Maraní González del Solar
Una mujer posible
A la Negra y a Federico, siempre
Qué placer; estoy en camisón
con un sweater de lana sobre los hombros
en esta mañana clara
y no tengo que salir a los piques
a pagar cuentas
o dar clases
o trabajar en algo.
Qué placer, hasta cualquier hora
frente a la taza de té y las tostadas
canturreando
con la cabeza en cualquier parte
o detrás de alguna noticia interesante
o simplemente en nada.
Qué placer el leve escalofrío
en esta mañana clara
cuando sospecho
que alguien también carga la tostada con miel
y deja enfriar la taza humeante
en este preciso momento
en este edificio, en esta manzana
en esta ciudad que se despierta.
Y seguramente más lejos
en la ciudad de Posadas, o más lejos aún
en un pueblo de pescadores del noroeste brasileño
ella o él, que se levantaron dos horas antes según el reloj
y no se echaron abrigo al hombro
porque allí hace calor,
pelan la fruta, calientan leche y pescado
y se distienden en esta mañana
que les anuncia buen tiempo.
Y mientras que seguramente
la gente del hemisferio norte
está por acostarse
o perdida en la mitad de un sueño inconfesable
nosotros aquí, desde el sur,
en esta mañana
con el bocado en la mano
dispuestos a morder el día.
A la mañana las cosas vuelven
Para que se vayan acomodando las palabras
cuando a la mañana las cosas vuelven a su lugar
en el placard se mezclaron los tantos
pero la lluvia cae en el baño y afuera hay sol
y en la pantalla las noticias cuelgan.
El reloj digital marca con lucecitas
ahora, la vida servida en bandeja.
Es temprano, tempranísimo
el 95 está casi vacío.
Una señora viaja con la pierna vendada
en un asiento individual.
Madres, padres y chicos de colegio
en las butacas dobles, fundan
las bases del distrito escolar.
Más atrás
un hombre se recuesta sobre la ventanilla
y un chiquilín se exilia en la pantalla.
Es temprano, tempranísimo.
El papá joven de la primera fila
mantiene con su hombro al bello zombi.
La mamá japonesa enlaza con su brazo
a su japonesita totalmente dormida.
Los mellizos (supongo)
voltean sus cuerpos al centro del asiento
con los ojos cerrados
para cuidar los últimos minutos, antes de la tarea.
Chofer, ¡baje la radio!
no detenga la marcha,
que todo se repliegue a nuestro andar
que la señora vendada no vaya al hospital
que el hombre de la ventanilla pierda el trabajo
que el chiquilín del celular llegue tarde
que se borren los patios de los colegios
que no suenen los timbres ni batan las campanas.
¡Chofer!
Haga del colectivo una gran mecedora
por favor, deje que en esta cápsula
el sueño de los chicos me sostenga.
Tan necesaria para los sembrados
Volvió a llover y
yo en la ciudad y sin paraguas
que la mañana manda y el trabajo llama.
Lavé la ropa y no hay chance de que seque
detrás del vidrio el agua me saluda
tan necesaria para los sembrados
y para la mugre acumulada de un patio que no se baldea.
¡Qué hace por mi barrio!
¡Por qué llega sin invitación y golpea la ventana!
Así llaman la muerte y la desgracia
pero no estas gotitas transparentes
que brillan como perlas para los poetas
y me rompen el corazón.
Cuando salgo inevitable a la calle
el chaparrón me tira una balacera.
Chorrea la ciudad pero me tocó a mí,
por qué me persigue esta lluvia,
me moja la oreja, me pisa los talones
y me empapa la espalda.
Estoy aquí hecha un desquicio
con la vergüenza de la ropa mojada y nadie se da cuenta
tanta soledad pasada por agua
la protección de los balcones se agotó en la esquina
y atravesar la avenida es una locura.
Brilla el refugio de una confitería
me instalo detrás de la vidriera
desde la mesa miro al cielo
que vierte litros y toneladas
cuando el mozo me trae un café doble.
Una mujer pierde el zapato y un paraguas sale volando.
El temporal no da tregua
lo mismo el saco del señor que el harapo del viejo.
Me siento una inquilina de la confitería, de acá no me muevo
desde la silla de madera todo pasa del otro lado
y hostiga a los demás.
Abramos las puertas de este bar
y entren al arca de Noé
¡sálvense del diluvio!, aunque no es para tanto, pienso.
Con esta tormenta hice una zancadilla a la rutina
para tomarme un tiempo y un café.
Después de todo, la gente afuera va a seguir marchando,
nadie muere en la víspera
y siempre que llovió, paró.
Ahora guardo la plata en la cartera,
el sabor del café en la garganta
y un poco de humedad en la ropa
para que mi vida no se marchite.
Murieron todos juntos y de inmediato
no hubo testigos.
Los restos y vestigios se alzaron de las manos de las pericias
que reconstruyeron los hechos guardando distancia.
Lograron determinar la hora y la velocidad de los vehículos.
También el nombre de los viajeros.
Dieron con cierto retraso la horrible noticia a los parientes.
En los diarios del otro día informaron lo sucedido.
La narración no coincidió con lo que se transmitió boca a boca.
Nadie sin embargo sabe ni sabrá lo que pasó.
Nadie estuvo realmente allí. Nadie fue esas víctimas.
Ninguno vio la última imagen,
el último recuerdo y el primer miedo.
Ahora ellos están fuera de la carretera y del dolor.
Pasaste a los piques
echando putas
a toda carrera
contra no sé qué viento.
Huyendo,
de raje, rajaste el asfalto
y sacaste chispas
que alumbran como centellas.
¡Ahí vas!
Que te persiga un ejército de policías
y una caravana de buenos vecinos
qué importa
quién te alcanza
quién se atreve a tu moto
mal habida
motochorro
mala vida
con un botín cualunque
como trofeo. Y qué interesa
quién te puede
sobre la vereda
al ras del kiosco
con un salto a la otra esquina
das la vuelta
contramano; todo a mano
y el mundo a tus pies.
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