[El] interior de las casas, generalmente sin pintar ni empapelar, ofrece un aspecto ahumado y renegrido por efecto de la acción constante del humo sobre el cielo, paredes y puertas. El exterior de las viviendas corresponde al interior 311 .
La ley de 30 de agosto de 1826, que creó la provincia de Chiloé, le dio a Castro el título de capital, y lo fue hasta 1834. Al llegar Darwin a fines de ese año a Castro, encontró a la ciudad “triste y desierta”, con las calles y la plaza cubiertas de pasto donde ramoneaban los ovinos. Le llamó la atención la iglesia, completamente construida de madera y que no carecía “ni de aspecto pintoresco ni de majestad”. Y dio algunas informaciones sobre la situación económica de sus habitantes, de quienes subrayó su cortesía:
El hecho de que uno de nuestros hombres no pudo lograr adquirir en Castro ni una libra de azúcar ni un cuchillo ordinario dará una débil idea de la pobreza de esa ciudad, aunque vivan aún en ella algunos centenares de personas. Ninguno de ellos posee ni reloj de bolsillo ni péndulo, y un anciano, que tiene fama de calcular bien el tiempo, da la hora con la campana de la iglesia en absoluto cuando a él le place 312 .
Una impresión algo mejor tuvo al concluir el siglo el capitán de fragata Roberto Maldonado, al comprobar la existencia del gran edificio del convento franciscano, de un hotel con regulares comodidades, “propias para los pocos viajeros que visitan la ciudad”, y de un comercio de cierta importancia, “muy poco inferior al de Ancud”. Anotó el marino el abundante trigo que se sacaba de los alrededores de Castro, así como papas, cebada y cebadilla. “El pueblo —anotó— es esencialmente agricultor y politiquero. Esta última es, puede decirse, la nota dominante de esa sociedad” 313 .
San Carlos de Ancud, de plano irregular y caprichoso, con “altibajos que aparecen en sucesión interminable”, solo en la parte baja tenía calles rectas. Situada próxima a la desembocadura del río Pudeto y al borde de la bahía, se convirtió después de la ocupación de la isla en 1826 en el primer centro de abastecimiento con el que se encontraban las naves que venían desde el Atlántico. Igual papel cumplió para los buques balleneros, lo que permitió algún desarrollo del comercio vinculado a la provisión de las naves. En 1834 se le dio la calidad de ciudad, con el nombre de Ancud, y de capital de la provincia. Ese mismo año se creó el obispado. Sus casas estaban construidas mayoritariamente de maderas, y fue víctima de grandes incendios en 1844 y 1859. Con el desarrollo de la navegación de vapor, el puerto alcanzó cierto movimiento, no obstante el embancamiento de la bahía. Y del comercio de la madera provino el impulso económico: desde los denominados “astilleros”, es decir, los campamentos donde trabajaban los hacheros, los tablones eran transportados a grandes depósitos en Balcacura, Nal y Punta Arenas, para su embarque en las naves de alto bordo que en gran número fondeaban en la bahía 314 . Entre 1850 y 1870, como consecuencia de ese desarrollo, la población subió a seis mil habitantes, para comenzar a disminuir al concluir el siglo 315 . Incluso en 1858 había un vicecónsul de los Estados Unidos en Ancud 316 . El establecimiento de Puerto Montt le aseguró una constante relación mediante lanchas, en especial en los años iniciales de la inmigración alemana a Llanquihue. Más adelante los buques que hacían el cabotaje desde Valparaíso hacia el sur fondeaban en Ancud antes de dirigirse a Puerto Montt. No puede sorprender, por consiguiente, que en ese puerto, al igual que en Valparaíso, fuera habitual la presencia de extranjeros, en especial de desertores. Por 1878 se veía en sus calles marineros chinos, japoneses e ingleses 317 . La ciudad tenía hacia 1870 el edificio de la municipalidad, la residencia del obispo, cuartel, cárcel, iglesia parroquial, un par de capillas, un liceo, un seminario y cinco escuelas públicas que funcionaban en casas particulares 318 . En 1879 un incendio destruyó el comercio y alrededor de 500 casas, la catedral y los edificios públicos.
