Ser pastor implica muchas cosas. Los requisitos pastorales a los que me he referido antes, expuestos por Pablo en su primera carta a Timoteo y en la única que nos consta que escribiera a Tito, son muchos y exigentes. Las esposas no se escapan de estos requisitos. Si no es fácil ser pastor, tampoco lo es ser esposa o cónyuge de pastor. Con frecuencia son ellas las que sufren los mayores ataques por parte de quienes tratan de atacar al ministerio. También ellas soportan una gran parte de la presión propia del ministerio, pues mientras el marido se dedica en cuerpo y alma a los fieles, ellas cargan en muchas ocasiones con la responsabilidad de los hijos y del hogar —sin olvidar la atención y el cuidado del marido, que también cuenta— en una situación de gran soledad y, en muchas ocasiones, de incomprensión.
Dice el pastor brasileño Jaime Kemp en su libro Pastores en Perigo , “Creo que una de las personas más sacrificadas y machacadas de la iglesia evangélica es la esposa del pastor”. 9Es una realidad constatada continuamente en las iglesias y en las familias pastorales.
Nuestro modelo pastoral hoy es, generalmente, el de un hombre, «el pastor», casado con su esposa, «la pastora», aunque no siempre se la reconozca así. Él pastor puede haber sido contratado , o no. Si disfruta de la bendición de recibir un sueldo, se espera de él que responda con eficiencia a ese sueldo que se le paga. Pero las más de las veces la iglesia no solo requiere que el pastor trabaje para la congregación que le paga, sino que lo haga también la esposa a título gratuito. Y de los hijos, ya hablaremos cuando llegue el momento.
8. En mi libro Pastores para el siglo XXI , (CLIE, 2018) dedico todo un capítulo a defender la posibilidad de que las mujeres ejerzan el ministerio, incluido el ministerio pastoral. No repetiré aquí los mismos argumentos, pues están disponibles en el citado libro. Daré, pues, por sentado tal posición teológica.
9. Jaime Kemp, Pastores en perigo , Hagnos, Saô Paulo, 2006, 170.
CAPÍTULO 3
Esposo, padre… hijo, hermano
Así pues, el pastor es una persona; hombre o mujer. Pero sus condicionamientos no quedan ahí, pues no es un ser humano aislado en medio del universo o de la comunidad cristiana: como nacido tiene o ha tenido padre y madre, es posible que hermanos o hermanas y, como dijimos en el capítulo anterior, por lo normal tiene esposa si es varón, o esposo si es mujer.
¿Qué quiere decir esta otra obviedad?
Algo muy sencillo, pero en lo que desgraciadamente no siempre reparamos en la práctica: que además de las funciones propias de su ministerio, el pastor tiene otras funciones naturales a las que también ha de atender; que no es un ser aislado en medio de la sociedad o, incluso, de la iglesia. Digo esto por un doble motivo: por un lado, porque en ocasiones el mismo pastor olvida esas responsabilidades en perjuicio de sus familiares más directos y, por tanto, de su propio ministerio. Por otro lado, es la propia iglesia —es decir, quienes la componen, personas igualmente, hombres y mujeres como él o como ella, que también tienen familia a la que atender— la que lo olvida, exigiendo de sus pastores una dedicación que supera lo correcto y olvida sus otras responsabilidades como miembro de una familia cristiana.
Los pastores tenemos familia, somos familia, porque además la familia forma parte del plan de Dios desde el comienzo de los tiempos. El texto de referencia más antiguo es: “Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne” (Gn 2:24). El hombre, cuando se une en matrimonio a su mujer, constituye con ella una nueva unidad, «una sola carne», que, en la manera de entender las cosas del mundo hebreo, no se refiere solo a lo físico, pues aquí, como en otros textos, cuando se habla de «carne» se está refiriendo a todo el ser humano. El hombre y la mujer, unidos en matrimonio, son uno, no dos: una mitad y otra mitad (Eva es el desdoblamiento de Adán, uno de sus costados, no solo una costilla, que es una traducción imperfecta: «hueso de mis huesos y carne de mi carne», diría Adán; es decir, parte de sí mismo). Ambos han debido abandonar a sus respectivos padres, para poder ser plenamente lo que ahora les toca ser: esposo y esposa y, en consecuencia, posibles padre y madre a su vez. Pero ese abandono de sus padres no es un abandono total y definitivo, pues como hijos, aunque ahora sean una entidad independiente, les toca la responsabilidad de atenderlos en su vejez. Se trata de constituir una entidad familiar a parte e independiente, pero no excluyente.
Dice la Escritura: “Si alguna viuda tiene hijos o nietos, aprendan estos primero a ser piadosos para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es lo bueno y agradable delante de Dios (…) Manda también esto, para que sean irreprochables, porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo”. (1 Ti 5:4,7-8).
Conocí en una capital europea a un pastor de cierta edad, mayor que yo, por cierto, que cuidaba con esmero a su padre anciano. No eran pocas las responsabilidades, ni las atenciones que debía prodigarle. Para mí fue un ejemplo de devoción. Todo un testimonio. Y todo el mundo sabe lo que significa cuidar a una persona anciana, dependiente en su totalidad del cuidado y del amor de sus familiares más próximos. Una responsabilidad así significa tiempo, energías, gastos, y una atención permanente hacia la persona anciana. Afortunadamente, en el caso mencionado aquí, la congregación era plenamente consciente de la situación de su pastor y no había problema ni reproche alguno, pero no siempre es así. Hay situaciones en las que las congregaciones se manifiestan muy exigentes y egoístas, llegando a la desconsideración hacia sus pastores. Así es en general la naturaleza humana, y las iglesias están compuestas por seres humanos, tan humanos como los pastores y sus familias. ¿Has vivido alguna vez ciertas reuniones de los consejos de iglesia, o asambleas generales, en los que prevalecen criterios que jamás deberían primar en el tratamiento de los «asuntos» del Reino? Las cosas no deberían de ser así, pero desgraciadamente, con cierta frecuencia lo son. A veces la mezquindad llega a niveles impensables. Todo depende del nivel de espiritualidad de las congregaciones o, mejor dicho, de los creyentes. Es evidente que donde prevalece la espiritualidad, donde gobierna el Espíritu y el amor de Dios es fruto natural y abundante, las situaciones negativas y desagradables se producirán en bastante menor medida que cuando imperan la carnalidad y los intereses personales. El apóstol Pablo resalta en su carta a los filipenses el interés de Timoteo por los hermanos, pero lo hace en contraste con lo que parecía ser bastante normal, “pues todos —escribe— buscan sus propios intereses y no los de Cristo Jesús. (Flp 2:21).
Además de los padres, los pastores pueden tener hermanos, otro foco de atención y de dedicación en la medida que corresponda, aunque normalmente menos comprometida. Simplemente lo menciono aquí en el sentido de que también esa relación puede existir y demandar cierto nivel de dedicación. En ocasiones, son inconversos, pero no por eso dejan de ser hermanos por los que hemos de preocuparnos, especialmente para que conozcan al Señor a través de nuestro testimonio.
Pero el punto de conflicto más importante para los pastores en cuanto a sus relaciones familiares y la iglesia suele darse mayormente en lo que tiene que ver con su esposa y con los hijos.
Читать дальше