Este criterio, que corresponde a la orientación de lo que se denomina funcionalismo moderado, ha encontrado progresivamente una creciente adhesión en la ciencia jurídico penal contemporánea. Con él se abre un amplio campo de encuentro y colaboración entre la dogmática y la política criminal, sobre cuyo significado y límites será necesario hacer precisiones más adelante.509
II. LA CRIMINOLOGÍA510
a) Origen y evolución de la criminología
La criminología, como se la concibe actualmente, aparece en la segunda mitad del siglo XIX,511 caracterizada como una disciplina causal-explicativa, que estudia la criminalidad como fenómeno individual y social, sus formas, sus tendencias, las causas que la generan y la eficacia relativa de los medios empleados para combatirla, así como a los delincuentes, sus particularidades, sus características comunes y las posibilidades de agruparlos, para su identificación y tratamiento, en “tipos de autor”. Pero, aunque muchas veces se ha pensado que el objeto y método de esta nueva ciencia se encontraba claramente delimitado,512 la discusión se ha prolongado hasta el presente513 sin que exista acuerdo sobre el tema.
Aunque aquí es imposible hacerse cargo del debate en detalle, conviene describir esquemáticamente sus rasgos principales. Para ello deben distinguirse los puntos de vista de la criminología de los factores y de la designación. La primera, como su nombre lo indica, considera que existen factores (causales) identificables que determinan la delincuencia, a los cuales es necesario descubrir y, si es posible, remover; la segunda, en cambio, cree que la criminalidad como tal es solo el resultado de un proceso de estigmatización selectiva de que son objeto ciertos grupos sociales por parte de los actores dominantes en la convivencia, y que la mantención de sus niveles depende del interés de estos últimos en conservarlos e, incluso, aumentarlos. Dentro de la criminología de los factores, a su vez, hay que subdistinguir las tendencias antropológicas, las de la socialización defectuosa y las de las deficiencias en la estructura social. La exposición siguiente se adecua a este cuadro, que no pretende por cierto ser agotador.
1. Criminología de los factores. Tendencias antropológicas
Los criterios antropológicos coinciden con el origen de la criminología y alcanzaron un auge considerable en la segunda mitad del siglo XIX. De acuerdo con ellos, la tendencia a cometer delitos obedece a ciertas peculiaridades individuales del criminal, a causa de las cuales este se encuentra potencialmente inclinado a ejecutar conductas socialmente desviadas. El origen y naturaleza de las “taras” es muy discutido por los partidarios de este punto de vista. Algunos les asignan un carácter biológico y las atribuyen a causas hereditarias, congénitas o traumáticas.514 Otros, en cambio, piensan que se trata de desviaciones psicológicas, sin estar tampoco de acuerdo sobre los factores que las provocan, entre los cuales, aparte de los mencionados, pueden encontrarse también defectos de formación, problemas de desarrollo social, patologías de distinta especie e influencias procedentes del mundo circundante.515 Muchos sostenedores de estas concepciones adoptan posiciones eclécticas, estimando que las tendencias criminales pueden obedecer tanto a fallas biológicas como psíquicas, así como que su aparición es susceptible de explicarse por distintos motivos.
El prestigio de que gozaron estas teorías antropológicas en su tiempo es explicable, porque se asocia con el entusiasmo del siglo XIX por los éxitos de las ciencias naturales y la creencia optimista de que todos los fenómenos podían explicarse causalmente. En la actualidad, en cambio, están en crisis y solo uno que otro autor aislado las resucita de vez en cuando, invocando hallazgos genéticos, neurológicos o psiquiátricos que nunca avalan las generalizaciones apresuradas de que se los pretende hacer objeto. Las investigaciones más fiables, por el contrario, parecen demostrar que la inmensa mayoría de los que cometen delitos no son tarados ni anormales, de manera que sus características biosíquicas se asemejan a las del hombre “no delincuente” común. Por otra parte, muchas de las inferencias causales dudosas efectuadas por los partidarios de estas orientaciones solo son aplicables a las formas de criminalidad tradicional y grosera, pero resultan inaprovechables respecto de la “delincuencia de cuello blanco”, cuyos autores son sujetos sofisticados pertenecientes a los estratos elevados de la sociedad, cuyas características biológicas y psíquicas comparten. Finalmente, también ha contribuido a su descrédito el abuso político que se ha hecho de sus conclusiones, las que han sido empleadas para justificar persecuciones raciales, étnicas, religiosas o ideológicas completamente arbitrarias. Todo ello las ha relegado a un segundo plano, por lo menos temporalmente.
En torno a la intencionalidad política de estas concepciones, se han elaborado interpretaciones sesgadas y parciales.
Lo más probable es que sus promotores originales se propusieran, de buena fe, dar sustentación a la reacción estatal contra la delincuencia en la información científica disponible. Empujados por esa idea y por las concepciones deterministas en boga, cedieron frecuentemente a la tentación de “objetivar” y “deshumanizar” a los delincuentes, considerándolos seres inferiores, degenerados e integrantes de una casta homogénea, diferenciables del resto de los hombres por sus característica físicas y psíquicas. Además, puesto que la mayor parte de los asilados en los establecimientos penitenciarios eran reos de delitos comunes –usualmente, ataques violentos contra la propiedad– procedentes de las clases más desposeídas, no es raro que identificaran sus arquetipos biológicos o psicológicos con los individuos pertenecientes a dichos estratos sociales. La cultura de la época, por su parte, estaba dispuesta a acoger esos puntos de vista, pues satisfacían la aspiración de la mayoría de los hombres de distinguir a los “buenos “de los “malos”, a los “honestos” de los “deshonestos” y a situarse, obviamente, entre los primeros, desembarazándose de toda vinculación con los segundos.
Este maniqueísmo latente se prestó para que posteriormente tendencias políticas autoritarias lo instrumentalizaran, asignando a la “clase” de los delincuentes a los que disentían de sus opiniones en una forma muy acentuada, o a quienes deseaban presentar como chivos expiatorios (“todos los comunistas son delincuentes”, “todos los italianos son mafiosos” o “todos los árabes son terroristas”). Incluso algunos de los auténticos científicos que defendían criterios antropológicos se dejaron arrastrar a tales posiciones (FERRI, EXNER), por motivos que en rigor ignoramos, entre los cuales pueden haberse encontrado verdaderas convicciones sobre la certeza de sus planteamientos criminológicos. Pero de estas situaciones no me parece justo extraer conclusiones generales, atribuyendo a todos los adherentes a las concepciones antropológicas una intencionalidad deliberada o inconsciente, o para presentarlos como portavoces complacientes de una estructura social determinada, pues así se cae en el mismo error en que se los acusa de incurrir. Por el contrario, aun siendo tributarios de la organización social en que les tocó vivir, muchos fueron críticos de ella y deben haber contemplado con dolor el abuso que se hacía de sus planteamientos para fortalecer desigualdades e injusticias que repudiaban.
Por eso, si bien el porvenir parece no pertenecerles, es posible que más adelante, profundizadas y depuradas, las teorías antropológicas tengan todavía contribuciones que hacer a la problemática criminológica.
2. Criminología de los factores. Tendencias de la socialización defectuosa
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