La analítica que hemos esbozado no da cuenta de las dimensiones subjetivas de lo racial, de sus economías libidinales, sus inversiones de deseo, los traumas provocados por el entramado de violencias racistas, la constitución de las culturas y las subjetividades modernas/coloniales con base en un inconsciente racial colectivo. Aquí cabe destacar la fenomenología del colonialismo y el racismo del psiquiatra revolucionario Frantz Fanon, quien dibuja con profundidad tanto sus formas de deshumanización y heridas existenciales, como las contraviolencias anticoloniales que constituyen prácticas de autoafirmación y liberación de “los condenados de la Tierra”. Entonando esa melodía, el filósofo africano Achille Mbembe, afirma que como “categoría originaria, material y fantasmática a la vez, la raza fue, a lo largo de los siglos, la causa de devastaciones psíquicas insólitas, así como de incontables crímenes y masacres”.
Una de las paradojas principales de lo racial, de la raza como categoría histórica, es que es una ficción en el sentido biológico, que tiene una enorme eficacia histórica, marcando hitos en las posibilidades de vida y muerte, de riqueza y pobreza, de poder y marginalidad. Lo racial tiene una ontología histórica, es un hecho social, como dice Bonilla Silva. Como se ha argumentado, la persistencia de la raza como categoría clave está en su flexibilidad, su capacidad de adaptar su lógica de naturalización y jerarquización de cuerpos, culturas y territorios, a situaciones diversas. Como hemos dicho, la racialización se fundamenta en criterios múltiples, incluyendo: la pigmentocracia; las complejas cartografías del cuerpo que evalúan sus partes, como el cabello; los labios, la nariz; des/valorización de culturas, conocimientos y conductas, que en su conjunto constituyen una pedagogía perversa de la mirada y una disposición ambigua entre paranoia y deseo en relación con el otro. Mbembe expresa esa complejidad con justicia poética al escribir, “la raza es, a la vez, imagen, cuerpo, y espejo enigmático en el contexto de una economía de sombras cuya característica particular es hacer de la vida misma en sí una realidad espectral”.
Los regímenes de subjetividad racial, su micro-física del poder articulada a las estructuras sociales racializadas, son componente clave de la raza como una relación social y del racismo como una arena de dominación, explotación y conflicto. El racismo como régimen de dominación fundamentado en la clasificación y estratificación racial se convirtió en uno de los hitos del sistema-mundo moderno/colonial, que informa e inscribe los procesos modernos de etnicización y nacionalización de las identidades, la cultura y la política 144. En este sentido, “raza” es uno de los principales “universales del Atlántico” 145en la medida que ofrece una visión general y sirve de referente común a un conjunto de discursos occidentalistas que pretenden dar sentido a la historia, las culturas, la estética, las identidades, la ética, la política y los fundamentos del conocimiento.
CULTURA, PODER E IDENTIDAD EN EL ENTRECRUCE DE RAZA, ETNICIDAD Y NACIÓN
Hasta ahora nos hemos enfocado en la centralidad de los discursos, clasificaciones y estratificaciones raciales en la Modernidad capitalista y su entrelace con desigualdades y dominación de clase, género y sexualidad, dibujando un cuadro de las cadenas de la colonialidad, de los eslabones de opresión que configuran la matriz de poder moderno/colonial. Pero lo racial nunca ha utilizado solo criterios fenotípicos o biológicos (genéticos, ambientales); siempre ha incluido atribuciones culturales y conductuales. En términos generales, nuestro argumento es que la lógica de naturalización y jerarquización de cuerpos, culturas y territorios que aquí conceptualizamos como racialización 146marca fundamentalmente los procesos históricos modernos de clasificación y estratificación de colectividades humanas y, por ende, guía los procesos de nacionalización y etnicización que surgen posteriormente. Laura Doyle (1994)conceptualiza este sustrato histórico de racialización como “la matriz racial de la cultura” 147.
De ese modo podemos ver que las identidades culturales/étnico-raciales que surgen en relación con la matriz de poder moderno/colonial, se pueden agrupar en tres categorías generales que sin negar su especificidad se refieren unas a otras: nacionalidad, etnicidad y raza. Las tres tienen un componente cultural en el sentido de atribuciones de comunidad a modos de ser y hacer, a la vez que tienden a la esencialización, jearquización y naturalización de sus sujetos. La categoría “raza” es definida fundamentalmente por la esencialización jerarquizada de cuerpos, culturas, conocimientos, memorias y geografías a partir de la ideología de Occidente y Europa como corazón de la blanquitud , como referentes universales de racionalidad, belleza, excelencia ética y buen gobierno. En este sentido la categoría raza fue la primera en surgir históricamente y el razonamiento raciológico constituye un sustrato a las formas de identificación cultural de la Modernidad capitalista. Las tecnologías de racialización, entre las que incluimos: esencialización, cosificación, corporalización, naturalización e infantilización, también orientan los procesos de etnicización.
Tocando ese tambor, Quijano afirma: “El racismo y el etnicismo fueron inicialmente producidos en América y reproducidos después en el resto del mundo colonizado, como fundamentos de la especificidad de las relaciones de poder entre Europa y las poblaciones del resto del mundo”.
Aquí cabe subrayar la centralidad de la clasificación y estratificación racial en la constelación de poder y en las definiciones de identidad en la Modernidad capitalista y la concatenación entre racialización y etnicización. Para explicar esto con mínima claridad, necesitamos explorar más la relación entre los conceptos de raza y etnicidad y las articulaciones de ambas categorías con las de nación y nacionalidad.
A. RAZA, ETNICIDAD Y CATEGORÍAS ÉTNICO-RACIALES
Comienzo por reafianzar que la racialización de la humanidad y el planeta –de sus sujetos, poblaciones, territorios y saberes– es un eje fundamental en los procesos de globalización capitalista en su longue dur é e , que informa tanto la configuración del mundo en continentes, regiones, civilizaciones y naciones, como en la definición y división de las identidades –étnicas, raciales, nacionales, religiosas, lingüísticas, de género, sexualidad, etcétera–.
En suma, reafirmo que este concepto de raza no se reduce al color y tiende a incluir criterios culturales como valorizaciones de conducta y criterios estéticos y civilizatorios en los que se postula una alegada superioridad de la civilización occidental sobre los llamados “orientales” y por encima de África, entendida esta como el continente oscuro en las tinieblas y sin historia. De aquí la expresada relación entre racialización y etnicización. Entonando esa clave que articula marcadores corporales y culturales hablamos de categorías étnico-raciales y argumentamos que existen relaciones de determinación recíproca entre raza, etnia y nación.
El concepto de etnicidad suele entenderse como una agrupación histórica de carácter cultural y tiende a distinguirse de lo racial argumentando que corresponde más fidedignamente con los procesos de formación de comunidad e identidad. Pero como argumenta Fredrick Barth (1998), las fronteras étnicas son construcciones históricas 148. Más aún, los procesos de etnización tienden a establecerse con base en lógicas de naturalización y jerarquización entre colectividades histórico-culturales análogas a los procesos de racialización. Históricamente, el concepto de etnicidad surge en el siglo XIX, a partir de luchas históricas y desarrollos epocales, lo que le da mucho menos antigüedad que el constructo raza que hemos trazado al largo siglo XVI 149.
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