Eso rompió mi corazón.
Aunque lo merecía por arruinar sus ilusiones de arrastrarme al altar con un buen partido, verme casada antes de dar el paso de tener hijos, simplemente me rompió el corazón. Nunca me había hablado de esa manera, siempre fui su princesita, su favorita, y descubrir que ya no era así me lastimó más que cualquier otra cosa.
Después de que se fue, lloré hasta quedarme dormida.
Ahora lo único que tenía era la esperanza de obtener el apoyo de Nathan. De lo contrario, el domingo marcharía a Mánchester para llevar mi embarazo en paz sin la presión de lo que nuestros amigos, socios de negocios y conocidos podrían decir de mí. Allá tendría los recursos para sobrevivir; papá había garantizado que viviría bien, pero en realidad, me avergonzaba tener que depender de él luego de meter la pata hasta el fondo y me dolía que, a pesar de que sí, había cometido un error, me alejaran cuando más los necesitaba solo por las habladurías. Tampoco quería huir y esconderme como una criminal. Ya no estaba sola. Yo fui quién se equivocó. Mi bebé no tenía por qué nacer y crecer a escondidas en una ciudad desconocida. No lo merecía. Tenía un título, por Dios. Podía independizarme y hacerlo bien por los dos. Crear nuestro sitio en el mundo donde nadie nos juzgase.
No sería la primera madre soltera que luchaba por un futuro mejor.
Barrí las lágrimas que empezaban a descender por mis mejillas debido a la frustración. Tenía que parar de pensar en todo lo malo que pudiera sucederme. Hoy era un día para el optimismo. Debía recordar que yo no había hecho al bebé sola. Los dos teníamos que tratar con ello. Seguro Nathan podría ayudarme a convencer a papá de no enviarme lejos solo apareciendo y tomando su parte de la responsabilidad, entonces podría salir adelante por mí misma sin necesidad de irme de Cornualles hasta que mi familia me perdonase y pudiese recibir su apoyo. Me enderecé como una chica grande y respiré hondo. Llenándome de valor, abrí la puerta.
—¿Qué quieres?
Nathan
Mis manos sudaban.
¿Qué mierda quería? ¿Qué la había traído a mi oficina?
En vez de mirarla fijé la vista en los documentos sobre la mesa. Un vistazo rápido cuando entró fue suficiente para confirmar que las fotos no le hacían justicia. ¿El tono de su cabello existía de forma natural? Tan negro. Su piel tan pálida. ¿Cómo podía desprender tanta seducción? Usaba un vestido color crema, de corte clásico, sin mangas, que terminaba a la altura de sus rodillas; perdía todo su propósito elegante al abrazarse a sus curvas, convirtiéndose en mi mayor tortura. Sus caderas. Su cintura. Sus pechos. El arco de su cuello. Todo estaba en mi mente y me volvía loco.
Lo odiaba. La odiaba. Me odiaba a mí mismo por no poder parar de pensar en ella.
En un inusual acto de nerviosismo moví el pie, tironeé un cable y, como consecuencia, apagué el ordenador. Gruñí. Eso costó la pérdida de un archivo sin guardar, uno que además de largo era para dentro de dos horas. Nunca mi rendimiento en la embotelladora había sido tan bajo. Necesitaba regresar a mí mismo. No tendría ningún otro mejor comienzo que el negocio que se discutiría en breve. Daba la casualidad de que era con su padre.
Destensé la mandíbula al ver el archivo ya impreso bajo carpetas en el escritorio.
¿Cómo siquiera olvidé que lo había impreso?
—Yo... yo... —tartamudeó.
Arrugué la frente. ¿Por qué tartamudeaba? ¿Estaba enferma? ¿Era eso? ¿Venía a notificarme sobre una ETS? Todo mi mundo dio vueltas. Eso sería la gota que colmaría el vaso, que me diera sífilis o gonorrea, y tuviera que pedirle a Amanda un chequeo. Me cubrí el rostro con las manos antes de mirarla de nuevo.
Si alguien lucía más miserable que yo, esa debía ser Rachel.
—¿Llamo a la ambulancia ahora o después?
Tragó mientras negaba.
—Estoy bien.
—¿Agua?
