Franz Josef Hinkelammert - Totalitarismo del mercado

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"El mundo se ve amenazado hoy por un nuevo totalitarismo. Las fuerzas que lo forman, no emanan del Estado sino de los poderes anónimos del mercado. Son estos poderes los que someten cada vez más a los poderes políticos a su lógica totalitaria. La canciller alemana Merkel decía: «La democracia tiene que ser conforme al mercado». De eso se trata, la democracia no responde al pueblo sino al mercado. Estamos frente a la disyuntiva de democracia o mercado: un mercado que se impone a todo, en todas partes y en cada momento, o el desarrollo de una democracia que responda a la voluntad de los pueblos y que exija que un mercado sea conforme a la democracia, en cuyo centro debe estar el ser humano.
Los conflictos presentes son conflictos entre la democracia de los indignados, que se enfrenta al totalitarismo del mercado, y este nuevo poder totalitario cuya meta es someter a la población entera sin ninguna posibilidad de defensa.
Con la declaración de la estrategia de globalización vinculada al consenso de Washington se había declarado el mercado como mercado total, y desde entonces se viene desarrollando el sistema. Y la iniciativa para tener el Estado a disposición de la promoción del totalitarismo del mercado parte de los poderes económicos de las burocracias privadas de las empresas. Algo que hemos visto sobre todo en el tratamiento de las deudas externas: la usura llevada al límite.
Partiendo de esto, de nuestra propia historia, en especial del proyecto de reconstrucción europea de la posguerra mundial, el autor pretende que pensemos nuevas alternativas que, sin copiar, ayuden a afrontar los problemas económicos y sociales de nuestro tiempo."

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El resultado es una realidad secular que desarrolla en su propio interior una religión y hasta una teología y metafísica que no resultan de ninguna revelación de nadie, y que es independiente de cualquier Iglesia. Pero no solamente eso: resultan dos religiones contrarias y dos teologías contrarias. El propio análisis de la realidad lo revela. En nombre del realismo exige a las religiones, en el sentido de las religiones tradicionales, asumir este análisis y sus resultados como guía de su propia teología. No obstante, sigue vigente el conflicto entre las posiciones de la sacralización de instituciones y leyes y la sacralización del ser humano, en el sentido de asumir su dignidad como criterio supremo de la realidad y de todas las religiones.

Ha aparecido una teología secular y hasta profana, producto de la propia Modernidad, que se vislumbraba ya en el siglo XVIII, cuando Rousseau empezó a hablar de la religión civil. Tiene que ver con las teologías anteriores en el sentido de una transformación de la ortodoxia cristiana en teología de la sacralización del mercado.

Se trata de una religión que está en las calles; una que Marx describía como “religión de la cotidianidad” (Alltagsreligion). Tiene dioses falsos, pero no tiene dioses trascendentes. Podría construirlos como dioses, cuya voluntad es que el ser humano sea el ser supremo para el ser humano. Sin embargo, en la lógica del argumento, su construcción no es necesaria. Hay una lucha de los dioses, y toda nuestra sociedad está del lado del dios mercado, pero se trata de una lucha entre los dioses terrestres falsos y el ser humano que tiene como ser supremo al ser humano.

Max Weber, en su tiempo, también percibió estos dioses terrestres. Dice en su conferencia “La ciencia como vocación”, de 1918:

Los dioses de la Antigüedad se levantan de sus tumbas y, bajo la forma de poderes impersonales, aunque desencantados, se esfuerzan por ganar poder sobre nuestras vidas, reiniciando sus luchas eternas.

Weber percibe de manera muy realista a estos dioses terrestres de modo parecido y siguiendo a Marx, pero se rinde frente a ellos. Renuncia sin cuestionamientos a un discernimiento de los dioses y se escapa por su ya conocido fatalismo de más preguntas; deja de lado al ser humano, cuyo ser supremo es el mismo ser humano; lo borra en nombre de una cientificidad falsa que él defiende y que es incompatible con la dignidad humana. Todo lo reduce a lo privado: lo que para uno es Dios, para otro es el diablo. Pero no se trata de valores privados, sino de un juicio sobre la propia sociedad: lo que para el capitalismo es Dios, es el diablo —en el sentido de dios falso— para los críticos del capitalismo, y lo que aquí es el diablo para el capitalismo, para sus críticos es el ser supremo para el ser humano, es decir, el ser humano mismo.

Marx, en cambio, hace un discernimiento de los dioses a partir de su afirmación de que el ser humano es el ser supremo para el ser humano. Weber evita en apariencia tomar una posición, pero la toma indirectamente en el sentido de que la razón humana no puede discernir entre los dioses. Afirma así la sociedad capitalista existente al negar la posibilidad a la razón para postular algo distinto. Lo que es el Dios de uno es el diablo de otro y al revés, y nada más. Es una vuelta del juego paulino de las locuras.

