Era lo único indispensable.
En realidad, no se sentía como si la hubiera traicionado, porque no conservaba ningún recuerdo de mierda. Solo recordaba haber despertado junto a una extraña en una de las habitaciones de la mansión Van Allen. Mataría por un puto flashback que me ayudara a descartar teorías, pero hasta el momento no existía una escena concreta en mi mente que me obligara a decir si sí o si no. En lo que a mí concernía, pudimos tanto tomar una siesta como bailar la conga desnudos. Pero no indagaría demasiado en el asunto, no cuando lo único en el mundo que me podía dar respuesta era a su vez lo único a lo cual jamás me expondría de forma voluntaria.
Rachel van Allen.
Ese era el nombre de la heredera menor del magnate del licor. En mi última reunión con él me había dado cuenta de ello, pues Lucius nos sorprendió a todos con su lado paternal al sacar y enseñar una foto de su princesa mimada intentando hacer de casamentero, pero para mí no dejó de ser la cereza del pastel que la muñeca que me había atrapado fuera una arpía de sociedad. Me había pateado de manera mental una y otra vez por no notar su parecido con Anastasia van Allen, a quien sí conocía, desde un principio. De borracho debía tener mala memoria.
Ella no era una monja, por otro lado, como su padre la vendía. Si abusó de mi estado de embriaguez para tener un encuentro sexual conmigo, cuyos fines desconocidos podían ir desde el embarazo hasta decir que fui un abusador, cometió una violación a mi integridad que no permitiría. No le seguiría el juego.
—¿Nathan?
—¿Ah?
—¿Me escuchas? —preguntó con voz suave, para nada irritada por mi tardanza.
Maldición. Me acaricié la frente. Sentía que no hacía más que meter la pata.
—Sí, Amanda. Aquí estoy. —Tosí para aclararme la garganta y borrar el tono de culpabilidad en mi voz. Hizo un bajo sonido de reproche que pasó desapercibido por mí—. Pensaba. Estoy lleno de trabajo hoy. Disculpa.
Suspiró.
—Te llamé para decirte que hoy no podré llegar a casa —informó con un deje nervioso—. Comeré sushi con Lucy y otras amigas. Pasaré la noche con ella. Espero que no te incomode. Sé que tenías semanas preparando el maratón de películas para nosotros.
—¿Y eso? —Intenté hacerme el interesado, aunque no me importaba perderme el maratón o que saliera. Confiaba en ella. En realidad, ni siquiera tenía por qué disculparse. Amanda casi no salía con sus amigas. En los últimos días lo estaba haciendo más y eso me alegraba. Merecía disfrutar—. ¿Qué sucedió o qué celebran?
—Nada. Solo queremos conocer un nuevo restaurante en el centro —respondió—. Me quedaré con ella para estar ahí cuando su padre devuelva a su hijo. Está enfermo. La ayudaré.
Cerré los ojos con fuerza.
Ella era un ángel, un lindo ángel, y yo, un maldito.
—No hay problema. Te veo mañana.
—Gracias por entender, Nathan. Te quiero.
—Yo...
Colgó.
Viernes, 30 de julio de 2010
Rachel
Cinco días.
Tenía cinco días para empacar e irme. Cinco días que también tenían que ser suficientes para despedirme y marchar a Mánchester, donde la tía Laupa esperaba por mí, o para llevar a casa al padre de mi bebé y que Lucius le diera su visto bueno.
No eran precisamente actividades sencillas. La diferencia entre estas estaba en que en verdad odiaría mudarme con ella. Alejarme de Cornualles. Esconderme con mi bebé. ¿Qué clase de vida sería? Hice una mueca. Estábamos en el siglo xxi, ¡por Dios!
Quedar embarazada no era el apocalipsis. Papá debía recapacitar.
Ese era mi deseo más grande, pero en el fondo sabía que no sucedería; papá estaba muy indispuesto a ampliar su mente, así que esperaba que Nathan Blackwood, cuyo nombre hallé escrito en la lista de invitados de mi madre, aceptara ayudarme a asumir la responsabilidad. Según Loren, él había sido el último ajeno a la familia en irse por la mañana, quien resultó no ser tan desconocido, ya que era el socio de mi padre.
