Mónica González - Apuntes de una época feroz

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Después de su exilio y tras once años sin ejercer el periodismo, Mónica González volvió a sentarse ante una máquina de escribir para publicar el reportaje «La mansión de Lo Curro». Su regreso fue una declaración de principios: a la urgencia de denunciar las violaciones a los derechos humanos se sumaba la audacia de mostrar la corrupción al interior de la familia Pinochet.
Este libro es el reflejo de una voluntad incansable por encontrar la verdad en un contexto en que hacer periodismo podía significar la cárcel, cuando no la muerte. La propia Mónica González recibió múltiples amenazas y su auto explotó después de publicar una investigación sobre los bienes de Pinochet.
Como en el coro de las tragedias griegas, aquí escuchamos las voces de Gladys Marín, Sola Sierra, Raúl Pellegrin, Carmen Gloria Quintana, Isabel Allende, Patricio Aylwin, Mónica Madariaga, Gustavo Leigh y Arturo Fontaine Aldunate, entre muchas otras. Además, está la entrevista al primer agente que confesó cómo se torturaba y hacía desaparecer en Chile; el relato de la Flaca Alejandra, que pasó del MIR a la DINA, entregando a muchos compañeros; la historia del impresionante enriquecimiento de Julio Ponce Lerou, el yerno de Pinochet y controlador de Soquimich.
Recorrer las páginas de este volumen es adentrarse en una época feroz. Mónica González transmite el miedo y la violencia que se respiraba en las calles, logra develar los niveles de descomponsición que alcanzaron nuestras instituciones y demuestra que el mejor periodismo no está supeditado a la actualidad. Muy por el contrario, adquiere categoría de documento histórico.

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Los límites de la censura otra vez estaban a prueba. De la censura y la muerte, que rondaba cada semana. Era cosa de tiempo.

Primero vino la clausura de Análisis por tres semanas, además del encarcelamiento de su director, tras una jornada de paralización nacional en julio de 1986. Y en septiembre de ese mismo año, unas horas después de que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez atentara contra el general Pinochet y su comitiva, dejando a cinco de sus escoltas muertos y nueve heridos graves, un comando de la dictadura escogió al azar a cinco opositores de izquierda para tomarse venganza. Uno por cada escolta muerto. Entre esos cinco opositores que fueron sacados de sus casas y fusilados de madrugada estaba el periodista José Carrasco.

El mismo fin de semana del atentado, ocurrido un domingo 7 de septiembre, el editor internacional de Análisis había estado trabajando en una nueva edición de la revista, que no pudo salir a la luz. El gobierno decretó Estado de Sitio y prohibió la circulación de la mayoría de los medios de oposición. El asesinato de José Carrasco Tapia fue un golpe durísimo, que se vivió en el silencio impuesto por la clausura de los medios.

La prohibición se extendió por seis meses. En ese tiempo, Mónica González viajó a Buenos Aires para rastrear archivos que comprometían a la DINA en el asesinato de Carlos Prats y la Operación Cóndor, que derivó en la muerte y desaparición de miles de opositores en el Cono Sur. De ese trabajo surgió un libro, Bomba en una calle de Palermo, que publicó con Edwin Harrington en 1987.

El libro, el primero de su carrera, traería repercusiones ese mismo año. En septiembre, tras una entrevista al dirigente de la Democracia Cristiana Andrés Zaldívar, la periodista fue requerida por el gobierno, que le aplicó la Ley de Seguridad Interior del Estado. La entrevista era larga y trataba diversos temas de actualidad política, pero el problema estuvo en la última pregunta, referida al general Pinochet, a quien Zaldívar calificó de “burdo, de bajo nivel intelectual y brutalmente audaz”.

En la siguiente edición de Análisis se lee que, horas antes de ser detenida, Mónica González dijo que “no se encarcela sólo a la periodista que escribió la entrevista a Andrés Zaldívar, sino a la que denunció la existencia de la casa del general en El Melocotón, a la misma que escribió el complot para asesinar al general Carlos Prats en el libro Bomba en una calle de Palermo”.

Esta vez permaneció 17 días en la cárcel de San Miguel. Quizás pudo haber salido antes, pero se negó expresamente a que su abogado pidiera la libertad condicional. Según reprodujo Análisis, “quiero hacer conciencia en la opinión pública y en mis propios colegas de que en Chile no se puede ejercer libremente nuestra profesión”.

El penúltimo día antes de quedar en libertad estuvo de cumpleaños. Celebró sus 38 junto a las presas políticas que estaban recluidas en la cárcel de hombres de San Miguel.

