Richard Helene - La nueva guerra fría. Rusia desafía a Occidente

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La nueva guerra fría. Rusia desafía a Occidente: краткое содержание, описание и аннотация

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Aunque la caída del Muro de Berlín y la implosión soviética auguraban una etapa de paz y prosperidad, en la que los dos bloques terminarían convergiendo en torno a la democracia y al libre mercado, las cosas resultaron diferentes: casi tres décadas después, Rusia se levantó –una vez más– de sus cenizas, y hoy desafía a las potencias occidentales. Con artículos escritos por prestigioso analistas internacionales, La nueva Guerra Fría ofrece un panorama apasionante del conflicto geopolítico que hoy tiene en vilo a todo el planeta.

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Todo proyecto de reforma en el Este debía recibir el aval de alguna de estas organizaciones que distribuyen puestos y prebendas a quienes se muestran más receptivos a sus mandatos. Los apparátchiks del FMI, a diferencia de lo que ocurrió en Brasil en 1982, no tuvieron necesidad de exigir una enmienda de la Constitución como condición previa para la concesión de un préstamo (9). Todas las grandes decisiones políticas (instituciones, presupuestos, reformas, etc.) fueron tomadas con la ayuda de expertos extranjeros y moldeadas según sus consejos (10). Entonces, los políticos ambiciosos quedaron bajo el dominio de los “grandes electores” del extranjero.

En los países que antes eran comunistas, un catecismo reemplazó al otro, una nueva nomenklatura suplantó a la antigua. Lo que servía de “guía ideológica” ya no era el Partido Comunista sino la nebulosa liberal. La larga obediencia al Gran Hermano de Moscú engendró en varios ex responsables una docilidad de la que se aprovecharon quienes tenían el poder de conceder los flujos de dinero. Algo que se hacía en nombre del sentido de la historia, se justificaba por las exigencias del mercado. Los dogmas estaban simplemente invertidos: la propiedad privada, es el progreso. En cuanto todos estuvieron de acuerdo sobre la necesidad de algunas reformas (privatización, reforma del sistema de precios, librecambio, creación de una infraestructura liberal), surgieron las querellas sobre cuestiones de prioridad y amplitud.

Expertos de todo tipo gravitaban alrededor de esta galaxia de arrogantes liberales, aunque sus consejos ya habían producido resultados catastróficos en sus países de origen. Los partidarios de la economía de la oferta (supply-siders), que estaban ausentes desde principios de los años 80, reaparecieron con fuerza para brindar su punto de vista sobre la reforma económica. En marzo de 1992, Jack Kemp, estandarte de la revolución fiscal de Reagan de 1981, desafortunado candidato a la investidura republicana en 1988, y en aquella época secretario de Vivienda en el seno de la administración de George W. Bush, escribe una “carta abierta a Boris Yeltsin”: le implora que trabaje con rapidez (11).

Tanto se comportaran como guías o realizaran movimientos inútiles, estos expertos revoloteaban alrededor de los nuevos líderes y aspiraban a hacer la misma carrera que el más famoso de ellos, Jeffrey Sachs, por entonces profesor de Economía en Harvard y en Rusia. Evangelizaban sobre las bondades de la competencia e ignoraban extraordinariamente las consecuencias sociales de las reformas que preconizaban.

Buenos honorarios

A pesar del espíritu de adulación reinante, algunas voces se elevaron, sin embargo, contra el poder excesivo de los consejeros. El director del Banco Central de Rusia, Georgy Matioukhine, se rebeló contra el profesor Sachs y los expertos extranjeros que exigían el acceso a sus cuentas (12). El debate político no podía ignorar la ubicuidad de los grotescos consejeros. En Polonia, se hablaba de la “brigada Marriott” para designar a estos especialistas que se desplazaban de un hotel cinco estrellas a otro ofreciendo consejos tan fastidiosos como inútiles.

Los países de Europa Central y Oriental tenían por momentos la impresión de servir de última oportunidad para los dadores de consejos que ya no eran profetas en sus tierras: políticos venidos a menos, intelectuales de segunda. Incluso Lech Walęsa, niño mimado y principal beneficiario de la ayuda occidental, parecía decepcionado. Constataba que la ayuda parecía beneficiar principalmente a los propios consejeros (13). Porque además de los honorarios que recibían por sus servicios, la “ayuda técnica” también les permitía acumular contratos y consolidar posiciones comerciales.

