EL CRITERIO DE VERDAD FRENTE A LOS DIOSES TERRESTRES
La praxis humana puede ahora entrar en el centro del análisis por el hecho de que esta crítica de los falsos dioses terrestres no se hace en nombre de ningún otro dios que no sea falso. No se enfrenta a los dioses falsos con un Dios verdadero; se hace en nombre del ser humano y de los derechos humanos. Los dioses falsos son dioses que niegan la dignidad del ser humano, lo cual desemboca en la exigencia de una praxis humana que también sea de liberación y emancipación. Con eso aparece el ser humano en el centro de la sociedad, sometiéndola en su integridad a los criterios de su propia dignidad. Pero, debido a que el ser humano es un ser natural, esta dignidad humana no se puede afirmar sin afirmar a la vez la dignidad de la naturaleza entera y, por tanto, del mundo entero.
Al hacer esta crítica, un Dios que no sea falso solamente puede ser concebido como un Dios cuya voluntad es que el ser humano esté en el centro del mundo. Cualquier otro dios sería falso. Ya habíamos citado esta afirmación por parte de Marx, que dice que la filosofía hace “su propia sentencia en contra de todos los dioses del cielo y de la tierra, que no reconocen la autoconciencia humana (el ser humano consciente de sí mismo) como la divinidad suprema”. A esta autoconciencia la llama después el “ser supremo humano como ser supremo del ser humano”. Es decir, todos los dioses que no reconocen al ser humano como ser supremo para el ser humano son dioses falsos. Sobre los dioses que sí lo reconocen, Marx no se pronuncia; deja ver un lugar para ellos, pero lo deja vacío.
Es muy consecuente que Marx deje abierto este lugar vacío. Dentro de su crítica de la religión, no lo puede negar. No sabemos si Marx tiene claridad al respecto, pero, aunque se haya dado cuenta, evidentemente no le interesaba sacar de su propia crítica de la religión un sitio vacío como consecuencia. Sin embargo, nunca abandonó esta estructura básica de su crítica de la religión, que podemos interpretar como “teología profana”. Ningún teólogo la ha descubierto: es un resultado crítico de las ciencias sociales en cuanto toman en serio la crítica de la religión.
Este núcleo de una teología profana, Marx lo elabora durante la década de 1840. Una vez desarrollado, amplía el marco de su crítica y se dedica cada vez más a lo que él llama la “crítica de la economía política”. Eso es necesario para poder desarrollar una praxis en la línea del humanismo, cuya estructura básica ha desarrollado; no obstante, jamás abandona esta estructura de la teología profana, sino que le dará el marco de las ciencias sociales que le permite desarrollar después los instrumentos teóricos de una praxis de transformación. Lo expresó de una manera contundente: el imperativo categórico “de echar por tierra todas las relaciones en que el ser humano sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable”. Es consciente, entonces, de que esta praxis exige continuar con la crítica de la religión frente a los dioses terrestres de la sociedad capitalista. La crítica de la religión no ha terminado, porque la religión que se critica no ha terminado. Es el “capitalismo como religión”, como lo llamará después Walter Benjamin.
Aún existen dioses falsos, en nombre de los cuales se humilla, sojuzga, abandona y se desprecia al ser humano, y que mueven esta misma sociedad capitalista. Dictan normas éticas cuya regla superior es: “explota al otro como puedas, pero hazlo dentro de los mecanismos del mercado y en nombre de este mismo mercado, con su ética”. Aparecen dentro de esta teología profana lugares sagrados, donde se concentra el culto a los dioses del mercado; se trata especialmente de los bancos y las grandes corporaciones, y también de muchos lugares eclesiásticos. Pero la línea de esta piedad es siempre la misma: la dictada por los dioses del mercado. También aquí está la indoctrinación de la ética del mercado.
En Alemania, el canciller Helmut Schmidt hablaba constantemente de las virtudes y los vicios del mercado. Son las referencias éticas máximas. Tienen incluso una teología expresa, que es la de la mano invisible del mercado. Se trata de una fuerza mágica que, según sus teóricos, asegura un funcionamiento perfecto del mercado, en el cual éste se autocorrige y autorregula de una manera tal que siempre asegura por el acto de su magia resultados óptimos que ninguna intervención podría alcanzar y menos superar. El mismo mercado se transforma en una instancia mágica.
Benjamin, sin embargo, se equivoca cuando sostiene que el capitalismo como religión no tiene ninguna teología; su núcleo es una teología, que es la teología profana de la mano invisible. Incluso tiene una metafísica; la del modelo del mercado perfecto en la actual teoría de la firma perfecta, que todavía son materia básica para introducir a los estudiantes de economía en la teoría económica dominante hoy. Por eso encontramos en el centro del análisis económico una teología profana, que se mantiene presente en casi todos nuestros medios de comunicación: la de la mano invisible. Se presenta como ciencia; sin embargo, es la tesis central de una teología del mercado que —sin duda— tiene un núcleo mágico. El Documento Santa Fe I, de 1979, que definió las líneas de gobierno de Reagan, lo expresó de la siguiente manera:
Desafortunadamente, las fuerzas marxistas-leninistas han utilizado a la Iglesia como un arma política en contra de la propiedad privada y del capitalismo productivo, infiltrando la comunidad religiosa con ideas que son menos cristianas que comunistas.
Ya antes, el vicepresidente bajo el gobierno de Nixon, Spiro Agnew, llegó en 1969, en el curso de un extenso viaje por América Latina, a un resultado muy parecido: declaró en su informe que la teología de la liberación era una amenaza para la seguridad estadounidense.
Considerada desde la teología profana del mercado, la teología de la liberación es, en efecto, una herejía. Eso explica la enorme fuerza que ha tenido su persecución en América Latina por parte tanto del gobierno de Estados Unidos como, sobre todo, de las Dictaduras de Seguridad Nacional, con sus miles de víctimas; las más conocidas son el arzobispo Romero de San Salvador y un grupo de seis jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA), una institución jesuita del mismo Salvador.
La del mercado es una teología profana que declara herejías profanas. No pertenece a ninguna Iglesia, aunque hay algunas que pueden adherirse y que también lo son. El mercado contiene necesariamente esta teología profana, y, donde el mercado se vuelve generalizado y universal, esta teología se hace presente y su crítica es la inversión de la profana teología del mercado. Como hemos dicho, la formulación clásica la ha dado Marx: “el ser humano es el ser supremo para el ser humano”. Para la teología del mercado, el mercado (o el dinero o el capital) es el ser supremo para el ser humano. La respuesta, por tanto, sólo puede ser: “el ser humano es el ser supremo para el ser humano”. Así, pues, se trata de la humanización del ser humano en contra de exigencias como la transformación del ser humano en capital humano.
Aquí se trata de someter al mercado (y, por consiguiente, también al dinero y al capital) a las condiciones de la vida humana y, por tanto, de la vida de todos, lo que siempre tiene que incluir también la vida de la propia naturaleza fuera del ser humano. El capitalismo, como es ahora, es asesino, pero a la vez suicida. La base no puede y no debe ser el mercado, a pesar de que éste sea inevitable para hacer funcionar hoy la economía. Pero no puede y no debe ser el dios, como hoy lo ve e impone nuestra dominante ideología con su teología profana; tenemos que verlo como una idolatría radical que nos está destruyendo.
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