Franz Josef Hinkelammert - Totalitarismo del mercado

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"El mundo se ve amenazado hoy por un nuevo totalitarismo. Las fuerzas que lo forman, no emanan del Estado sino de los poderes anónimos del mercado. Son estos poderes los que someten cada vez más a los poderes políticos a su lógica totalitaria. La canciller alemana Merkel decía: «La democracia tiene que ser conforme al mercado». De eso se trata, la democracia no responde al pueblo sino al mercado. Estamos frente a la disyuntiva de democracia o mercado: un mercado que se impone a todo, en todas partes y en cada momento, o el desarrollo de una democracia que responda a la voluntad de los pueblos y que exija que un mercado sea conforme a la democracia, en cuyo centro debe estar el ser humano.
Los conflictos presentes son conflictos entre la democracia de los indignados, que se enfrenta al totalitarismo del mercado, y este nuevo poder totalitario cuya meta es someter a la población entera sin ninguna posibilidad de defensa.
Con la declaración de la estrategia de globalización vinculada al consenso de Washington se había declarado el mercado como mercado total, y desde entonces se viene desarrollando el sistema. Y la iniciativa para tener el Estado a disposición de la promoción del totalitarismo del mercado parte de los poderes económicos de las burocracias privadas de las empresas. Algo que hemos visto sobre todo en el tratamiento de las deudas externas: la usura llevada al límite.
Partiendo de esto, de nuestra propia historia, en especial del proyecto de reconstrucción europea de la posguerra mundial, el autor pretende que pensemos nuevas alternativas que, sin copiar, ayuden a afrontar los problemas económicos y sociales de nuestro tiempo."

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El capitalismo desde el principio es asesino; su desarrollo se funda en un asesinato. Empieza con los millones de indígenas y esclavos africanos sacrificados para que haya riqueza o capital, y hoy continúa ese asesinato amparado por las leyes del mercado, a las cuales exigen sumisión los organismos económicos y políticos internacionales del Primer mundo. Éste es el totalitarismo del mercado neoliberal, que ha puesto al mercado capitalista como su ser supremo, su nuevo dios. Es el nuevo fetiche que aún sometemos a crítica.

Finalmente, quisiera agradecer a la editorial Akal por haber incluido este libro en su colección Inter Pares, pero también quiero agradecer profundamente a Juan José Bautista Segalés su gran colaboración con mi trabajo y su dedicación a la edición del presente libro.

[1]Nueva York, Vintage Books, 1965.

Capítulo I

La primacía del ser humano en el conflicto con la idolatría: crítica de la religión, la teología profana y la praxis humanista

En una entrevista reciente, Giorgio Agamben decía: “Dios no murió. Se transformó en dinero”. La tesis es de Marx, quien la introdujo en la discusión sobre la economía política de su tiempo. Marx cita a Cristóbal Colón del siguiente modo:

¡Cosa maravillosa es el oro! Quien tiene oro es dueño y señor de cuanto apetece. Con oro, hasta se hacen entrar las almas en el Paraíso.

Y los indígenas después de la Conquista decían: “El oro es el Dios de los españoles”. Y ciertamente no se equivocaron en absoluto. Posteriormente, Walter Benjamin volvió a asumir esta posición en su fragmento sobre El capitalismo como religión, que desató una discusión en la cual participará Agamben con su afirmación. De una forma un poco más distante, este enunciado también se encuentra en Max Weber cuando afirma que “los dioses de la Antigüedad se levantan de sus tumbas” bajo la forma de “poderes impersonales”. El dinero, sin duda, es el más importante de ellos. El propio papa Francisco habla de la idolatría del dinero y la divinización del mercado.

LA CRÍTICA DE LA RELIGIÓN

Frente al gran fetiche de la sacralización del mercado aparece la crítica. El texto clásico es de Marx y viene de su Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel:

La crítica de la religión desemboca en la doctrina de que el ser humano es el ser supremo para el ser humano y, por consiguiente, en el imperativo categórico de echar por tierra todas las relaciones en que el ser humano sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable.

Ya antes había dicho que la filosofía hace “su propia sentencia en contra de todos los dioses del cielo y de la tierra, que no reconocen la autoconciencia humana (el ser humano consciente de sí mismo) como la divinidad suprema”.

Aquí la “autoconciencia humana” es llamada la “divinidad suprema” en relación a los “dioses del cielo y de la tierra”. En alemán, conciencia (Bewusstsein) es “ser consciente”. Marx insiste en eso varias veces. Dice por ejemplo: “La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los seres humanos es su proceso de vida real”.