Por supuesto que no le había dicho a mi hermano que Nathan era el padre. Nadie lo sabía. Me aseguré de ello. En un principio, cuando desperté desnuda y sola entre sábanas con la certeza de que había hecho algo, le comenté a mi madre que quería una lista de los invitados que se habían quedado a dormir debido a una chaqueta extraviada. Ella me creyó. Loren también lo hizo cuando le pregunté quién había sido el último en irse. Ninguno de los dos sabía que esa noche había perdido mi virginidad o que me habían ayudado a descubrir la identidad del sujeto, a quien no perseguí después de ir al ginecólogo y confirmar que estuviese sana, por lo que mi secreto seguía oculto. Insistía en que así fuera. Sería la primera y única en hablar con Nathan. La culpa era mía también, no de él únicamente. Mi padre lo mataría como si hubiese sido víctima de una violación cuando la verdad era que ni siquiera lo recordaba. No tenía nada que me dijera que había sido maltratada. Ningún golpe o herida, solo con resaca, debido a la botella de vino que había tomado del bar. Actuaría como una adulta. No permitiría que lo atiborraran con preguntas que intuía no podrían ser contestadas por ninguno de los dos. Si todo salía como esperaba, casados o no, ambos podríamos encargarnos de la personita que se estaba formando dentro de mí.
Para mal o para bien era nuestra.
—Señorita Van Allen, el señor Blackwood la espera en su oficina —me anunció la secretaria, una despampanante pelirroja de ojos azules.
Tragué antes de dar mi primer paso hacia él.
¿Me recordaría?
CAPÍTULO 2
Rachel
Recorrí el pasillo e hice los cruces que me había indicado su secretaria; aproveché la situación para tener una idea de Nathan al analizar su sitio de trabajo. Mamá siempre repetía que la decoración decía mucho de una persona. Debía darle créditos por pulcritud. Todo el sitio olía a desinfectante de pino. Los pisos seguramente estaban recién pulidos. El inmobiliario era una agradable combinación entre lo moderno, representado por muebles blancos, y lo versátil. La construcción estaba hecha casi en su totalidad de cristales y sus trabajadores lucían igual de atractivos que la vista de la ciudad que teníamos desde un tercer piso. La embotelladora quedaba bajo nosotros.
Nathan debía ser un egocéntrico, paranoico, obseso.
Lo último me venía bien, porque quería decir que existía la posibilidad de que fuera responsable; lo demás no tanto, ya que seguro Nathan estaba cortado con la misma tijera que mi padre y pegaría el grito al cielo cuando se enterara de mi embarazo. Eso me asustaba. No quería pasar de nuevo por la experiencia que había tenido al darle la noticia a mi papá, quien se enteró por accidente.
Dejé la carpeta con mis exámenes en su escritorio y, al principio, pensó que era una broma. Cuando se dio cuenta de que no era así, sus gritos hicieron que me encerrara en mi habitación bajo llave y alertaron al resto de la familia, quienes no tardaron en llegar. Solo abrí cuando me di cuenta de que no se irían, iniciando un interrogatorio en el que Marie me miró con la misma desaprobación que solíamos dedicar a las chicas fáciles. Y tanto Loren como papá no dejaron de hacer preguntas para intentar descubrir la identidad del padre cuando le dije que no era Thomas, insistencia que se duplicó cuando les confesé que desconocía su nombre y me negué a darles pistas. Mamá, por último, no hizo más que mirar al vacío, reservándose su opinión.
El asunto era que de haber mencionado el nombre de Nathan, no habría cambiado nada; rompí el código de no ensuciar el apellido Van Allen bajo el que fui criada, pero me hubiera gustado tener un poco más de tiempo para convencerlo de que me acompañase o de elaborar una opción C. En cuestión de minutos que consideré eternos, mi madre y mis hermanos me dejaron a solas con mi padre. Él no se acercó a mí. Desde la puerta me indicó que me llevaría con la tía Laupa, la hermana de su madre, porque no estaba dispuesto a presenciar semejante crimen. Añadió que si había sido lo suficientemente estúpida como para ir en contra de su educación, debía ser lo suficientemente fuerte como para asumir las consecuencias.
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