Uno de los últimos reportajes que Mónica González publicó en Análisis trató de los bienes de la familia Pinochet. Apareció en octubre y noviembre de 1989, en dos números consecutivos, cinco meses antes de que la dictadura emprendiera la retirada y entregara el gobierno con una serie de condiciones. En rigor, más que un reportaje, era un especial por entregas que operaba como una despedida al hombre que afirmó que “no hay nadie que haya amasado una fortuna personal o familiar en este régimen”.

El reportaje comienza precisamente así, con una cita al general recogida de la prensa oficialista. Y termina con un retrato lapidario al mismo hombre, que “se prepara para atrincherarse al interior de los cuarteles”, “orgulloso, pero no tranquilo”, “en la soledad que han dejado 16 años de poder absoluto, alejado irremediablemente de sus más antiguos amigos”.

La dictadura se despedía y también la periodista, que clausuraba la década golpeando donde más le dolía al régimen. Para Pinochet no había cosa más irritante que las acusaciones de corrupción. Más que las denuncias por violación a los derechos humanos. Por eso ocurrió lo que ocurrió. Ya había recibido amenazas telefónicas y le habían arrojado animales muertos al antejardín de su casa, si es que no habían matado a sus propias mascotas. Pero esto fue más serio que todo lo otro. Unas semanas después de que apareciera la última parte del reportaje, el auto de la periodista explotó. Acababa de estacionarlo en calle Seminario y había bajado hacía minutos.

Para ella no hubo dudas. La bomba que casi le costó la vida era una respuesta al reportaje de los bienes de la familia Pinochet. La dictadura, que estaba en retirada, tenía sus formas de despedirse.

La despedida fue larga, demasiado larga. La transición política chilena estuvo marcada por pactos secretos y amenazas de una dictadura que seguía latiendo en el Congreso, en el Poder Judicial y, desde luego, en las Fuerzas Armadas. Pinochet se había retirado del gobierno pero continuaba al frente del Ejército, desde donde administraba amplias cuotas de poder. En ese escenario, a partir del 11 de marzo de 1990, Mónica González llegó a trabajar al diario La Nación.

Desde esas páginas, a cargo de la unidad de investigación y las entrevistas del domingo, le tomó el pulso a la vida política de esos días. Varios de los textos de ese período están determinados por la coyuntura del momento, que a menudo pone a prueba la frágil democracia. Pero hay otros, recopilados en este libro, que miran los hechos en perspectiva y vienen a recapitular lo ocurrido en el pasado reciente.

En esta línea se inscribe el testimonio de Sola Sierra, histórica dirigente de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, que relata la angustia y tenacidad de quien perdió a su esposo y dedicó una vida a su búsqueda, aun cuando con el correr del tiempo estuvo consciente de que era una labor estéril. En la contraparte está el relato de la Flaca Alejandra, alias de Marcia Merino, ex militante del MIR que tras ser detenida y torturada se convirtió en colaboradora de la DINA. Como escribe la autora, se trata de un testimonio que va a contracorriente de “un país que se resiste a entender lo que fue verdaderamente el infierno que creó la DINA en sus campos de detenidos”.

En este período desfilan varios de los personajes más renombrados de la vida pública. Sean de izquierda o de derecha, son explorados siempre en una dimensión que trenza lo político y lo humano. Así, mientras Isabel Allende Bussi se lamenta de no haber sido consciente de la depresión que motivó el suicidio de su hermana Tati, el ex director de El Mercurio, Arturo Fontaine, llega a decir que cuando se ocupa un puesto como ese, “uno se ve rodeado de muchos halagos y pierde un poco el sentido de la autocrítica y la modestia”.

Mónica González no fue una figura cómoda para quienes sustentaron la dictadura. De eso no hay duda. Pero tampoco lo fue para quienes administraban el gobierno en un contexto de democracia tutelada. De ahí que a principios de 1994, cuando Eduardo Frei Ruiz-Tagle asumió la presidencia, renunció a La Nación. Las nuevas autoridades políticas le ofrecieron la dirección del diario de gobierno, pero bajo condiciones que no estuvo dispuesta a asumir.

Ese acto de independencia marcó el cierre de una etapa. La misma que documenta este libro, que reúne piezas publicadas entre 1984 y 1993. El conjunto incluye voces emblemáticas del período, pero también otras más anónimas, las que no pasaron a la historia. Una muestra de la condición humana, con sus infinitos grados de altruismo y mezquindad, de valor y cobardía. Al sumergirnos en las cloacas del pasado, se devela cómo el sistema político y económico instaurado por la dictadura militar impactó en el cuerpo de miles de compatriotas. Por momentos, la lectura de estas páginas provoca un sudor frío en nuestras espaldas. Es la señal del miedo y el dolor. También, la señal de que estamos vivos.

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