No está tan lejana la persecución sufrida en los países comunistas, ni tampoco la sufrida en España durante y después de la guerra civil. En la actualidad esa persecución se vive en determinados países islámicos y en otros donde la libertad de pensamiento, y por ende la religiosa, no existen. Con todo, el objetivo de este libro es subrayar la entrega y el precio que los llamados al ministerio pastoral y sus familias han de pagar por cumplir el propósito de sus vidas, que no es otro que servir a su Señor, a la vez que sirven a sus prójimos, sean estos miembros de sus iglesias o no. Jesús declaró a sus discípulos cuál era el propósito de su vida: “Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos”. (Mr 10:45). Y así es también con quienes hemos escogido dedicarnos al ministerio cristiano. En el caso de Jesús, debido a su naturaleza divina perfectamente entroncada con la humana, su sacrificio servía para rescatar a la raza humana de su condición pecadora y deshacer la ruptura entre el ser humano y Dios. Nosotros somos llamados a dar la vida, quizá no en forma cruenta, pero sí en entrega total y sacrificada a favor de las almas —entiéndase personas en el sentido integral. De ahí la palabra mártir, porque tal dedicación requiere pagar un alto precio, tema que iremos desgranando a lo largo del libro. Recordemos, no obstante, el testimonio personal del mismo apóstol Pablo, quien escribía a los corintios en su segunda carta, acerca de su ministerio apostólico-pastoral:
En trabajos , más abundante; en azotes , sin número; en cárceles , más; en peligros de muerte, muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado ; tres veces he padecido naufragio ; una noche y un día he sido náufrago en alta mar; en caminos, muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga , en muchos desvelos , en hambre y sed , en muchos ayunos , en frío y desnudez . Y además de otras cosas, lo que sobre mí se añade cada día: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma y yo no enfermo ? ¿A quién se le hace tropezar y yo no me indigno ? (2 Co 11.23–29).
He enfatizado las palabras que ponen de manifiesto las dificultades que el propio Pablo tuvo que enfrentar para llevar adelante su ministerio siendo apóstol y pastor. Bien se diría por las veces que repite la palabra peligros, que el ministerio pastoral es un oficio peligroso. Creo, pues, que el calificativo del título está plenamente justificado, siendo verdad que busco con él un cierto efecto en el lector. Pero sigamos adelante.
En la antigüedad clásica, el oficio de pastor gozaba de cierto aura de prestigio o añoranza «romántica» 1, dando lugar a un tipo de literatura, sobre todo lírica, llamada pastoril o bucólica, Una muestra de esa literatura es el gran poeta latino Virgilio y sus Églogas . La cuarta es para algunos cristianos, especialmente en el campo católico romano, una profecía del Mesías:
Tú, al ahora naciente niño, por quien la vieja raza de hierro
termina y surge en todo el mundo la nueva dorada,
se propicia ¡oh casta Lucina!: pues ya reina tu Apolos.
Por ti, cónsul, comenzará esta edad gloriosa,
¡oh Polión!, e iniciarán su marcha los meses magníficos,
tú conduciendo. Si aún quedaran vestigios de nuestro crimen,
nulos a perpetuidad los harán por miedo las naciones.
Recibirá el niño de los dioses la vida, y con los dioses verá
mezclados a los héroes, y él mismo será visto entre ellos;
con las patrias virtudes regirá a todo el orbe en paz.
Por ti, ¡oh niño!, la tierra inculta dará sus primicias,
la trepadora hiedra cundirá junto al nardo salvaje,
y las egipcias habas se juntarán al alegre acanto.
Henchidas de leche las ubres volverán al redil por sí solas
las cabras, y a los grandes leones no temerán los rebaños.
Tu misma cuna brotará para ti acariciantes flores.
Y morirá la serpiente, y la falaz venenosa hierba
morirá; por doquier nacerá al amomo asirio. 2
Pero, por mucho que algunos de los padres de la iglesia, en tiempos de valoración de lo que los clásicos nos habían legado, y tratando de cristianizarlos en alguna manera, quisieran ver en Virgilio un “profeta”, él era tan solo un poeta pagano. Sus mejores exégetas entienden que hablaba de un futuro emperador romano.
Las Escrituras hebreas también tienen su muestra de esta literatura pastoril, con un ejemplar inigualado e inigualable, como es el Salmo 23, cuyo autor es David, pastor él mismo antes que rey y profeta:
Jehová es mi pastor, nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar;
junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma.
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Aderezas mesa delante de mí
en presencia de mis angustiadores;
unges mi cabeza con aceite;
mi copa está rebosando.
Ciertamente, el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
y en la casa de Jehová moraré por largos días. 3
La belleza de este salmo no tiene parangón en la literatura universal. ¡Cuántas veces ha servido de consuelo a millones de creyentes en momentos, tanto de tribulación o angustia, como de sosiego! El príncipe de los predicadores, Spurgeon, lo comenta en su Tesoro de David , editado por CLIE, que hoy tenemos el privilegio de poder leer los hablantes del idioma de Cervantes gracias al trabajo de toda una vida de dedicación de mi buen amigo Eliseo Vila, que lo ha traducido y lo ha enriquecido con comentarios propios.
Ante el rey Saúl, David cuenta su experiencia pastoril: “Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre. Cuando venía un león o un oso, y se llevaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, lo hería y se lo arrancaba de la boca; y si se revolvía contra mí, le echaba mano a la quijada, lo hería y lo mataba. Ya fuera león o fuera oso, tu siervo lo mataba…” (1 Sm 17:34-36). Su relato desvela los peligros de su profesión, pero también un detalle importante: su soledad ante sus responsabilidades de cuidar el rebaño y el peligro. Los pastores trabajan solos en el monte. David tenía que valerse por sí mismo, aunque dada su trayectoria posterior y la valentía con que se enfrentó al gigante Goliat, podemos asegurar que había aprendido a confiar en su Dios, pues él mismo declara: “Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de manos de este filisteo”. (1 Sm 17:37). En pleno enfrentamiento, siendo objeto del más absoluto menosprecio por parte del gigante, David le contesta: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina; pero yo voy contra ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mis manos, yo te venceré y te cortaré la cabeza”. (1 Sm 17:45-46).
En una entrevista publicada por el periódico El Mundo 4a uno de los todavía restantes pastores de Galicia, los periodistas Marcos Sueiro y Román Nóvoa, recogen el testimonio de Francisco Quintas:
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