EL PENSADOR HUMANO ES MARX, NO MAX WEBER

Sin embargo, Marx considera a estos dioses como realmente existentes, en el sentido de que se los puede experimentar; pero a la vez son un producto humano. Al tiempo que el ser humano crea las relaciones mercantiles y el Estado, crea la posibilidad de vida de estos dioses. La vida que quitan a los seres humanos les sirve para vivir, pues vida propia no tienen. Mas son producto en un sentido determinado: el ser humano los produce “a sus espaldas”, es decir, de manera no intencional. Por tanto, aquellas fuerzas que se veneran como dioses terrestres son producidas por los seres humanos. Sin embargo, en la situación que viven, no pueden no producirlos; pueden hasta cierto grado liberarse frente al mercado y el Estado, pero el intento del socialismo histórico por dejar de producirlos en todos los casos ha fracasado.

Entonces el producto no intencional de la acción humana se produce, pero no se puede dejar de producir. En contra de lo que Marx esperaba, estos dioses terrestres falsos están en una lucha sin fin contra el ser humano, en cuanto tiene como ser supremo al ser humano. Luchan por someter al ser humano a las obras de sus propias manos sin que efectivamente éste se pueda liberar de forma definitiva. En cada momento puede liberarse, pero en cada momento también puede perder esa liberación. Eso tiene un matiz diabólico sin tener en su fondo ninguna sustancia diabólica.

A pesar de esto, ninguna sociedad puede organizarse sin determinar quién es el ser supremo. Por tanto, Max Weber, al poner la sociedad capitalista como el non plus ultra de la historia humana, necesariamente tiene que poner al mercado como este ser supremo para el ser humano. Lo esconde detrás de su tesis de neutralidad de la ciencia, principalmente de las ciencias sociales y, en especial, de la economía. Hoy el neoliberalismo hace presente eso en la forma hasta ahora más extremista. Quiere tragarse todo lo que no sea mercado, y ha reducido al ser humano a “capital humano”. Para lograrlo, conforma una concepción mágica del mercado guiado por una mano invisible autorreguladora, que hace lo que es la dialéctica maldita del pensamiento burgués: “El mercado es el ser supremo para el ser humano”.

Día y noche, nuestros medios de comunicación y la gran mayoría de economistas repiten sin cesar este sinsentido y expresan su desprecio por el ser humano cuando lo reducen a “capital humano”. No solamente lo hacen con todos los otros, sino también consigo mismos. Aparece así un universalismo del misántropo: desprecio a todos por igual, hombres y mujeres, blancos y negros, y, al final, a mí mismo, como a todos los otros. Lo que distingue es nada más que la suma de dinero de la cual dispone cada uno. Y todo es un rito religioso.

Esta beatería del mercado quien mejor la hace presente es Hayek, el más importante gurú del neoliberalismo, cuando dice:

No existe en inglés o alemán palabra de uso corriente que exprese adecuadamente lo que constituye la esencia del orden extenso, ni por qué su funcionamiento contrasta con las exigencias racionalistas. El término “trascendente”, único que en principio puede parecer adecuado, ha sido objeto de tantos abusos que no parece ya recomendable su empleo. En su sentido literal, sin embargo, alude dicho vocablo a lo que está más allá de los límites de nuestra razón, propósitos, intenciones y sensaciones, por lo que sería desde luego aplicable a algo que es capaz de generar e incorporar cuotas de información que ninguna mente personal ni organización singular no sólo no serían capaces de aprehender, sino tan siquiera de imaginar. En su aspecto religioso, dicha interpretación queda reflejada en ese pasaje del padrenuestro que reza: “hágase tu voluntad (que no la mía) así en la tierra como en el Cielo”, y también en la cita evangélica: “No sois vosotros quienes me habéis elegido, sino Yo quien os eligió para que produzcáis fruto y para que éste prevalezca” (Juan 15, 26). Ahora bien, un orden trascendente estrictamente limitado a lo que es natural (es decir, que no es fruto de intervención sobrenatural alguna), cual acontece con los órdenes de tipo evolutivo, nada tiene que ver con ese animismo que caracteriza a los planteamientos religiosos, es decir, con esa idea de que es un único ente, dotado de inteligencia y voluntad (es decir, un Dios omnisciente), quien, en definitiva, determina el orden y el control.

Con las últimas frases, Hayek insiste en que la divinidad suprema del mercado no es un dios transcendente, sino —para decirlo con el lenguaje de Marx— un dios terrestre. Todo eso es la palabrería teologal, que quiere hacer ver el mercado como la más alta divinidad.

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