Apuntes de una época feroz. Reportajes y entrevistas en dictadura
Mónica González
© Editorial Hueders
© Mónica González
Primera edición: octubre de 2015
Primera reimpresión: octubre de 2016
Segunda reimpresión: septiembre de 2019
ISBN edición impresa 978-956-365-144-7
ISBN edición digital 978-956-365-203-1
Registro de Propiedad Intelectual N° 258.245
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SANTIAGO DE CHILE
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PRÓLOGO
Juan Cristóbal Peña
Cuando la conocí, hacia el invierno de 2007, Mónica González ya era quien es: una de las periodistas ineludibles en la historia de Chile, no sólo por su trabajo en dictadura. A diferencia de muchos profesionales de su generación que destacaron durante los años 80 en medios de la oposición, ella siguió haciendo periodismo en democracia. No comenzó a trabajar en el gobierno o para empresas. Tampoco jubiló de manera anticipada, que fue lo que ocurrió con varios periodistas que no encontraron espacio en el nuevo orden. Mónica González persistió, no siempre en las mejores condiciones. Sabía que con el retorno de la democracia venía lo más difícil para el periodismo chileno, más que lo que quedaba atrás. En el nuevo escenario, los límites entre política y negocios se volvían difusos. Y sabía también que, tal como había ocurrido en dictadura, ella no sería una figura cómoda ni funcional para quienes administraban una democracia reconstruida en la medida de lo posible.
Yo terminaba un libro sobre el atentado de 1986 a Augusto Pinochet protagonizado por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, y a última hora di con una entrevista al líder de ese comando subversivo que ella había hecho para el diario El País, de España, y que luego fue publicada completa en revista Análisis. La última entrevista a Raúl Pellegrin Friedmann, realizada en 1988, unos meses antes de que fuera asesinado junto a su pareja tras una incursión guerrillera en el sur del país. Entonces me animé a llamarla para pedirle esa entrevista. Ahora pienso que era una excusa para conocerla, porque el ejemplar de esa revista estaba en la Biblioteca Nacional.
Me recibió en el altillo de su casa en Bellavista, con vista al cerro San Cristóbal, rodeada de archivos y libros ordenados en estanterías y cajones. A un costado había un escritorio cubierto de papeles apilados y dispersos. Unos meses atrás, el diario Siete, del que fue directora, se había visto forzado a cerrar por falta de financiamiento. Los gobiernos de centroizquierda privilegiaron el avisaje público en medios opositores, pero funcionales a sus intereses. Aunque el cierre del diario fue un proceso ingrato para ella, ya estaba embarcada en un nuevo proyecto llamado Centro de Investigación Periodística, Ciper, el medio más innovador y relevante de los siguientes años.
Mónica, que estaba convaleciente por un accidente en auto, con dificultad para desplazarse, trabajaba desde su casa en una investigación para Ciper, que aún no tenía dirección electrónica ni oficina.
No me conocía, pero así y todo, sin más, me recibió y confió uno de los tomos empastados de su colección de Análisis. Fue una presentación rápida, pero amable. Me examinó con un vistazo rápido y dijo algo que no me esperaba:
–Bah, eres tímido –sonrió–. Por teléfono sonabas más pretencioso.
No fueron más que unos pocos minutos. Me contó de su accidente en auto y me despidió, porque –dijo– tenía un montón de trabajo por delante.
La volví a contactar en la primavera de ese mismo año. Mi libro ya había sido publicado y quería obsequiarle una copia. Además, tenía una mejor excusa que la primera vez: debía entregarle el tomo empastado de Análisis.
Esta vez me citó en una pequeña oficina de la Corte Suprema. En ese entonces, Ciper estaba recién arrancando y ella terminaba una asesoría para los ministros de la máxima corte de Justicia. El mismo poder que tres décadas antes la había enviado a prisión por sus publicaciones, el mismo que ella había denunciado múltiples ocasiones por negligencia y complicidad en los crímenes de la dictadura, ahora la buscaba para dar forma a un inédito proceso de transparencia y publicidad de sus actos.
Fue un encuentro breve, todavía más que el anterior. Recibió el tomo de revistas y el ejemplar de mi libro, que agradeció con una sonrisa. Luego me preguntó si quería trabajar con ella en un nuevo centro de investigación. También me habló de las condiciones y yo, únicamente para guardar las formas, le dije que la propuesta me seducía mucho, pero que pronto le daría una respuesta. Al día siguiente renunciaba a mi trabajo en el diario La Tercera para trabajar con ella.
Cuento lo anterior porque es parte del origen de este libro. El tiempo en que trabajé en Ciper pude conocer el trasfondo de algunas de las historias que se reúnen en esta antología, trasfondo que a veces da para un capítulo aparte y es tanto o más dramático que la misma historia que lo origina. En ese tiempo también pude escribir crónicas o reportajes sobre la violencia política en dictadura y en la transición, con la perspectiva que otorga el tiempo y en condiciones de libertad editorial que difícilmente habría encontrado en otro lado.
En un comienzo ella no estaba interesada en que alguien, quien fuera, publicara una antología de su trabajo. No le daba demasiado mérito. De hecho, cuando se lo propuse, estando ya fuera de Ciper, me comentó lo siguiente:
–No sé a quién podría interesarle algo así.
Dijo que lo pensaría. Y tiempo después, cuando comenzamos a trabajar en el proyecto, comprendí que, además de incomodarla, la idea de volver sobre esos años le dolía. Estaba orgullosa de lo que había hecho, lo está aún, por cierto, pero tras varias charlas en torno al trasfondo de las historias de las piezas reunidas comprendí, sin que me lo dijera directamente, que había una herida que no terminaba de sanar. En su caso, reportear la dictadura fue sumergirse en un campo de batalla inundado por la corrupción y la muerte; fue vivir el dolor de las víctimas, comprometerse y padecer con ellas, para luego recuperar el aliento y contárselo al mundo. Ese proceso, además, estuvo acompañado de un alto costo personal.
Ahora que el libro está concluido, y que hemos gastado horas hablando de su trabajo en dictadura, y de lo que ocurrió antes y después de esa etapa, pienso en las víctimas. En las víctimas y en el sentido de esta profesión. En que la mejor forma de sobrellevar el pasado y de tributar a las víctimas es seguir ejerciendo un periodismo sin concesiones.
Numerosos periodistas se jugaron la vida y sacrificaron un cómodo y seguro estándar de vida por denunciar a una dictadura a la que pocas cosas amenazaban tanto como la prensa de oposición. En el caso de Mónica González, muchas de sus publicaciones tuvieron un impacto político al interior de la misma dictadura, impacto que además trascendió al mundo. Sus artículos marcaron agenda y derivaron en censura de prensa, procesos judiciales, amenazas, golpizas o encarcelamientos.
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