de ingresos».
Entiendo que muchas veces es difícil comprender las situaciones, a veces es incluso imposible, al no tener la información suficiente para poder definirlas, aunque lo que sí estaba claro eran los precios de las clases. Muchos de ellos solo pedían una donación para gastos del local y aun así había gente que decía que era «señal de que alguien los patrocina porque les interesa tenernos aquí controlados».
También los impedimentos que ponían políticos, bancos o algunos empresarios eran señales inequívocas de que a muchas personas de las que suelen mentir, no les interesaba . Como decía un buen amigo: «La mejor mentira es la que está escondida entre dos verdades». Lo llamaba el sándwich de la mentira escondida. Supongo que era parte de un proceso que se tenía que recorrer ya que, a mayor nivel de sociedad corrompida, mayor grado de compensación era necesario para equilibrarlo, como dice el principio del ritmo de nuestro amiguete Hermes.
Poco tiempo después, tuve la oportunidad de una nueva experiencia. Solo habían pasado diez días y leí de un curso de meditación tipo transcendental llamado La Casa Mental que se impartía de manera gratuita en el centro de Albacete capital. Pedí plaza por internet y, aunque ponía plazas limitadas a ciento veinte, parece que estaba completo. Al final, alguna plaza les quedó libre porque me confirmaron que podía asistir al curso. Tenía que ser mi momento, todo pasa por algo.
El curso se impartía durante cuatro sábados por la tarde, con sesiones de cuatro horas que hacían dieciséis horas en total. Eso sí, en el correo que me mandaron ponía que si fallase un día, no podría continuar con los restantes, aunque sí me valía como adelanto para otro curso que se impartiría después.
Era un edificio antiguo. La asociación estaba en la primera planta, en la entrada confirmaban nuestros datos y señalaban la asistencia. Ya en la sala principal había múltiples filas de sillas. Al fondo, una mesa elevada pero sencilla y velas e incienso colocados encima de ella. Aquel lugar se llenó hasta tal punto que algunas personas se sentaron en esterillas por el suelo apoyados en la pared. Una mujer de unos sesenta años muy delgadita se me acerco y me dijo con una voz muy cálida:
—No te preocupes por nada, ya has encontrado tu lugar. Lo que estabas buscando está aquí.
—Pero ¿nos conocemos? —contesté como acto reflejo.
—Aún no. Voy a seguir preparándome, disfruta del curso.
Y me dejó con la incertidumbre. De todos modos, me fui fijando a ver si hablaba con alguien más, pero los que hablaban con ella se le acercaban, no era ella la que iba a su encuentro. En fin, ya sabría más.
Pusieron las luces más suaves y en la mesa del centro se sentó ¡justo la mujer que me había dicho aquellas palabras! Dijo que se llamaba Pepi, una de las cinco guías del centro, y presentó a las otras cuatro personas. En total eran cuatro mujeres y un hombre. Explicaron que era la última clase que daban juntos porque se tenían que repartir por varias provincias de España tras la magnitud de solicitudes de nuevas aperturas de esta meditación que les habían pedido. Explicó que el curso se basaba en la experiencia de un hindú que desde muy pequeño había vivido en un templo de su país, que allí la llamaban la «meditación del monje» y que en un momento de su vida decidió viajar a otros países, se quedó en España a trabajar y de paso compartir esta meditación con otras personas.
Allí estaba yo, colocado en primera fila (también es verdad que me sentí allí porque de oído no iba muy fino) y esta mujer, en este primer día del curso, iba explicando cosas como que la meditación no era parte de ninguna religión, sino que valía independientemente de la creencia de cada uno, que era una forma de detener la mente y de entrar en contacto con esa parte pura de nuestro interior y que el corre, corre diario no nos dejaba prestarle la atención necesaria para encontrar armonía, equilibrio, paz y, en definitiva, la felicidad que todos internamente tenemos, y que cuando observemos y comprendamos estas emociones, podremos ampliar más todas ellas.
También hablaba de los tipos de respiración y lo importante de usar los pulmones en su totalidad porque el oxígeno pasa por ellos, de ahí a la sangre y a todas las partes de nuestro cuerpo, incluido el cerebro. Por eso, cuando uno tiene un ataque de ansiedad, lo primero que te dicen es cómo respirar: coger aire por la nariz, soltarlo por la boca y esa atención que ponemos en la respiración correcta, además de mejorar la oxigenación, no deja que la ansiedad crezca y la frena en gran medida. Ellos trabajan con dos tipos de respiración, la primera es la de nariz-boca, para descargar tensiones, y la segunda es la que llamaban «respiración consciente», que es la de nariz-nariz para ir bajando los megahercios de actividad mental hasta un nivel llamado «Alfa».
Luego hicimos unos ejercicios de respiraciones, otro de relajación recorriendo todo el cuerpo y sus sensaciones y una meditación que trabajaba el equilibrio de los dos lados del cerebro, derecho e izquierdo, para activarlos mejor. Hubo un descanso a las dos horas y tuve la oportunidad de conocer a un compañero, Paco, muy buena gente. Terminamos siendo buenos amigos por muchos años.
Después del descanso, explicó que esta meditación se basaba en una casa mental que íbamos a crear del tamaño, modelo o en el lugar que quisiéramos. Solo debía tener unas habitaciones y sitios concretos definidos para poder trabajar en ellos una vez nos pusiéramos a meditar y donde se observarían y comprenderían las emociones físicas, mentales y emocionales de todos los niveles que fuéramos detectando. De esta forma, una vez conociéramos las herramientas, no necesitaríamos a nadie para guiarnos en la meditación para que en cualquier momento pudiéramos ponernos a observar lo que nos pasaba y mejorarlo con cada meditación que realizáramos de forma autosuficiente. Teníamos que crearnos como tarea para el próximo sábado una idea de cómo queríamos esa casa mental y crearla en meditación con las respiraciones y visualizaciones. Con el tiempo, aprendí que además es un buen test para saber la capacidad personal de cada uno de visualizar.
Al terminar, me quedé hasta el final y hablé con Pepi. Aunque no me dejó claro por qué me había mandado ese mensaje a la entrada, sí sentía que era una mujer muy especial.
El sábado siguiente fui tempranito para sentarme de nuevo en la primera fila. El curso lo dio una compañera, María José, y fue preguntando uno por uno sobre la creación de la casa mental. Era importante que todo el mundo pudiera tenerla para así tener acceso a las herramientas que allí se iban a practicar. La sala seguía estando llena. Si había faltado gente ese segundo día, no era perceptible a primera vista. María José explicó el proceso de la meditación:
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