Estando en Albacete, escuché sobre un sitio de yoga, así que me apunté. Cuando fui a preguntar, la chica de recepción me dijo que podía probar una clase gratis y justo en 15 minutos empezaba una. Me animé y entré, no era momento para dudas y pensamientos. Ya en la sala, observé todo como si fuera el primer día de colegio de un niño: no sabía qué usar, qué hacer ni dónde ponerme, así que «Sobre la marcha los planos», como decía un dicho de mi pueblo manchego.
Cogían una esterilla y la ponían en el suelo, yo también. Empezaban a hacer unos calentamientos, yo también (ahí me di cuenta de que la ropa que llevaba no era muy elástica que dijéramos). Noté que éramos como veinte personas y el único hombre era yo. Bueno, mi parte masculina se ponía contenta… En fin. Entró la profesora, era alta y muy delgada, con una larga cabellera morena y una sonrisa agradable.
—Buenas tardes, bienvenidos, mi nombre es Azucena. Empecemos la clase recordando conceptos. El yoga que hacemos es tipo Hatha cuyo objetivo es que, a través de ejercicios concretos y respiraciones, estiremos y oxigenemos todo el cuerpo a la vez que conseguimos una paz y relajación que equilibre nuestras vidas dela vida estresante diaria, la del mundo exterior.
De momento sonaba bien, aunque me seguía sintiendo muy raro. Era muy diferente del típico gimnasio de llegar y machacar. La profesora nos iba explicando acerca de la respiración, así como ejercicios paso a paso para estirar los músculos pero, por mucho que intentara llegar a las posturas, parecía casi imposible. La profesora tuvo que venir a decirme:
—No te esfuerces tanto, intenta llegar a donde veas, pero sin sufrir, ya tu cuerpo irá avanzando a su ritmo.
Mientras, ella me iba retocando la postura hasta el punto en que debería estar correctamente colocado. Después de varias posturas y algún consejo, dijo:
—Prestad atención a las zonas del cuerpo en donde notéis una molestia o que se resientan, o estad centrados en la postura sin otros entretenimientos.
Después de un rato con los ejercicios, nos mandó tumbarnos bocarriba, con los ojos cerraditos, en posición relajada y nos tapamos con una manta (yo pensé: «Aquí me duermo») y con palabras suaves, fue dirigiendo lo que era el inicio de meditación.
—Sed conscientes de cada ruido de la sala —comenzó a decir—, de cada ruido exterior. Respirad por la nariz y sed conscientes de cómo entra aire por las fosas nasales y de cómo sale el aire de nuevo por la nariz. Ahora imaginad que cuando inhalamos el aire que entra es de color blanco y lleva energía pura; y cuando exhalamos, el aire que sale es de color negro y va limpiando nuestra energía interior… Una vez más… No os identifiquéis con los pensamientos, dejadlos pasar. Ahora decidimos estar con nosotros mismos, ya habrá tiempo para esos pensamientos. Ahora nosotros somos lo más importante… Respirad…
Al rato de esta práctica, nos dejó unos minutos en silencio. Un silencio que hablaba, solo que en ese momento aún no sabía qué me estaba diciendo. Me puse a pensar si los demás estarían sintiendo algo parecido.
Terminamos la clase, hablé con un par de compañeras, me parecieron diferentes a la mayoría de las chicas que solía conocer en las salidas durante el fin de semana. No sé, como más calmadas o con las cosas más claras; aún no tenía suficiente información para poder ver exactamente qué era. Después de hablar con la profesora, decidí apuntarme al curso de yoga Hatha. Eso sí, la próxima vez iría con ropa un pelín más elástica.
Tenía dos clases semanales, los martes y viernes por la tarde. Mientras, aprovechaba para ir informándome por internet de los tipos de yoga. Descubrí que el yoga estilo Hatha era el más físico; luego estaba el estilo kundalini, que se trabaja con mudras (posturas de las manos), pranayamas (respiraciones concretas) y con trabajos de fuego interior y voluntad. También existe el estilo Nidra, que es totalmente relajado, mediante la escucha de palabras y sintiendo emociones. Y otro más que me llamó la atención, el estilo Rajha, que se utiliza para el desarrollo mental. Vaya, pensaba que este tipo de actividades no estaba tan expandido y resulta que había detrás todo un mundo lleno de misterios por conocer.
