1 ...8 9 10 12 13 14 ...17 Ni esta postura de Kant frente al matrimonio viola el principio formulado por él mismo, según el cual el otro siempre tiene que ser tratado como fin y no exclusivamente como medio. Hay un contrato que las dos partes han aceptado; por tanto, el otro es tratado también como fin. Aquí también se ve que Kant juzga sobre las relaciones intersubjetivas exclusivamente según normas abstractas. Se nota entonces la forma escandalosa en la que trata las relaciones sociales entre personas… Por lo menos eso vale desde el punto de vista actual.
LA CRÍTICA DE LA IDOLATRÍA SEGÚN EL PAPA FRANCISCO
Para ver el espectro amplio de la crítica de la idolatría hoy, quiero analizarla como aparece en una determinada corriente de la teología de la liberación, en la que participaba el cardenal Bergoglio. Quiero ver ahora la posición de Francisco en el campo de la ética social, considerándola en relación con las posiciones de Marx resumidas arriba. Francisco presenta sus propias posiciones, según lo he visto, en dos lugares: en un discurso que hizo el 16 de mayo de 2013 frente a cuatro nuevos embajadores ante el Vaticano, y en su exhortación apostólica Evangelii gaudium, del 24 de noviembre de 2013, en los capítulos 51 a 60. Los dos coinciden en gran parte, pero hay algunas diferencias importantes. Una de ellas se refiere a la introducción, que Francisco presenta en el capítulo 53 de la exhortación.
La situación de partida
Dicha introducción es una gran denuncia del sistema económico-social actual como un sistema asesino:
Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Esa economía mata. […]
No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la Bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida… Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”. [2]
Este “matar” es un asesinato en un sentido muy específico de la tradición judeo-cristiana. Aparece muy temprano en el Eclesiástico (34, 22) del Antiguo Testamento: “Mata a su prójimo quien le arrebata su sustento, vierte sangre quien quita el jornal al jornalero”.
El mismo Bartolomé de las Casas escoge su camino de apoyo a los indígenas de América en el siglo XVI al leer y meditar este texto. Se da cuenta de que el Eclesiástico se refiere a eso, a lo que los conquistadores de América hacían con aquéllos; por tanto, los denuncia como asesinos del hermano.
A finales del siglo XVI Shakespeare asume esta denuncia y la pone en la boca de Shylock, en su drama El mercader de Venecia, cuando le hace decir: “Me quitan la vida si me quitan los medios por los cuales vivo”.
Marx cita este texto en El capital siguiendo esta misma tradición de denunciar como asesinato al interior del sistema económico el acto de dejar morir. También para Marx se trata de un asesinato del hermano. Francisco sigue:
La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera. [3]
Así pues, ve una situación de simple indiferencia que da capacidad para cometer los crímenes y genocidios más grandes sin siquiera una reacción mínima frente a ello.
En esta economía que mata hay un elemento que hace falta exaltar: aunque se provoquen por parte del sistema financiero grandes genocidios económico-sociales, no aparece en nuestra opinión pública el reproche por violación de alguna ley. Ni siquiera un genocidio viola la ley. Desde el punto de vista de la ley, nunca se trata de genocidios. Sin embargo, Pablo trata precisamente este punto cuando afirma en 1 Cor 15, 56:
El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley.
También se podría traducir como:
El aguijón de la muerte es el crimen, y la fuerza del crimen es la ley.
Si la ley encubre ciertos crímenes, entonces se transforma en la fuerza para otros y peores crímenes. No estamos acostumbrados a darnos siquiera cuenta de ello. En la Edad Media había mayor conciencia para este problema cuando se insistía en decir “Summa lex, maxima iniustitia”. Quiero hacer ver el problema con una cita de Bertolt Brecht, quien dice en La ópera de los tres centavos:
¿Qué es el asalto a un banco comparado con la fundación de un banco?
El asalto a un banco es simplemente una violación de la ley. La ley protege frente a eso. La fundación de un banco, en cambio, da un poder que posiblemente puede cometer grandes crímenes, incluidos genocidios. Hasta Joseph Stiglitz, anterior economista jefe del Banco Mundial y premio Nobel de Economía, habló en este contexto de las “armas financieras de destrucción masiva”. Los peores genocidios son posibles y se cometen sin que sea violada ni siquiera una jota de la ley. El mismo Estado de derecho se transforma en un Estado que apoya tales crímenes por medios legales; no nos protege de ellos. La fuerza de estos crímenes es, como dice san Pablo, la propia ley.
Bertolt Brecht llama la atención, y sabe que la opinión de Pablo es compartida por Marx, quien a su vez le da la mano a Pablo; pero ni el cristianismo ni el marxismo posterior a Marx han desarrollado esta problemática. En El capital, Marx la alude cuando habla de la “máscara característica” del capital, y este tipo de análisis está presente en toda su obra.
La afirmación de Pablo en referencia a la ley vale para todas las leyes. Sin embargo, él se refiere en especial a la ley judía y a la ley romana de su tiempo. Argumenta por medio del decálogo, especialmente la parte segunda, del sexto al décimo mandamientos, y cuando en la Carta a los Romanos cita la ley y sus normas, siempre menciona estos y no otros mandamientos. No obstante, en Romanos 2, 14-16 se refiere a una ley que no se encuentra solamente en el decálogo, sino también en otros pueblos. En este caso, se trata de las leyes que se encuentran también en la ley romana, las cuales regulan el intercambio de bienes y de seres humanos. En todos los casos vale lo que Pablo afirma: la ley es la fuerza del crimen.
Los crímenes económico-sociales se cometen con tanta facilidad porque las ideologías decisivas del poder los esconden detrás de “inevitables” dictados de ahorro. Reconocidas personas como políticos los cometen, pero se sienten sin culpa, porque todo lo que hacen es legal. Dejan correr cabezas y matan a granel, pero sus guantes blancos no tienen ninguna mancha de sangre. Son limpios, como lo son el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo o los políticos europeos y norteamericanos. Con sus decisiones pronuncian “juicios” sobre vida y muerte, condenan a seres humanos a la muerte y cumplen las condenas. De hecho, no se trata de ahorrar, se trata de matar. Constantemente se cometen crímenes de este tipo, como por ejemplo hoy en los países del sur de Europa —Grecia, Italia, España—, igual que en la década de 1980 se cometieron en toda América Latina a consecuencia de la crisis de deudas de aquel tiempo. Mas nadie persigue estos crímenes, porque no violan ninguna ley. Al contrario, la ley da la fuerza para cometerlos. Como uno de los principales argumentos siempre se cita la magia del mercado, la mano invisible o “fuerzas autorreguladoras del mercado”. Todo este argumento es parte de la idolatría del mercado sin ninguna sustancia de seriedad.
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