La ideología justificaba así las nuevas relaciones de fuerzas: la doctrina del Estado mínimo debilitaba a los gobiernos y servía de pretexto para que los predadores extranjeros se apropiaran con facilidad de sectores enteros de economías anémicas. картинка 1

Traducción: María Julia Zaparart

1. Citado por Frank Gibney en Miracle by Design: The Real Reasons Behind Japan’s Economic Succes, Times Books, Nueva York, 1982.

2. Véase “Aux sources taries d’un capitalisme divisé”, Le Monde diplomatique, París, junio de 1991.

3. Eric Hoffer, The True Believer: Thoughts on the Nature of Mass Movements, Harper, Nueva York, 1951 (reeditado: 2009).

4. Le Monde, París, 29-6-1989.

5. Véase, por ejemplo, Graham Hancock, Lords of Poverty: the Freewheeling Lifestyles, Power, Prestige and Corruption of the Billion-dollar Aid Business, Macmillan, Londres, 1989.

6. Francis Fukuyama, La Fin de l’histoire et le dernier homme, Flammarion, París, 1992 (reeditado: 2018).

7. Le Monde, 24-4-1991.

8. Ibid.

9. Financial Times, Londres, 24-7-1991.

10. En Rusia, el programa económico para el año 1992 estaba explícitamente anclado a las exigencias del FMI.

11. Jack Kemp, “Houses to the people! An open letter to Boris Yeltsin”, Policy Review, Washington DC, invierno de 1992.

12. Financial Times, 16-1-1992.

13. The Christian Science Monitor, Boston, 2-3-1992.

El “nuevo orden internacional” duró sólo un día

Amnon Kapeliouk

Los sucesos del Golfo Pérsico fueron un excelente examen para la “nueva mentalidad política” que debía marcar la época de la perestroika. En efecto, por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, soviéticos y estadounidenses se alineaban en el mismo bando. A comienzos de la crisis, los ministros de Relaciones Exteriores de ambos países, Edouard Shevardnadze y James Baker, sólo necesitaron cuarenta y ocho horas para emitir en común una condena rotunda, y en los términos más vigorosos, contra Irak que acababa de ocupar Kuwait (1). Un poco más tarde, el 19 de agosto de 1990, el agregado militar soviético en Washington se presentó en el Pentágono para entregar, bajo las instrucciones de su Ministerio de Defensa, precisiones sobre los tipos de armamento y materiales militares enviados a Irak.

Si una de las piezas clave de la perestroika en materia de política exterior era la creación de sólidas relaciones de amistad entre las potencias mundiales, la crisis provocada por Irak terminó de consolidarla. A pesar de las divergencias entre Washington y Moscú en cuanto a la utilización de la fuerza para llamar a Irak al orden, la actitud soviética en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fue determinante (2).

La Crisis del Golfo estalló en el momento en que la Unión Soviética atravesaba la tormenta más intensa desde su creación en 1922, y los comentadores más serios, como Stanislav Kondrachov, cronista del diario Izvestia, constataban que la Unión Soviética ya no podía ser considerada como una gran potencia “debido a la aguda crisis que atraviesa” (3). Evgueni Primakov, miembro del Consejo Presidencial y uno de los expertos de Mijail Gorbachov en materia de política exterior [luego, en 1996, estuvo a la cabeza de la diplomacia rusa], reaccionó de inmediato a estas declaraciones: “Quienes ponen en duda el hecho de que la URSS es una potencia mundial tienen que saber que al mundo entero le conviene que se mantenga como tal, porque todos sus recursos están orientados a mantener la paz” (4). Pero la cuestión era en realidad más compleja, porque la Unión Soviética se había convertido en una superpotencia gracias a su ejército y sus recursos, pero también a sus esferas de influencia geográfica, política e ideológica. Los cambios que se produjeron y las dificultades internas que aparecían entonces en las tapas de los diarios desde hacía tres años terminaron por poner en duda ese estatus (5).

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