El siguiente día de clase, ya más concienciado, presté atención a la decoración del centro, en especial, a los cuadros con dibujos. La mayoría resultó que eran mandalas (círculo o rueda) y signos tibetanos de palabras con ciertos significados, como el OM (que tenía un dibujo que ya había visto anteriormente) o el Bodhi (rueda del Dharma), que significaba iluminación, así como algunas figuras de diferentes religiones o filosofías. Le pregunté a Azucena por qué había tantas cosas en el aula.
—Sobre todo ayudan a que haya una vibración acorde con lo que trabajamos —empezó a decir—. Por ejemplo, el OM significa compasión o ese mandala que está detrás de ti, redondo y con predominio del color amarillo, se creó con una intención, algo así como «desde mi verdadero yo, tengo y envío simpatía y luz». Luego, las imágenes y figuras reflejan un tipo de intención, dependiendo de la religión a la que pertenezcan. Por ejemplo, la madre divina, que es la virgen María en el cristianismo, Isis en el antiguo Egipto, Ixchel o Tonantzin en la cultura maya o Guan Yin del taoísmo, por mencionar algunas, dan un significado de amor sin límites y de ayuda a la transformación interior.
—Imagino que, dependiendo de lo que quieras transmitir en tus clases, pones unos mandalas o figuras concretas —le dije.
—Sí, claro. Sobre todo ahora buscamos armonía, pero sin olvidar ese sacrificio que físicamente hay que hacer para ir mejorando con esfuerzo y voluntad.
—Azucena, una cosa, con el tema de la vibración individual de cada cosa o del conjunto de las cosas que tienes, ¿a qué te refieres?
—Es uno de los siete principios universales de Hermes Trimegisto.
—¿Hermes? ¡Ah! Ese nombre me suena de la metafísica, de cuando vivía en México. —Recordé al instante.
—Sí, Trimegisto significaba algo así como el tres veces grande y Hermes, se dice, era un gran maestro de la antigüedad. De ahí viene la palabra «hermético», ya que en su día solo se comunicaba la información crucial de boca a oído a otras personas que pudieran entender este lenguaje de la vida. Ha habido tiempos en los que el desconocimiento y el poder hacían que se castigara incluso con la muerte solo por hablar de estas cosas, porque siempre han existido personas a las que no les interesaba o les daba miedo que la gente supiera cosas transcendentes para el ser humano. Y fíjate que se remonta a más de tres mil años pero, aunque para muchos esta información está olvidada, sigue estando presente, queramos o no.
—Vaya, chica, pues sí que me has despertado la curiosidad. ¿Y ese Hermes es el que hablaba de la vibración?
—Sí, la sinergia. Ha sido uno de los grandes maestros que han compartido este saber. Más o menos dice que todo en su principio es energía. Por ejemplo, un átomo tiene positivo, negativo y neutro y está en continuo movimiento. Muchos átomos crean más energía y esta, al estar en movimiento, vibra. Al vibrar, produce unas ondas que, si estás muy sensitivo, puedes sentirlas, y si no lo estás, te llegan, pero como no las ves ni las entiendes, te pueden afectar para bien o para mal sin ni siquiera darte cuenta. A esto lo llamamos tener despierto el sexto sentido, que es el emocional.
—Jolín, pues sí que hay tema para aprender, ¡madre! Muchas gracias por tu tiempo, Azucena, mil gracias.
—Nada, hombre, gracias a ti por interesarte por este conocimiento y prácticas. Es bastante raro que los hombres presten atención a estas cosas, parece que la necesidad de la conciencia gracias a la máquina va a ser de grandes proporciones. —Sonrió con cierta ironía afable.
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