LA COLONIA DE PUNTA ARENAS
Tras la toma de posesión en la punta Santa Ana de “los estrechos de Magallanes y su territorio en nombre de la República de Chile” el 21 de septiembre de 1843 por el capitán Juan Williams, el teniente Manuel González, el piloto norteamericano Jorge Mabon, el naturalista prusiano Bernardo Philippi y el sargento Eusebio Pizarro, a mediados de octubre se inició la construcción de un pequeño fortín, labor que concluyó a principios de noviembre. La elección del lugar, justificada tal vez desde el punto de vista militar, fue desafortunada para el asentamiento permanente de una colonia por la mala calidad del suelo, la violencia de los vientos que la azotaban, la falta de agua y la distancia del bosque maderable 319 . El fortín fue entregado al teniente González, quien fue nombrado gobernador provisorio, con 10 personas más, dos mujeres entre ellas. De esta modestísima envergadura fue, pues, el primer establecimiento chileno en el estrecho 320 . A principios de febrero de 1844 fondeó la goleta Voladora , con el sargento mayor Pedro Silva, nombrado gobernador en propiedad por Domingo Espiñeira, intendente de Chiloé, más un capellán, soldados, algunos con sus mujeres, un carpintero y un herrero. La nave conducía, además, alimentos, plantas, semillas y animales. El gobernador Silva, que se dedicó a ampliar el fortín con nuevas construcciones, fue sustituido a fines de junio por el sargento mayor Justo de la Rivera, designado por el gobierno, a quien acompañaron un médico, oficiales y voluntarios, así como pertrechos y animales. El incremento de los habitantes del fortín obligó a nuevas ampliaciones del recinto. Desde los primeros momentos de la ocupación los gobernadores recibieron las visitas de grupos de indígenas tehuelches o aónikenk, a los cuales era necesario halagar tanto para mantenerlos alejados de la influencia de las autoridades argentinas de Río Negro, como para obtener de ellos carne de guanaco y hacer frente así a las serias privaciones de alimentos que sufrían los colonos. En 1845 se hizo cargo del fuerte el ex gobernador Pedro Silva, quien, como su antecesor, consideraba muy improbable su subsistencia por la precariedad en que se desenvolvía. La llegada de un nuevo gobernador en 1847, el sargento mayor José Santos Mardones, significó un cambio radical en la viabilidad del establecimiento. Coincidiendo con sus antecesores en la imposibilidad de asegurar su permanencia en el lugar en que se encontraba, después de un numeroso intercambio de informes con las autoridades, y obviando las trabas burocráticas, dispuso, sin la autorización del gobierno, y por cierto sin su ayuda, el traslado de la colonia a una lugar más apto, previamente explorado, Sandy Point o Punta de Arena, Punta Arena y finalmente, Punta Arenas, a la vera del Río del Carbón, el cual se completó, con enormes esfuerzos, en diciembre de 1848 321 . Al concluir el año 1849 habitaban 139 personas en la colonia, que a fines de 1851 y con un nuevo gobernador, el capitán de fragata Benjamín Muñoz Gamero, superaban las 400 almas.
Al debilísimo apoyo dado por el gobierno a la colonia, que se tradujo en la carencia de elementos esenciales para la vida de sus pobladores, se agregó una determinación que tuvo lamentables consecuencias: su conversión, desde antes de 1847, en lugar de relegación para reos de delitos comunes, militares y políticos. El peligro que significaba esa política era evidente, y así lo subrayó Muñoz Gamero al gobierno:
No cumpliría con mi deber, Señor, si dejase de hacer presente a VS. lo sumamente perjudicial que es la remisión a este punto de hombres manchados con los crímenes más atroces, como son no solo varios de los que han venido ahora, sino muchos de los que de antemano existían. Los asesinos y ladrones no son a mi juicio la clase de personas que deben componer la población de un lugar en donde, más que en ningún otro, debería consultarse la moralidad de sus habitantes, y sin duda que la existencia de semejantes individuos en Magallanes no es el resorte más favorable que podía haberse tocado para atraer a los buques extranjeros a preferir el paso del Estrecho al Cabo de Hornos. […] Por las razones expuestas no se le ocultará a VS. cuán necesario es que en lo sucesivo no se envíen aquí hombres de esa clase, y que sería de la mayor conveniencia el retirar los que ya se han mandado 322 .
Читать дальше