Richard Helene - La nueva guerra fría. Rusia desafía a Occidente

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La nueva guerra fría. Rusia desafía a Occidente: краткое содержание, описание и аннотация

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Aunque la caída del Muro de Berlín y la implosión soviética auguraban una etapa de paz y prosperidad, en la que los dos bloques terminarían convergiendo en torno a la democracia y al libre mercado, las cosas resultaron diferentes: casi tres décadas después, Rusia se levantó –una vez más– de sus cenizas, y hoy desafía a las potencias occidentales. Con artículos escritos por prestigioso analistas internacionales, La nueva Guerra Fría ofrece un panorama apasionante del conflicto geopolítico que hoy tiene en vilo a todo el planeta.

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La opinión pública soviética en su conjunto brindó su apoyo a las iniciativas del poder desde la primera declaración del gobierno que condenó la ocupación de Kuwait y decretó un embargo a las entregas de armas a Irak, en conformidad con la resolución del Consejo de Seguridad. Los radicales llamaron a un endurecimiento de la línea hacia el “deshonesto agresor” más allá de las resoluciones de la ONU. El Parlamento de la República Federativa de Rusia llegó a solicitar la abrogación del Tratado de Amistad y de Cooperación de 1972 con Irak (6). Por su parte, los medios ligados a la defensa explicaban que la instalación masiva de las fuerzas estadounidenses en el Golfo no debía ser subestimada. En cuanto a la prensa, se expresaba en general con virulencia para juzgar a Irak. No sólo los diarios de la oposición, como el Ogoniok o el Moskovskiye Novosti, sino también el Izvestia, órgano del gobierno, utilizaban los términos más duros contra Saddam Hussein, a quien calificaban de “dictador”, “nuevo Hitler”, “ladrón de Bagdad”, “criminal”, “pirata”, etc., y recordaban el asesinato de millones de comunistas y las masacres de los kurdos en el norte del país. Los diarios formulaban, de este modo, una pregunta: ¿es moralmente correcto establecer relaciones de amistad con dictadores?

Un “acto de perfidia” según Moscú

Los “nuevos criterios” que debían presidir las elecciones de los países amigos de la URSS tenían que “permitir la reconciliación de la conciencia con la eficacia”, escribía un cronista de Izvestia, y agregaba que “sería razonable rehacer el inventario de los países con los que establecimos relaciones privilegiadas”. El periodista deseaba que hubiera “menos ilusiones, menos esperanza injustificada y más pragmatismo sano” (7).

El Ministerio de Relaciones Exteriores intentó conservar un lenguaje mesurado y señalar, por momentos, algún elemento positivo de las declaraciones iraquíes. Pero, cuando el presidente Gorbachov se expresó sobre esta crisis regional, lo hizo siempre en un tono claramente condenatorio y duro, en términos que a veces se alejaban de la diplomacia habitual. En su primera reacción pública, el 17 de agosto de 1990, durante una conferencia ante oficiales en Odessa, describió la agresión iraquí como un “acto de perfidia”. Finalmente, fue él quien determinó el tono de las reacciones soviéticas.

Por primera vez en la historia de la URSS, el Comité de Relaciones Exteriores y de Defensa del Parlamento se reunió para discutir sobre la crisis y escuchar los informes presentados por las autoridades. Se produjo un verdadero debate y se hicieron escuchar diversos puntos de vista. Un hecho simbólico, pero sin embargo revelador, de una práctica democrática que empezaba a instaurarse.

Desde el principio, Moscú mostró su preferencia por una solución árabe, que excluía el recurso a la intervención militar, a menos que fuera decidida en el marco de la legalidad, bajo la égida de la ONU. En otros términos, sin la aprobación de la URSS, cualquier operación militar era ilegal. No obstante, para mostrar que Moscú no estaba totalmente en contra del principio de esa opción para resolver la crisis y restablecer la situación que prevalecía en el Golfo antes del 2 de agosto de 1990, un comunicado oficial, publicado al término de la primera semana de conflicto, precisaba: “También estamos dispuestos a establecer inmediatamente una serie de consultas en el marco del Comité de Estado Mayor del Consejo de Seguridad que, según los estatutos de la ONU, puede desempeñar funciones muy importantes” (8). En su discurso en la Asamblea General de la ONU, el 25 de septiembre de 1990, Shevardnadze confirmó, con términos severos, esta determinación de recurrir a la fuerza bajo la égida de las Naciones Unidas.

