Carmen González Táboas - El amor, Aún. Una lectura del Seminario 20 de Lacan y sus fuentes antiguas

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El lector atento irá muy bien acompañado por Carmen en este entender sin comprender demasiado rápido que Lacan ponía como condición de la formación del psicoanalista.Y así encontrará en estas páginas una sabia lectura -una lectura persistente, insistente, consistente, paso a paso- de un Seminario de Lacan al que conviene acercarse, aun si es la primera vez, sabiendo que no se entiende cómo entiende, y sin querer comprender demasiado rápido aquello que, sin embargo, ya entiende.Y Carmen -lo sabíamos por otros de sus libros, pero también por el estilo de transmisión de sus charlas- sabe deletrear el texto de Lacan de un modo en el que nos reconocemos de inmediato en una verdadera comunidad de transferencia de trabajo. Lo que no es decir poco.Saludemos entonces este libro, inagotable en efecto, al que Carmen nos invita.Miquel Bassols

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Peor es lo que, en función del falo, se declinará en los lados macho y hembra de las fórmulas de la sexuación, mientras que No hay relación sexual es el sitio donde se inscribirá el sinthome, de modo que el título del Seminario 19 plantea una tríada de posiciones: una singular –el sinthome– y dos particulares –macho y hembra (4).

En Aún Lacan lo dice de este modo: “me sostiene este discurso, y para recomenzarlo este año, primero voy a suponerlos en cama, una cama de pleno empleo, una cama para dos” (10). Si se excluye el decir del psicoanálisis (que no hay relación sexual) será peor; bastaría para saberlo trasladarse a una cama de pleno empleo, el lugar donde los goces mandan y donde el amor, aunque sea recíproco, es impotente para hacer posible la relación de ellos (d’eux), la relación de los dos (deux) sexos. ¡Ellos se encontrarán, sí, pero en la no relación! sino en la cama de pleno empleo, hoy para dos, para tres, para los que se quiera.

En el fondo el jurista no habla de otra cosa, sino del goce, pero en el derecho lo que se hace en esa cama (abrazarse, gozarse sexualmente) queda velado. El usufructo –término jurídico– remite al goce que intenta ser regulado por las ficciones jurídicas; estas conciernen a los medios de goce tal como se encuentran en la vida social; el derecho establece las condiciones legales de las prácticas sexuales y persigue las ilegales lo cual no les impide existir. Lacan define: el goce es “lo que no sirve para nada” (11). Resuena la diferencia agustiniana entre uti y frui (lo útil y lo disfrutable), pero para San Agustín que el goce no fuese inútil quedaba a cargo de Dios. “El objeto de mi anhelo sólo puede ser algo que yo pueda poseer y disfrutar”, lo cual sólo en Dios es posible porque el temor a la pérdida y a la muerte “abruma los años que nos desgastan hacia la nada” (5). Se trata de aspirar y de suspirar por el uso y el disfrute eternos, para no saber de lalengua donde “eso se opeora, suspira o se suspeora”; modos de arreglárselas con la no relación sexual, que nada tiene que ver con yo o con tú (10).

Todo funcionó siempre para el derecho y sus códigos como si el asunto se redujera a lo útil, al usufructo, al goce de los bienes sin despilfarrarlos. Pero Lacan dice “yo parto del límite, para ser serio, para ser serio y establecer la serie de lo que se acerca al límite” (6), pues el hombre del que trata el derecho no es el ser hablante. Aquí el goce es una instancia negativa, es lo que no sirve para nada, nada que no sea el imperativo del superyó: ¡goza! Punto de viraje. “Los dejo, pues, en esa cama” dice Lacan, y anuncia que escribiría algo en la puerta para que su audiencia lo vea al salir: “El goce del Otro, del cuerpo del Otro (con mayúscula) que lo simboliza, no es signo de amor”. Lo que del goce se sustrae al saber es simbolizado por el cuerpo: resuena, goza, padece en la agitación de los cuerpos. Que el goce del cuerpo del Otro (mi cuerpo, el otro cuerpo, el otro sexo) sea causa de efectos y de afectos no implica que sea signo de amor (12). Lacan lo escribe y les dice, tal vez puedan “recapturar los sueños que hayan hilado en esa cama”, la cama de pleno empleo donde los cuerpos simbolizan los goces (indecibles). Los sueños –soñemos dormidos o despiertos– simbolizan los goces de los que gozamos, no sin un cuerpo sexuado.