Autoconciencia, entonces, debe entenderse como la conciencia del ser humano de sí mismo a partir de su proceso de vida real. Esta autoconciencia ahora llega a ser el criterio con ayuda del cual es posible discernir los dioses: formula el juicio en contra de todos los dioses del Cielo y de la Tierra que no reconocen que el ser humano es el ser supremo para el ser humano.

Con eso Marx va más allá de Feuerbach, quien solamente conoce dioses en el Cielo, no en la Tierra. Niega la existencia de estos dioses en el Cielo. Marx acepta esta crítica, pero insiste ahora que se trata en realidad de los dioses terrestres, a los que hay que enfrentar. Son dioses que experimentamos: el dios oro se puede ver. Marx dice que todos tienen que pasar por el Feuerbach (que en alemán significa “arroyo de fuego”), pero no quedarse en él para no quemarse los pies, porque los dioses terrestres no son productos de la imaginación, como lo son los dioses trascendentes; existen realmente, en el sentido de que tenemos experiencia de ellos y que nos influyen.

Ni el mercado ni el capital ni el Estado ni ninguna otra institución o ley son el ser supremo para el ser humano. El ser humano mismo lo es. Ni siquiera Dios lo puede ser. Por tanto, todos los dioses que declaran el mercado o el capital o el Estado o cualquier institución o ley como el ser supremo para el ser humano son dioses falsos, ídolos o fetiches. Un Dios que no sea un falso Dios necesariamente es un Dios para el cual el ser supremo para el ser humano es el ser humano mismo. El teólogo de la liberación Juan Luis Segundo ha afirmado explícitamente eso.

En vez de la sacralización del mercado, es decir, de una institución y, por tanto, de una ley, aparece la sacralización del ser humano como el sujeto de toda ley e institución. La sacralización del ser humano resulta ser la declaración de su dignidad, y hoy la formulan los indignados de todo el mundo. Esto tiene que desembocar en una intervención sistemática y duradera en el mercado, las instituciones y el mundo de las leyes en pos de esta dignidad humana. La política, por tanto, tiene que ser una política de humanización, no de comercialización. Eso incluye la humanización de la naturaleza, que presupone el reconocimiento de ésta como sujeto. En el lenguaje andino se trata de la consideración de la naturaleza como Pachamama.

Por eso, en Marx se trata de una teología profana, que él desarrolla. No es una teología para especialistas ni tampoco para visitantes de iglesias. Como profana, se trata de una teología para la gente en su cotidianidad y, como tal, de una teología para todos, inclusive los teólogos y visitantes de iglesias.

Eso es la declaración de la libertad humana: libertad, igualdad y fraternidad. La otra posición fetichista e idolátrica Marx la denuncia; es libertad, igualdad y Bentham (cálculo de utilidad individual). Así lo dice en El capital. Bentham significa aquí la renuncia a toda fraternidad en nombre de la mano invisible, declarada en contra de toda experiencia del realismo del amor al prójimo o de la fraternidad. Lo racional es sometido a la magia del mercado; el mercado es declarado el ser supremo para el ser humano.

La canciller alemana Merkel decía hace un tiempo que “la democracia tiene que ser conforme al mercado”. Por tanto, de acuerdo con sus palabras, el ser supremo para el ser humano es el mercado. Eso se extiende fácilmente: no solamente al mercado, también al dinero y al capital y, como soporte de éstos, al Estado. Una carta de un lector hacía la pregunta: “¿y por qué no es al revés y el mercado tiene que ser conforme a la democracia?”. No hubo respuesta. Efectivamente, vivimos en un mundo que considera al mercado como el ser supremo para el ser humano. Según los criterios anteriores, el mercado es el dios falso de nuestra sociedad, pero la opinión dominante sigue con el mercado como el ser supremo para el ser humano.

El mercado, así considerado, implica hoy siempre la transformación de toda la economía en una gran máquina de acumulación de capital, vista en función de una maximización del crecimiento económico. El mercado como ser supremo y evaluación de toda la vida, no solamente económica sino también social y cultural, igualmente como ser supremo para el ser humano, desempeña el mismo papel.

Este criterio de discernimiento de los dioses es el juicio sobre las religiones a partir del análisis de la realidad, donde el Documento Santa Fe I exige que toda religión respete como su límite cualquier acción en “contra de la propiedad privada y del capitalismo productivo” y, por tanto, en contra de la vigencia de la mano invisible. Sin embargo, el criterio de discernimiento mencionado exige de las mismas religiones que pongan al ser humano como ser supremo por encima de esta “propiedad privada y (d)el capitalismo productivo”, y por encima de la mano invisible, que considera una idolatría, una simple magia. También el Documento Santa Fe I, entonces, declara al mercado como el ser supremo para el ser humano.

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