Sin embargo, los soviéticos tenían muchas razones para temer una acción militar. Se preocupaban, en particular, por los resultados inmediatos y a más largo plazo de una guerra en Medio Oriente, una región situada no lejos de su frontera (algunos miles de kilómetros) al mismo tiempo que una efervescencia esporádica agitaba a las repúblicas musulmanas.

Coordinar la acción política con Washington era aceptable. Pero apoyar una iniciativa militar de Estados Unidos, era demasiado, aunque estuviera fundamentada por el párrafo 51 de la Carta de la ONU o por cualquier otro argumento. Porque los soviéticos pensaban que, si aprobaban semejante iniciativa, su toma de posición podía provocar conflictos en los países del Tercer Mundo con los que seguían manteniendo buenas relaciones. Por otra parte, la preocupación por mantener estas relaciones no alcanzaba para reprobar la actitud de los estadounidenses, porque había que preservar a cualquier precio una amistad tan cuidadosamente construida entre ambos países. Finalmente, se preguntaban durante cuánto tiempo permanecería el ejército estadounidense en la región.

Muy rápidamente, el Izvestia estimó que Estados Unidos, tras una “victoria sobre el agresor”, se convertiría en la primera fuerza política en Medio Oriente (9). Debilitado por las restricciones que golpeaban al presupuesto y a la industria militar así como por el retiro de sus fuerzas de Europa del Este y por la caducidad de hecho del Pacto de Varsovia, el Estado Mayor soviético temía que las fuerzas estadounidenses se instalaran en Medio Oriente a gran escala, y por un período indeterminado, aunque Washington desmintiera esa intención. Por otra parte, Pentágono había evaluado el costo de la operación “Escudo del desierto” (10) en varios miles de millones de dólares, Moscú temía que estos gastos provocaran la reducción de las sumas destinadas a ayudar a la economía soviética. картинка 2

Traducción: María Julia Zaparart

1. N. de la R.: El 2 de agosto de 1990, Saddam Hussein lanzó un ataque relámpago contra Kuwait e invadió el Emirato. Al día siguiente, Edouard Shevardnadze y James Baker firmaron en conjunto un comunicado que condenaba la ofensiva iraquí y convocaba a la comunidad internacional a “tomar medidas prácticas” contra Bagdad.

2. N. de la R.: La Resolución 660 del Consejo de Seguridad de la ONU, que exigía el retiro inmediato e incondicional del ejército iraquí, fue adoptada por unanimidad algunas horas después de la invasión a Kuwait.

3. Declaraciones realizadas a la British Broadcasting Corporation (BBC), el 9-9-1990.

4. Declaraciones realizadas en la televisión soviética, 10-9-1990.

5. Véase Jean-Jacques Marie, “Vive le capitalisme, haro sur la révolution!”, Le Monde diplomatique, París, octubre de 1990.

6. Sovietskaya Rossiya, Moscú, 13-9-1990.

7. Izvestia, Moscú, 23-8-1990.

8. Pravda, Moscú, 10-8-1990.

9. Izvestia, 3-9-1990.

10. N. de la R.: La operación “Escudo del desierto” lanzada el 6 de agosto de 1990 por Estados Unidos sería continuada el 17 de enero de 1991 por la operación “Tormenta del desierto”.

Complots rusos en serie

Thibault Henneton

Un espía ruso le señala con ironía a un colega estadounidense: “Lo que ustedes llaman el ‘contexto’ se llama Guerra Fría, algo que según ustedes nunca terminó”. Registrado. Con una serie de fake news y asesinatos políticos, los servicios de inteligencia de Moscú lograron desestabilizar a la Presidencia de Estados Unidos. El titular de la Casa Blanca está al borde del impeachment. En su séptima temporada, que terminó en abril de 2018, la serie de televisión Homeland le da cuerpo a los editoriales febriles de The New York Times que se referían a una posible injerencia de Rusia en las elecciones de 2016 en Estados Unidos.

Tras la victoria del candidato republicano, los productores de la serie, cuya ambición es construir una fiel representación de la realidad que permita leer “mejor” la actualidad –visitan Washington con regularidad–, tuvieron que modificar el guion. La temporada sexta ya había empezado y habían apostado a que una mujer demócrata ocupara la Oficina Oval… ¡No importa!: la candidata victoriosa de la ficción también podía, como el presidente Donald Trump injuriado en la vida real, ser cuestionada desde el interior. De este modo, el complot del Estado profundo vino a sustituir a la amenaza islamista, la obsesión de las cinco primeras temporadas.

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