Tomemos ciertos trazos para bordear apenas la primera clase de Aún, que más parece un anticipo abigarrado de las cuestiones que se desplegarán a lo largo del Seminario. ¿Quién ha pasado sin angustia, en Aún, por el laberinto de Otros con mayúscula que parecen multiplicarse? El Otro, presentado en la época de La instancia de la letra como lugar de la palabra, había sido “una manera, no diré de laicizar, pero sí de exorcizar al buen Dios” (85). Y otro texto luminoso de Aún: “Al Otro hay que volver a machacarlo, reacuñarlo para que cobre su sentido pleno, su completa resonancia” (52); es el término que se sustenta en que hablo y no puedo hablar sino desde donde estoy, identificado a un significante, hombre o mujer, significantes que toman su función de un decir tal que determina las diferentes encarnaciones del sexo.

EL GOCE DEL CUERPO DEL OTRO

“El goce del cuerpo del Otro sigue siendo pregunta”, porque, ¿de dónde parte el goce del cuerpo del Otro? Pues no del amor. El goce sexual parte del a-muro, sí, sí, de las trazas (caracteres sexuales secundarios) porque no se goza (no se ama, no se sufre, no se rechaza ni se odia) sino en el cuerpo que se tiene (ahí viene, encore, en corps, cuestión de homofonía). Por hospedar al germen “hay huellas en el a-muro” (13) pero no son más que huellas, porque si el ser del cuerpo es sexuado, esto es secundario: “de estas huellas no depende el goce del cuerpo en tanto simboliza al Otro (7)”. El goce que junta a los cuerpos sexuados parte del significante mismo, el significante es la causa del goce. A diferencia de la Ética, precisa Jacques-Alain Miller, en Aún el goce estará siempre referido a la relación sexual, pero para decir que “el goce no conviene a la relación sexual”, pues el goce fálico (el que nos hace seres hablantes) es goce del Uno. Cada uno no puede decirse sino en una lengua, que deviene lalengua, resonancia del Uno. Luego, el goce fálico conviene a ambos sexos, aunque de ahí puedan desprenderse y diferenciarse el goce macho y el goce femenino. Hay, pues, el goce fálico cuya satisfacción tiene como soporte al lenguaje, y eso antes de que el sujeto se sexúe según las vicisitudes de sus goces. El goce en tanto sexual es fálico. Habla. Su gozar no viene del Otro de la palabra y el lenguaje en tanto tal (17).

¿Cómo se sale de la mónada del autoerotismo? ¿Únicamente por la función del amor? No; también por el síntoma, que en su forma desarrollada, dice Miller (8), es nuestro recurso para saber qué hacer con el Otro sexo, a falta de relación. El trabajo milleriano a partir del sintagma partenaire-síntoma conlleva la novedad de hacer del síntoma –que entonces pierde su sentido patológico habitual– un modo efectivo de lazo social, “y descarga al amor de constituir la única forma del lazo” (9). Pero a su vez el amor es una forma particular de lazo, una versión del síntoma “que se dirige al semblante de ser; nada no es ese ser supuesto a ese objeto que es el a” (112). Lacan se explica:

“Puedo contarles un cuento, el de una cotorra que estaba enamorada de Picasso” (13) pues se la veía picoteando su ropa; para ella, como para Descartes, los hombres eran trajes que se paseaban. Se identificaba con Picasso vestido puesto que la cotorra no habla y no desea; y lo que en el deseo es causa es ese resto, el objeto a, sostén de su insatisfacción y de su imposibilidad, porque el amor, aunque sea recíproco, no es más que deseo de ser Uno; el amor en su esencia es narcisista (14). El amor –deseo de ser Uno, impotente ante la imposible relación sexual, inseparable de la necedad, alimentado por la dit mensión imaginativa– se vuelve, por el amor de transferencia, medio por el cual el discurso analítico podrá operar y permitir otro uso de los semblantes. La apertura al Otro de la palabra, y la satisfacción que ahí se obtiene (goce del bla bla bla) surgirá del lado de la lógica femenina (10).

Que todo gire en torno al goce fálico, de ello da fe la experiencia analítica, y precisamente porque la mujer se define con una posición que señalé como el no todo en lo que respecta al goce fálico. Llegaría más lejos todavía: el goce fálico es el obstáculo por el cual el hombre no llega, diría yo, a gozar del cuerpo de la mujer, precisamente porque de lo que goza es del goce del órgano (11) (15).

Todo amor encuentra su soporte en el encuentro de dos saberes inconscientes. Todo amor no es sino la contingencia del encuentro, en la pareja, de los síntomas y los afectos que marcan para cada uno, “no como sujeto sino como parlêtre”, la huella de su exilio de la relación sexual (175). El Otro no puede ser sino, pues, para cada Uno, el Otro sexo. Basta enunciar, por ejemplo: el hombre es, para que todos sean rodeos e impasses puesto que ahí se efectúa la “sección del predicado” que separa al ser-hombre del ser-sexuado. De lo que hablará François Recanati (12) en la clase siguiente.

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