—No, gracias.
Al percatarme de que estaba comenzando a quemarme la cabeza en busca de la razón de su presencia, nada que ver con una ETS, porque no podía creer que así de mala fuera mi suerte, me pateé mentalmente por haberla dejado entrar en primer lugar. ¿A quién quería engañar? Conmigo no funcionaría. Si quería hacer ojitos, que fuera con su padre. No podía darme el lujo de hacer caso omiso al hecho de que por su culpa no había dormido en semanas y había engañado a Amanda.
—¿Qué quieres? —repetí de forma más amable.
Necesitaba conservar el tono. Aunque fuese una mala mujer, no podía olvidar que tenía negocios importantes con su padre, unos que no me arriesgaría a perder. Además, en vista de que no hablaba, empezaba a asumir que su presencia era para sacarme algo. Probablemente dinero, que le daría si ello significase su partida de mi oficina y de mi vida, pero en vez de abrir la boca y soltar sus exigencias, permanecía callada, lo que me desesperaba. Al rato de mantenerme en suspenso extendió su delicada mano con un sobre sin emitir palabra. Lo tomé con sudor corriendo por mi frente.
Recé para que no fuera una ETS.
A medida que iba leyendo lo que sí resultó ser un examen de sangre, mis hombros se fueron relajando al comprobar que todo iba bien con ella. Su nivel de azúcar en la sangre era normal, sus glóbulos blancos eran algo abundantes y estaba embarazada. La miré con una ceja alzada, sin entender.
¿Qué me importaba a mí si estaba...?
Me tensé.
Rachel bajó la mirada, optando por no decir nada y quedarse de pie como una estatua. Al fin me levanté de la silla, pero no duré ni un par de segundos de pie sin tenerme que apoyar en la mesa. Era imposible que estuviese esperando un hijo y mucho menos mío. Podía ver desde mi posición cómo sus labios se curvaban hacia abajo, pero no sabía si reía o se lamentaba.
Fuera como fuera, ahora todo estaba claro.
Aquella noche se aprovechó de un Nathan borracho para amarrarse a mí. Pero ¿por qué yo de entre tantos hombres en esa fiesta? ¿Por ser el más estúpido? ¿Lo primero que encontró? Era preciosa. Muchos caerían en su trampa por el simple hecho de tratar con semejante rostro de ángel. Yo no era tan tonto. Ni siquiera sabía si era mío. Había ocurrido meses atrás y dudaba que solo mi nombre estuviese en la lista de posibles padres o que siquiera estuviese en estado.
Podía ser cierto, sin embargo.
Ante esa línea tan delgada entre lo posible y lo imposible, mi odio hacia Rachel incrementó. No solo se conformaría con destruir mi vida, también quería manejar las cenizas que quedaran de ella a costa de un inocente bebé.
—¿Qué se supone que debo hacer al respecto? —murmuré a escasos centímetros de su rostro; el miedo de perder a Amanda y la ira hacia ella por ser la causa se apoderaron de mí—. ¿Quieres que me haga pasar por el papá? ¿A cambio de qué, Rachel? Si ya todo lo que puedes ofrecer, me lo diste gratis. Lo siento, pero no quedé impresionado.
A pesar de que las lágrimas descendían por sus mejillas, le fue fiel a su voto de silencio. Eso me dio tiempo para buscar una solución dentro de mi mente. Para llevarla a cabo, me acerqué a la caja fuerte y saqué cinco fajos de mil libras. Esa sería la forma más fácil de acabar con lo que pondría en riesgo su imagen y la mía. Sería fácil hacerle ver a Rachel que lo mejor era deshacernos de él, solo tendría que convencerla de que un niño no me ataría a ella. Estaba seguro de que no tomaría la responsabilidad de criarlo por su cuenta teniendo encima el peso de la opinión de la sociedad y la desaprobación de su familia. No era ese tipo de mujer.
Sin bebé no habría problemas ni responsabilidades no deseadas. Punto.
Fuera de mí le entregué un sobre con el dinero. Ella lo cogió con manos temblorosas y sin entender. Planteé mis pies en el suelo con más firmeza de la usual. No podía dejarme engañar sin importar lo buena actriz que fuera.
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